Cuando se quiere conocer la verdadera personalidad de alguien, basta con darle un poco de poder o un poco de miedo. Ambos revelan el estado más puro del carácter y desnudan los pensamientos que, en los tiempos de la corrección política e hipersensibilidad cotidiana, suelen esconder.

Cuando se pensaba al mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, como un insuperable en la negligencia ante el COVID-19 hasta que su Ministro de Comunicación enfermó, llegó Donald Trump a quitarle su lugar, que además de registrar el mayor número de contagios en Estados Unidos junto con el manejo más inhumano de la comunidad migrante, pasando por alto la confrontación y retiro de financiamiento a la OMS junto con el levantamiento prematuro de la cuarentena, realizó expresiones criminales sobre inyectar desinfectante desatando una ola de envenenamientos.

Pensábamos que no veríamos nada peor y luego llegó a disputarse el peor manejo el presidente de El Salvador, Nayib Bukele. El mandatario que antes de violentar todos los tratados internacionales sobre derechos humanos al colocar a los maras encarcelados en cadenas humanas, esposados, como supuesto castigo a los ataques que las pandillas realizan en las calles, se atrevió a confrontar a México acusando falta de medidas sanitarias en aeropuertos y un supuesto caso de COVID en un vuelo que horas más tarde, fue desmentido.

Duterte en Filipinas ordenó DISPARAR a quien violara la cuarentena, casi como la proyección de Enrique Alfaro al imponer el toque de queda en Jalisco. En el país, algunos le compiten a los delirios fascistas de muerte, control, desorden, mitos y uso extremo de la fuerza. Todos con algo en común: la incapacidad para sentir empatía y para reconocer como “personas” a los demás. Hablo de aquellos que únicamente pueden ver a los otros humanos como fuerza de trabajo, de consumo o de capital político. Ni reconocen la desigualdad, mucho menos la necesidad y ni hablar de la dignidad.

Al comienzo de la pandemia, cuando todavía era temprano para las autoridades mexicanas, el primer caso detectado de coronavirus por importación desde Italia se ubicó en la Ciudad de México. El segundo caso fue rastreado en Sinaloa. En aquel momento, un grupo de políticos blanquiazules de la Ciudad encabezados tristemente por uno de sus cuadros más jóvenes quien, por cierto, preside el Comité capitalino de Acción Nacional (hablo de Andrés Atayde) confrontaron a la Jefa de Gobierno por la llegada del virus. El mismo, aún viviendo en la demarcación con más personas de la tercera edad, realizó publicaciones estigmatizando a los ancianos y sugiriendo que a un viejo no le puedes dar a manejar un auto y mucho menos "un país". Sin pruebas, alegaron irresponsabilidad e inclusive, se atrevieron a “matar digitalmente” al empresario José Kuri, quien curiosamente a pesar de estar vivo y hospitalizado, fue dado por muerto nada más y nada menos que por Javier Lozano, el hoy nombrado flamante defensor y vocero del Estado de Derecho por la COPARMEX. El chiste se cuenta solo -y tiene sentido que después del descrédito público, Gustavo de Hoyos se retracte en su nombramiento:

En 2007, Lozano protagonizó como Secretario de Trabajo -al servicio patronal- el escándalo de Zhenli Ye Gon, el empresario chino y naturalizado mexicano a quien le decomisaron la cantidad de dinero en efectivo mas grande en la historia del país: 205 millones de dólares y según él, tenía esa cantidad de dinero en su casa de Lomas de Chapultepec porque fue obligado por el flamante vocero de COPARMEX por el Estado de Derecho y la “transparencia” a esconder, paradójicamente, esos recursos. Ni hablar de su actuación para la censura de Carmen Aristegui.

Ojalá que lo único repudiable de COPARMEX ante el COVID19 fuera su vocero; pero las empresas que lo integran también sacaron el cobre y dejaron en evidencia sus verdaderos intereses cuando al inicio de la contingencia, antes de pensar en la crisis económica, las PyMe´s y todo lo demás, exigieron que se SUSPENDIERA la entrada en vigor del etiquetado frontal de alimentos para advertir del contenido poco saludable de chatarra -como si las personas enfermas de la industria alimenticia, con diabetes e hipertensión, no fuesen los más vulnerables ante el coronavirus-.

Con la COPARMEX y Gustavo de Hoyos aparecieron también Mariana Gómez del Campo y Felipe Calderón, que entre noticias falsas y ataques ansiosos por ver colapsar al país, se han tenido que tragar sus palabras al ser evidenciados en montajes o desmentidos en la manipulación de la información sobre número de pruebas, peticiones de ayuda hechas en otros países y fotografías editadas. Ellos, al igual que Marko Cortés, deben quedar escritos en la memoria como es el cartel de la desinformación, que se ha atrevido a manipular una crisis sanitaria con fines políticos.

¿Cuánto han donado a las personas de escasos recursos o a las pequeñas empresas que tanto dicen defender? Nada. Ni un peso. Los que hace dos meses eran "feministas", votaron en contra de liberar mujeres presas por abortar en Ley de Amnistía.

Hay liderazgos que siembran e inspiran acciones positivas y hay otros que más bien, son destructivos. Dañinos. Liderazgos que se creen sustentados en elevar el tono de la voz; adornar una foto; invadir causas o esconder oscuros intereses en la necesidad de la gente. Todos ellos, hoy están sacando el cobre y más vale que no se nos olvide. Nada es más repudiable que un gobernante dispuesto a terminar con la vida de sus propios ciudadanos por no acatar la voz de la autoridad, como Filipinas o Rusia. ¿Pero será justificable el liderazgo empresarial que se inclina por la confrontación ante la crisis? No se compara aunque, si pensamos en clave económica, el retiro de las inversiones se traduce en hambre y el hambre tarda poco en transitar a la muerte y al crimen.

Gustavo de Hoyos reculó en un nombramiento que trajo más negativos que positivos. Eso habla de su disposición para recomponer y posiblemente, de un cambio político que dio apertura al diálogo. Ahora toca pensar en clave solidaria, nacionalista y de consensos para recomponer la tensión que sigue afectando a quienes menos tienen y que definitivamente, acabará por multiplicar a quienes más lo necesitan. México le hace un llamado a la sensatez.