¿Es AMLO el vendedor más grande del mundo? No, no puede serlo: él no se dedica al comercio.

Pero, según lo datos de la encuesta AMLOVEmetrics, si el avión presidencial se rifara sería un gran negocio para el gobierno de México.

En efecto, volarían los 6 millones de cachitos de 500 pesos cada uno, lo recaudado sería suficiente para cubrir el costo total de la aeronave y sobraría mucho dinero; habría utilidades importantes, para decirlo en lenguaje financiero.

AMLOVEmetrics ha dado a conocer que si se rifara el avión presidencial en cachitos de la Lotería Nacional, casi 4 de cada 10 mexicanos estaría dispuesto a comprar al menos un boleto de 500 pesos, lo que por cierto no es barato.

Entendámonos, casi 4 de cada 10 habitantes de nuestro país son muchos millones de personas.

¿Por qué hay tantos interesados en participar en la rifa?

AMLOVEmetrics plantea dos posibilidades: (i) la intención de comprar los cachitos “se debe al sueño de sacarse el avión (el clásico ‘ya me vi’)”, o (ii) obedece al hecho de “apoyar y atender el llamado de un gobernante popular como López Obrador”.

AMLOVEmetrics no ignora que hay dificultades legales para rifar la aeronave, pero en el supuesto de que fuera posible el sorteo “el costo del avión (lo que se ha pagado y lo que falta) volvería a caer en el pago directo por parte de los ciudadanos. Esto es, la primera vez (lo que ya se pagó), fue a través de los impuestos. En esta ocasión, sería de forma voluntaria” mediante la compra de los cachitos, “algo así como las aportaciones en especie —hasta con gallinas— que la gente hizo para indemnizar a las compañías petroleras extranjeras durante la nacionalización en los tiempos de Lázaro Cárdenas”.

Es verdad, el pueblo de México ya pagó el avión y hasta se quedó con una enorme deuda; si se diera la rifa, el pueblo volvería a pagar el avión.

¿Por qué la sociedad mexicana está dispuesto a pagar de nuevo por el error de Felipe Calderón que Enrique Peña Nieto, cuando aún era posible, no quiso corregir? Respuesta: para romper de una buena vez con la cultura del derroche que ha caracterizado a la clase política nacional.

La primera vez la gente pagó —sin que se le informara que lo hacía—, no el avión, sino la frivolidad, los lujos y los excesos de de los anteriores gobernantes. Ahora la población pagaría, en forma voluntaria y perfectamente consciente, simplemente para que Andrés Manuel pueda seguir viajando con austeridad sin tener que recibir, a diario, numerosas críticas por no usar un avión que “de cualquier modo ya le cuesta al gobierno”.

La principal crítica que se le hace a López Obrador por viajar en aviones comerciales —siempre en clase turista, la más económica— tiene que ver con el pago de los boletos que hace el gobierno para el titular del ejecutivo y sus acompañantes, a pesar de tener a su disposición un avión presidencial que, lo use o no, representa un costo para la nación.

Increíble que sobren analistas capaces de recurrir a argumentos tan vulgares. Absurdo, y además inmoral, resulta que traten de obligar a Andrés Manuel a dejar de ser un político humilde, que insistan en que cambie su personalidad y vuelva al dispendio que caracterizó a otros gobernantes.

La corrupción y el despilfarro cuestan. La sociedad mexicana lo sabe. Acabar con tales vicios tendrá también grandes costos. La gente lo entiende y está dispuesta a pagarlos.

Por eso tantos millones de mexicanos manifiestan estar interesados en pagar 500 pesos el cachito si la rifa del avión presidencial logra que este aparato realmente maldito deje de estar entre las preocupaciones de una administración pública que se esfuerza por ser diferente a todas las otras.