El domingo pasado, que fue un día extraordinario, porque amaneció espléndido, muy soleado y brillante en la mayor parte del territorio nacional, lo cual era propicio para que no hubiera ningún pretexto y la gente saliera a votar, y con ello a encontrarse con la historia. Circunstancia que así sucedió, lo que en muchas décadas no había ocurrido, porque la gente de manera masiva salió a votar desde muy temprano, y como siempre, hasta en esto, el Licenciado Andrés Manuel López Obrador, marcó su liderazgo, ya que fue el primero en formarse en la fila de votantes, al haber llegado media hora antes de que abrieran la casilla en la que le correspondería votar, y como cualquier vecino ahí estuvo formado, esperando pacientemente hasta que llegó el momento en que ejerció su derecho a votar, que por cierto, después de ese acto, declaró a la prensa que había votado por la luchadora social, doña Rosario Ibarra de Piedra.

Esas filas y filas de votantes que se veían afuera de las casillas en todos los rincones del país, indudablente que era la manifestación auténtica de un voto masivo, como quizá nunca antes se había visto en los últimos tiempos, y que presagiaba que sucedería algo bueno, porque para empezar se estaría venciendo a la apatía y  a la indolencia, y que como consecuencia de la cojunción de estos dos elementos, se estaban dando las condiciones propias que con anticipación anunciaban también la derrotara del temeroso, frustrante y recurrente fraude electoral.

Era indudable que esa irrupción ciudadana por acudir lo más temprano posible a la cita con las urnas electorales, era el antídoto del fraude. Pero aparte de ello, era el reflejo fiel de un hartazgo insoportable a las condiciones imperantes. Era también el rechazo abierto y desafiante a un régimen de gobierno, que por su ineficacia prohijó la violencia y la inseguridad sin control y sin límite alguno, vulnerando con ello, de forma inmisericorde, a la sociedad. Así como también era la respuesta a un descontento por el galopante desempleo, cuyos efectos negativos siempre se palpan en una generación más extensiva y aguda de la miseria.

Pero principalmente, el ciudadano fue a cumplir el compromiso contraído con  él líder político, López Obrador, porque lo asumió como el mejor candidato, el que  logró conectar con todos los sectores sociales, porque sus propuestas fueron bien recibidas, y porque fue la oportunidad, a través del voto, de decir, un ¡ya basta!

Así que, fue una votación inédita y masiva a favor de AMLO, con la que logra un nivel arriba del cincuenta por ciento de los votos, pocentaje en el que quedaron reflejadas fielmente las mediciones que realizaron las múltiples casas encuestadoras a lo largo de la campaña presidencial.  Un porcentaje de votación que solo se daba en los tiempos del PRI, cuando era partido hegemónico, es decir, esencialmente cuando era un solo partido que no tenía competidores. Una votación que fue un  fenómeno, porque fue arrasadora y aplastante en todo el país, donde Andrés Manuel López Obrador, se convierte en Presidente de la República; donde se gana con enorme mayoría el Congreso de la Unión, compuesto por las dos cámaras, la de senadores y la de diputados; elección en la que hasta hoy Morena logra ganar cinco gubernaturas, así como una enorme cantidad de presidencias municipales y diputaciones locales en diferentes estados del país.  Bueno, pero aun no se logra asimilar como la votación del domingo, fue como un huracán de nombre AMLO, que barrió con todo lo que se encontró a su paso, incluyendo la sacudida que le dio al PRI, que  casi lo saca de raíz a punta de votos.  

Pálida tinta: Si como sostiene el Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador,  que el pueblo es el que lo cuida, y como también ha dicho, que el ejército es tan sólo pueblo uniformado, pues entonces, si lo cuida el Estado Mayor Presidencial, que está compuesto por soldados, concluiríamos que lo estaría cuidando en su seguridad el mismo pueblo,  o ¿acaso no?