En pocas ocasiones se conjuntan tal sin número de motivos que puedan alimentar, de manera por demás legítima, el orgullo personal.

Ser invitado por una casa renombrada de la industria editorial en habla española, y por supuesto una de las más importantes del país como lo es la editorial y librería “Porrúa” es, a no dudarse, uno de esos motivos.

El hecho de que la invitación sea para hablar de un libro de Leopoldo Mendívil, es otro, nada menor por supuesto; pero que el libro en cuestión trate sobre uno de los tópicos que más me han interesado a lo largo del tiempo como es la industria petrolera mexicana pareciera sobrepasar todo límite.

Sin embargo, existen más aún, como es el haber compartido tribuna con un mexicano ejemplar como es el general Tomás Ángeles Dauahare, quién, a no dudarse, pasará a la historia de México y de nuestras fuerzas armadas como el hombre que supo afrontar con plena endereza las intrigas de una era sombría que cubrió a nuestro país con un manto infame.

Ahora bien, por si todo ello fuese poco, el hecho me permitió, pese a las fallas concernientes a la conexión digital, rendirle un muy sentido homenaje a una persona clave en la formación de lo que ha venido ser mi concepción del mundo.

En la presentación del libro “Secreto Pemex” del pasado 23 de febrero, señalaba el enrome orgullo que para José Ángel Conchello significaba ser uno de los dos latinoamericanos socios del “Club de Roma”,- el otro fue Gabriel Zaid-; considerado como una de las agrupaciones más influyentes de fines del siglo XX por el espía ruso Daniel Estulin.

Pemex

José Ángel Conchello formó parte de uno de las instancias claves en la determinación de los grandes derroteros seguidos desde entonces, al decir del propio Estulin, Ben Bradlee, ex director del “Washington Post” y marcadamente el referido “Club” propiciarían la tesis del “límite del crecimiento” ante la eliminación de los espacios naturales en el planeta

Por las mismas fechas en que don Tomás Ángeles era objeto de un persecución del todo condenable, se expedían entre nosotros dos leyes cuyos alcances han de ser considerados por demás inquietantes : una Ley General del Cambio Climático cuyo objeto es propiciar la emisión de bonos negociables en el mercado secundario, mediante los cuales los respectivos agentes puedan compensar sus excesos en la respectiva emisión de co2; en tanto que, al unísono, se institucionalizaba el saqueo sin límites mediante la expedición de una Ley de Asociación Público-Privada.

José Ángel Conchello había iniciado, a no dudarse, una revisión a fondo de la vieja tesis referente a “los límites del crecimiento”, plasmados en un libro que era de su especial predilección “Lo Pequeño es Hermoso” de Schumacher .

Por supuesto, como se deprende de su denodada defensa de los recursos petroleros del país, no habría compartido los derroteros de lo que Oriol Malló denomina “el capitalismo verde”, enmarcado, acaso de manera por demás distorsionada , en la “Cumbre de la Tierra” de Río de Janeiro en un primer momento, así como en el libro que en el año de la celebración de la misma publicara Al Gore “La Tierra en Juago”; y, posteriormente en el “Protocolo de Kyoto”, para, finalmente tener su más reciente referente en los “Acuerdos de París”; por el contrario, habría sido en los días que corren, un decidido promotor de la legislación que recupera el dominio nacional sobre el servicio público de energía eléctrica.

No en balde, su enorme orgullo de pertenecer como miembro de mérito al “Club de Roma”, estribaba en asumir una condición similar a la de Palinuro como vigía de la nave de Eneas, capaz de ver en la dimensión del espacio y el tiempo con mayor claridad que la del resto de los tripulantes de la embarcación errante, y tal y como lo expresaría en la ocasión Leopoldo Mendívil, la riqueza petrolera es la fuente de ingreso para invertir en las energías limpias que nos permitan a fin de cunetas gozar de un mundo al alcance de lo humano.

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