Hace varios meses el escritor Eduardo Mejía me llamó muy inquieto para decirme que la tenía que conocer.

− ¿Por? ¿De dónde salió? Y, bueno, ¿en dónde la veo o qué? − le insistí intrigado

−Ya te informo− me dijo y colgó con lo que me clavó una de esas espinitas de curiosidad que se hunden profundamente y de inmediato me puse a buscarla por todos lados, pero nada. Fue como la canción de la Sonora Santanera (“Te busco por Guerrero, La Villa y Tizapán. Por la colonia Obrera, y no te puedo hallar…”). Y no podría encontrar porque vive en Guadalajara, me aclaró luego.

Cuando la conocí me sorprendió. Porque si bien a primera vista es como cualquier mujer que se ve en la calle o en el transporte público y que se identifica como luchona, simplemente es muy sencilla e inteligente a pesar de que no tiene preparación escolar, pero al hablar derrocha esa fortaleza que da el trabajo anónimo con el que la mayoría de las mujeres van acumulando fuerza para cambiar poquito a poco su vida y la forma de pensar que les ha impuesto nuestra cultura patriarcal.

“Nomás llegué a los veinte años y mi apá me hizo justicia dándome en matrimonio al primero que pasó…”. Creyó que al casarse se resolvería su vida de entrega y sacrificio.

Sin proponérselo, Antonia borda un meticuloso estudio social y literario de la realidad mexicana de manera amena y muy divertida.

Le molesta todo lo que cierra el paso a las mujeres y las mantiene en silencio, en la oscuridad de las obligaciones y sin derechos. Y eso es lo que llama la atención en ella, además de que le agrega atractivo a su persona, porque sin ser un símbolo sexual no se niega a los placeres de los que da a entender, con picardía, que supo de ellos muy tarde, pero especialmente muestra cómo las mujeres son sometidas a toda clase de desigualdades e injusticias para que no alcancen la independencia individual.

No hay duda de que es subversiva y no se ha dado cuenta que es una aguerrida feminista. Eso sí, muy divertida.

Antonia es una mujer de mediana edad que ha estado casada con un hombre que, como muchas, la explota y porque antes un marido era una identificación, “para hacer lo que fuera, empezando por tener hijos y terminando por morir.” Pero su marido “es otro de esos viejos ideáticos a los que se le cae la pirinola nomás por lavar un traste”, aunque eso sí, ahí anda metido en la política y dice que de eso se vive en su casa.

Como tiene talento para cocinar, con la ayuda de su casera puso un próspero negocio de pozole, con lo que sacó adelante a su hija, una bióloga a punto de obtener un posgrado, y a una niña que “recoge” para darle el cariño que le negaron sus padres, “que va a poner una escuela de informática”.

Está bien informada y sobre todo conoce muy bien el valor de la solidaridad entre mujeres que, está convencida, es indispensable para hacer frente a todo lo que las oprime y las explota durante la vida, o como ella dice en la “chingamadriza”.

No es una víctima. No habla de violencia física, pero describe el sufrimiento de la violencia psicológica o el desprecio de su esposo que, acepta porque no había golpes, aunque eso también duele y deja heridas.

Antonia, como la mayoría, ha sabido aguantar pacientemente y con humor le ha dado la vuelta a la infelicidad y a los abusos, especialmente los de su marido. Y como premonición de la marcha nacional de las mujeres, también reventó en contra de quien se ha burlado y se ha negado a reconocer sus derechos, por lo que lo echó de su casa. Pero no con palabras sino con una golpiza con lo que física, moral y políticamente lo anuló.

De esa manera, desmanteló al líder que comió de ella, vivió de ella, durmió con ella y le arrancó todo.

Antonia y la chingamadriza.  Historia de una señora, es una novela indispensable en tiempos de cambio, escrita por Diana Garcidueñas.

@lusacevedop