¿Qué es una constitución? Bueno, sin meternos en vericuetos o complejidades doctrinarias, diremos que una constitución es el máximo ordenamiento jurídico, sobre el cual no puede estar ningún otro, con el que nace un Estado soberano y con gobierno autónomo, al que por virtud de ella se le da estructura orgánica y atribuciones. Así como también contempla para todo  ciudadano un conjunto de dogmas o mandatos llamados garantías individuales, mismas que lo protegen de los excesos en que suele incurrir el Estado o que sirven de límites a éste en cuanto al dsempeño de su propia acción.

   Todo eso viene a cuento, por la tan traída y llevada por muchos años, Constitución de la Ciudad de México, que por fin, dentro de un ambiente de fiestas patrias, entrará en vigor. Sí, será el próximo día 17 del presente mes cuando los citadinos de esta Capital de la República estrenarán su Constitución, también llamada Carta Magna. Claro, no sobra decirlo que para  llegar a ese punto victorioso se tuvo que recorrer un largo camino escabroso, colmado de resistencias y lleno de obstáculos, que muchas de las veces parecían insalvables. Quizá obtrucciones desde las más absurdas hasta las mas conservadoras. Por años implicó todo un debate intenso esa Constitución capitalina y que a unos cuantos días cobrará vigencia.

Pero en fin, ahora la Ciudad de México tiene su Constitución, que desde luego no emanó de una lucha armada, como la Constitución Federal de 1917, que fue producto de la revolución mexicana. No, el nacimiento de aquella se origina algunos lustros atrás como un reclamo airado y enérgico de diversos grupos sociales, posiblemente desarticulados y de partidos opositores de izquierda, cuyo denominador común fue enarbolar la bandera por la igualdad de los derechos de los habitantes del D. F. comparados con los derechos de los ciudadanos de las demás entidades del país, que sí contaban con sus propias constituciones.  

Ante esta circunstancia se exclamaba que había desigualdad, interpretando por ese simple hecho, quienes sostenían este criterio, que en nuestro país no podía haber mexicanos de primera ni mexicanos de segunda, teníamos que ser todos iguales. Este era el argumento y la base de lucha para ese objetivo, era una expresión que sonaba contundente, irrebatible y légitima, probablemente descontextualizada, pero que eventualmente se utilizaba como una herramienta política para hacer presión y tratar de aflojar con eficacia a quienes pretendían que en la Ciudad de México todo siguiera igual, sin cambio alguno.

En el fondo a grandes rasgos ¿qué se pedía? Que la Ciudad de México administrativa y políticamente dejara de ser el Departamento del Distrito Federal que dependía de Presidencia de la República. Que sus autoridades gobernantes (Regente de la Ciudad y delegados) ya no fueran designados de dedazo por el presidente de la República y que en cambio, mediante un sistema democrático, los ciudadanos capitalinos con su voto libremente pudieran elegirlos, asì como  también a sus representantes populares (diputados locales). Tan solo con esto parcialmente se alcanzó la igualdad buscada, sin constitución.

Sin embargo, en los años más recientes se seguía insistiendo en que la Ciudad de México se equiparara a cualquier estado de la República, y para ello se exigía una Constitución local. Vaya, se logró, pero ¿cuáles son los beneficios tangibles que ello aportará a quienes habitamos  en esta urbe? Son enormes, y si lugar a equivocos es una Constitución muy avanzada, tanto en democracia participativa de la ciudadanía, como en el reconocimiento de amplios derechos humanos. Se crearon las alcaldías, como instancias de gobiernos novedosos con mayor autonomía en el ejercicio del presupuesto, esto por citar parte de la restructura orgánica fundamental del gobierno de la Ciudad de México.

En fin, una Constitución nuevecita, todavía sin ningún parche, que cumple el sueño chilango acariciado por muchos años, y que formalmente entrará en vigor  el próximo 17 de septiembre, aunque parcialmente  en algunos aspectos ya fue aplicada, y en otros más irá cobrando vigor paulatinamente en diversas fechas, tal como lo establecen algunos de sus artículos transitorios, por tanto un motivo màs para festejar el mes patrio.  Lo veremos.

Pálida tinta: Del socavón de Cuernavaca al bachezón de la Ciudad de México.  Sí, se recordará que en el primero murieron dos personas, padre e hijo al caer en un enorme hoyo que se abrió en una vialidad recién estrenada, y todo por la corrupción al construirse deficientemente la misma. Aquí, no  pueden tapar los baches con un dedo, y las consecuencias son fatales, porque  la semana pasada cuando un padre circulaba en moto acompañado de su menor hijo, al esquivar un bache el niño cayó para que luego lo atropellara un tráiler y al instante falleció, negligencia que, quizá, los responsables quieran tapar con alguna estúpida disculpa.