Nuestra economía está cada vez más vapuleada; los embates que está sufriendo por presiones exteriores son cada vez más violentos y están provocando que nuestra moneda se deprecie día con día. Me llama la atención la muy mexicana forma de ser que tenemos, porque he visto innumerables bromas acerca del elevado precio del dólar, sin parecer que nos preocupe mucho cómo va a impactar en nuestro bolsillo la tremenda inflación que estamos sufriendo.
Si bien es cierto, que dentro de una economía global, estamos más propensos a estos vaivenes, no por ello es menos alarmante los precios que estamos viendo y la forma en la que el petróleo, que durante décadas ha sido la base de nuestra economía, se está desplomando.
Todo esto sin contar con la amenaza de la Reserva Federal Norteamericana de subir sus tasas de interés, lo que acarrearía una depreciación de todas las monedas del mundo.
Ante este negro panorama, banqueros centrales de todo el mundo le están diciendo a sus homólogos de la Reserva Federal estadounidense que están preparados para un alza de tasas de interés y que preferirían que el organismo tomara la decisión sin más preámbulo.
Tanto en público como en privado en la conferencia de banqueros centrales que se desarrolló en Jackson Hole, el mensaje de autoridades fue que la Fed telegrafió un endurecimiento monetario inicial y, tras un alza del dólar que se prolonga por un año, los mercados financieros a nivel mundial están tan preparados como pudieran estar.
Los banqueros se reunieron al final de una semana volátil en los mercados en la que el promedio industrial Dow Jones se hundió en 1,000 puntos el lunes ante las preocupaciones sobre una desaceleración económica en China, pero luego se recuperó para terminar la semana con ganancias.
Algunos culparon de la volatilidad a los comentarios de funcionarios de la Fed de que un alza de tasas se produciría a mediados de septiembre.
Pero para Agustín Carstens, gobernador del banco central de México, un incremento de los fondos federales por parte de su vecino envía una alentadora señal de salud económica, incluso si eso obliga a su institución a subir también las tasas.
El final de más de seis años de tasas en niveles mínimos récord en Estados Unidos podría producir una ola potencial de dolorosos ajustes mientras los países lidian con la probabilidad de un dólar incluso más fuerte y ante salidas de capitales y cambios en los precios relativos de bienes intercambiables.
Solo resta esperar, pero el panorama no se ve nada halagüeño.
Sirva esta nota para referirme a un hecho del cual se han escrito mares de tinta y que históricamente ha pasado una y otra vez, me refiero al rescate bancario, pero no quiero hablar del conocido FOBAPROA mexicano de la época de Zedillo, sino de crisis que se presentó en la antigua Roma, durante el siglo I, y la forma de atajarla también fue rescatando a los bancos, pero con matices que la hacen diferente.
Esto de los bancos debió comenzar cuando apareció el dinero, en sus diferentes versiones y formas, y se fue incorporando a la vieja economía basada en el trueque. De la noche a la mañana, los menos fueron acumulando grandes cantidades que tuvieron que meter en algún sitio, los más necesitaban un lugar donde se lo prestasen y, lógicamente, nacieron los banqueros, una especie de mercaderes que comercian con el dinero. Y esto ocurrió en Sumer. La economía sumeria se basaba en el trueque, y para evitar que los mercados se convirtieran en un campo de batalla, los gobernantes y, más tarde, los reyes emitían anualmente tablas de equivalencias de productos. Así, cualquier comprador podía saber que un kilo de lana equivalía a, por ejemplo, dos litros de cerveza, 300 gramos de cobre o 2 kilos de dátiles. Gracias a muchas de esas tablas que se han conservado hasta nuestros días, sabemos que el oro no era de los metales más caros. Había otros materiales que lo superaban, como el lapislázuli, el cobre, el estaño y, por encima de todos, la plata. Una de las funciones del preciado metal era la de estabilizador del sistema económico. Imaginemos a un campesino que desea comprar un cordero para celebrar la boda de su hija y se encamina al mercado con una cierta cantidad de cebada para canjear. ¿Qué sucede si el tratante de ganado no necesita cebada? La solución era bien fácil. El campesino podía dirigirse a cualquier recinto sagrado donde le cambiaban la cebada por su equivalente en plata (también tenía la opción de recurrir a un cambista, pero los templos pedían una comisión bastante más baja por la ?operación bancaria?, alrededor de un 3,5%). Con la plata en su poder, ya podía comprar el cordero con la confianza de que ese metal iba a ser aceptado por cualquier comerciante (dinero). Un elemento curioso es que esa plata que le daba el templo, se presentaba bajo la forma de anillos de 8 gramos de peso o espirales en caso de grandes cantidades. No solo podía llevarlos cómodamente en los dedos y brazos, sino que los anillos podían dividirse en cuatro partes de 2 gramos cada una. Así que, estos primeros bancos estaban relacionados directamente con los templos.
¿Cómo funcionaban los bancos en la antigua Roma?
Pues en Roma, como en muchas ocasiones, lo que hicieron fue copiar a los griegos que seguían el modelo banco/templo de Sumeria. El Templo de Saturno en Roma albergaba la Aerarium (erario) en tiempos de la República y durante la época imperial el Templo de Cástor y Pólux era el depositario del tesoro del Estado. La particularidad del sistema bancario de griegos y romanos fue que surgieron los banqueros privados; en Roma se llamaron argentarii (de argentum, plata). Los argentarii comenzaron como simples cambistas de moneda (en aquel momento Roma era el lugar que más ?turistas? recibía) y para controlar las falsificaciones y retirar de circulación las monedas ?deterioradas? (al ser de metales como oro o plata, muchos raspaban los bordes e iban perdiendo su peso), para más tarde gestionar un negocio muy similar a nuestros tiempos. El tipo de operaciones que realizaban estos banqueros eran dos: el depositum, simplemente como depositarios y guardianes del dinero por el que el argentarius no pagaba intereses pero con el que tampoco podía ?comerciar?; y el creditum, por el dinero depositado el banquero pagaba unos intereses al cliente y, a cambio, podía moverlo para generar beneficios. En las ?cuentas? en el formato depositum el banquero pagaba, en nombre del cliente, las deudas contraídas por éste o las compras en las subastas (era frecuente la presencia de los argentarii en las subastas de esclavos), ya fuese mediante ?transferencia interna? se ambos tenían cuenta en el mismo banco o mediante una letra de cambio; en las ?cuentas? en formato creditum los banqueros utilizaban este dinero para prestarlo a terceros y, lógicamente, con un tipo de interés mayor que el que ellos pagaban (recordemos que los bancos fueron/son/serán negocios). Además, los argentarii estaban agrupados en un cuerpo colegiado en el que sólo ellos decidían aceptar nuevos miembros.
¿Qué ocurrió en el siglo I?
Tras la batalla de Accio y la derrota de Antonio y Cleopatra, César Augusto se hizo con las riendas de Roma y dio comienzo un período de expansión territorial y de desarrollo económico sin precedentes (?A Roma no la va a conocer ni la loba que amamantó a Rómulo y Remo?). En palabras de Dión Casio?
Los romanos añoraban mucho a Augusto porque mediante su combinación de monarquía e instituciones republicanas, garantizó su libertad y también restauró el orden y la estabilidad. De este modo, podían vivir con una libertad moderada en una monarquía sin horrores, y no debían soportar los excesos asociados a un gobierno popular.
Hubo una reorganización política, social y económica que permitió que llegasen las vacas gordas: tras controlar Egipto el grano llegaba a Roma sin contratiempos, la Pax Romana permitió el crecimiento del comercio, el crédito fluía y los ciudadanos invertían en tierras y en las ínsulas (edificios de apartamentos que se alquilaban, ¿boom inmobiliario?), incluso los advenedizos que querían hacer carrera en la política se endeudaban para financiar espectáculos y ganarse el favor de la plebe, las obras públicas proliferaban. Augusto era de los que pensaba que el dinero tenía que estar en movimiento y no acumulando polvo en las arcas del Estado. Pero este periodo de vacas gordas tenía un precio: crecimiento brutal de los precios (según el poeta Marcial, ?en Roma se pagaban los precios más altos lo mismo por la virtud que por el vicio?). ¿Y quién iba a tener que pagar por todo esto? Tiberio, su sucesor.
En los primeros años, Tiberio todavía pudo disfrutar del legado de Augusto, pero aquella burbuja tenía que explotar más pronto que tarde. Además, el nuevo emperador, era de los que le gustaba recrearse contemplando sus riquezas y cuando sucedió a su padre adoptivo sus arcas estaban casi vacías. Las medidas que Tiberio tomó supusieron un frenazo brutal para la economía al reducir el dinero circulante (aunque él lo vendió como medidas para disminuir precios, lo que realmente buscaba era aumentar el tesoro imperial). Se redujo drásticamente la inversión en obras públicas, la distribución de grano se limitó, se liberó a algunos ricos de la pesada carga de administrar tantos bienes acusándolos de enemigos del emperador (se quedó todos sus bienes y los miembros del Senado fueron amablemente invitados a comprarlos en pública subasta con dinero que tuvieron que pedir prestado) y, para rematar, llamó al orden a los argentarii que en este período inflacionario habían contribuido prestando dinero sin apenas garantías y a un interés por encima del legal. Visto que aquella especie de ?auditoría imperial? hacía peligrar su negocio, su dinero y aún su vida, pidieron una moratoria de 18 meses para poner en orden sus cuentas. Cerraron ?la llave? de los créditos y exigieron el pago de las deudas. De la noche a la mañana, tierras, viviendas, animales, todo se puso en venta para poder liquidar la deuda con los argentarii (los precios cayeron en picada). El dinero dejó de fluir y los negocios quedaron sin liquidez. Los ciudadanos corrieron a retirar sus depósitos para pagar a los acreedores y algunos bancos, como el de Balbo y Olio, cayeron al no poder hacer frente a las peticiones, lo que salpicó a otros mayores (algunos de estos bancos habían prestado también el dinero depositado en formato depositum). Y, claro está, cuando la urbe tosía todo el Imperio se resfriaba.
¿Y qué hizo Tiberio?
Las medidas del emperador hicieron que Roma pasase de un periodo inflacionista a una terrible deflación que paralizó la economía. Así que, en el año 33 y muy a su pesar, tuvo que rascarse el bolsillo y volver a inyectar el dinero que había retirado de circulación y que se almacenaba en las arcas del Estado. A través de los bancos distribuyó un millón de piezas de oro, pero con la obligación de prestarlos a los ciudadanos sin intereses durante tres años y la prohibición de utilizarlos para cuadrar sus cuentas. Aquella medida descongeló el crédito y despertó la economía.