¡Tercia de ases! ¿O de horrores...?

La gran apuesta de Andrés Manuel en materia de infraestructura en su sexenio se basa en tres faraónicas obras: el aeropuerto internacional de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas y la construcción del Tren Maya. Por el momento los tres proyectos presentan serias deficiencias, comenzando por la ausencia de todos los estudios necesarios para llevarlos a cabo, por una falta de coordinación entre las distintas secretarías de Estado a las que atañen dichos proyectos y, lo principal, la soberbia de la Presidencia de la República de no aceptar la magra viabilidad que tendrían estas iniciativas una vez iniciadas sus operaciones. Eso sin olvidar el costo económico y financiero que significa sufragarlas. En el argot de los juegos de azar se trata de apuestas diseñadas para perder.

¿Cambio de juego?

Cada día que pasa resulta más evidente que si el presidente y su equipo insisten en realizar los tres proyectos, los tres se irán al basurero de los sueños rotos, llevándose en el camino millones de pesos, recursos naturales, humanos y culturales sacrificados al despropósito de una apuesta imposible.

Si uno pregunta a algún funcionario medianamente informado —y sincero— de la SHCP, aceptará que se sobre dimensionó la magnitud que significa(ba)n las pérdidas producto del fenómeno de la corrupción gubernamental. En otras palabras, no se hicieron bien las cuentas en la 4T de lo que se ahorraría con la guerra contra la corrupción. Ante lo cual, cabe preguntarse si el presidente AMLO consideraría sacrificar alguna de estas iniciativas. No importa si para ello “pintan” esta nueva decisión de prudencia, de haber sido obstaculizados o, incluso, de éxito no aparente.

Se doblan las apuestas y una Reina de espadas

Corre el rumor, especialmente para lo que se refiere al aeropuerto de Santa Lucía, que la apuesta es ya tan elevada que no se quiere dar marcha atrás por ningún motivo. No importa la presencia de un cerro que no se había visto, tampoco que el terreno destinado para la obra esté lleno de restos arqueológicos o la cercanía que habrá de la torre de control a un cementerio radioactivo (que pasa junto a un río). Ni siquiera el amparo que ha logrado la suspensión definitiva de los trabajos (siempre existe la forma de revertirlo).

Por su parte, Rocío Nahlé se aferra a la construcción de Dos Bocas, al grado de mentir. La última (nimia si se quiere por una cuestión de fechas) fue corregida por su homólogo en la SEMARNAT, Víctor Toledo. Antes, en mayo, ya la contradijo la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente, al decir que NO le había dado autorización de carácter ambiental para iniciar la construcción. Eso sin olvidar lo más grave: cuando las empresas especialistas en construcción de refinerías (consideradas así por AMLO y a nivel internacional) dijeron que era imposible la construcción en 4 años, Nahle sin tener los conocimientos necesarios, dijo que sí se podía hacer en ese lapso. 

Los que saben, apuestan que será una obra excesivamente cara con rendimientos negativos. O bien, que ni siquiera se terminará. Pero a pesar de todo lo anterior, dado que estará en la tierra del hoy presidente y busca reactivar la economía, las probabilidades de que el proyecto NO se lleve a cabo son pocas.

Quizá por eso, sopesando el daño a la selva lacandona, el peligro del hábitat del jaguar y que muchos criticarían a López Obrador de llevar el tren hacia su rancho “La Chingada”, se termine por abandonar la idea que nació sin rieles ni frenos, la del Tren Maya.

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Si hay alguien honesto cercano al Presidente —con el suficiente valor civil, que estime a Andrés Manuel y quiera a México—, hágale ver que sus apuestas son equivocadas. De continuarlas, perderá todo su capital político en ellas, además de la pérdida económica y ecocidio en todos los casos. Si se corren apuestas, mejor ¡apostemos por México!