La seguridad pública es el mayor reto que enfrentamos como país. A pesar de que el actual gobierno federal ha sido provisionado de las herramientas necesarias -jurídicas, presupuestales, técnicas y operativas-, la incidencia delictiva muestra un crecimiento sostenido. Hoy México vive el periodo más violento de su historia moderna.

Las razones por las que la espiral de violencia en el país no cede son muchas: desde la falta de una estrategia integral –la implementación de la Guardia Nacional no ha sido exitosa-, la poca coordinación institucional entre las autoridades encargadas de la seguridad pública, el desmantelamiento de las áreas de inteligencia que proporcionaban información estratégica, hasta un discurso presidencial complaciente hacia la delincuencia organizada, en el que se justifica que los criminales también son pueblo.

Sin embargo, uno de los problemas poco explorados de la inseguridad ha sido el debilitamiento material e institucional de las instituciones, específicamente de las fuerzas militares. Soldados, marinos, Guardia Nacional y, en tanto desaparece, la Policía Federal, deben sujetarse sin excepciones a las normas establecidas para el cuidado de la población y la defensa de los derechos humanos. Eso no merece discusión alguna.

Al mismo tiempo, debe significarse la enorme desventaja que tienen nuestras fuerzas de seguridad -particularmente los soldados-, frente a las organizaciones criminales, quienes muchas veces les superan en número y armamento; y peor aún, deben someterse a una visión permisiva de la violencia en su contra que les niega incluso el derecho de la legítima defensa.

Los episodios donde integrantes de las fuerzas armadas son agredidos por delincuentes esbozados de población civil son cada vez más frecuentes. Las agresiones a los militares para evitar operativos debilitan al Estado y fortalecen a la delincuencia.

Esa es una de las razones por las que la violencia no solo no disminuye, sino por el contrario, ha ampliado su espectro y capacidad de exterminio, como sucedió en el brutal ataque en Coatzacoalcos, primera región del país donde fue desplegada la Guardia Nacional.

En los primeros ocho meses de 2019, suman 11 militares caídos en la aplicación de la Campaña Permanente contra el Narcotráfico, la misma cantidad registrada en 2018, considerado como el año más violento. Un coronel de Infantería, un teniente coronel, dos tenientes, cuatro cabos y tres soldados han perdido la vida de enero al 24 de agosto, en Tamaulipas, Michoacán, Sinaloa, Nuevo León y Guanajuato, según el conteo del personal fallecido en acciones antinarco, según información proporcionada por la propia Secretaría de la Defensa Nacional.

Hasta la fecha, el Ejército mexicano ha sido atacado en más de 100 ocasiones por el crimen organizado. Además de Tamaulipas y Michoacán, el personal de la Defensa desplegado en acciones contra el crimen organizado ha sido agredido en Sonora, Hidalgo, Guerrero, Oaxaca, Guanajuato, Estado de México, Jalisco, Puebla y Tabasco.

El narco no es pueblo, sólo es narco. Su identidad no está determinada por su origen sino por el daño que hoy provocan a la sociedad. En ese sentido, se puede asegurar que el Ejército y las fuerzas armadas sí son pueblo porque, además de su origen, actúan en su apoyo y defensa.

Los criminales no tienen preparación, valores ni principios; los militares sí. La delincuencia y la violencia están enviando mensajes claros de demostración de poder. Para los grupos criminales no existe la tregua, mucho menos la paz, ya que entonces de qué vivirían. La presencia militar activa en México, le otorga a la gente el sentimiento de que no se encuentra sola ante tanta violencia y criminalidad… ante tanta barbarie, como ha dicho mi querido amigo Juan Ibarrola, un experto en temas de la milicia.

Si los militares anteponen incluso su propia vida para salvaguardar y proteger la de cada uno de los mexicanos, no podemos arrebatarles hasta el derecho a defenderse, entregando su orgullo y dignidad. Las imágenes en redes sociales sólo empoderan la violencia criminal y favorecen la percepción de que nuestras fuerzas han claudicado.

Propongo a quienes hacen el favor de seguir mis colaboraciones semanales, que no seamos -con nuestro silencio- cómplices pasivos cuando este tipo de agresiones se repitan. Hoy, la adversidad nos da una nueva oportunidad de corresponder a las fuerzas armadas sus servicios a la nación.