Nueva Zelanda es uno de los poco países que puede presumir de haber eliminado la pandemia de coronavirus en su territorio, pero no todo son buenas noticias. Las medidas preventivas contra la propagación del Covid-19 generaron las condiciones ideales para que ahora el país se vea afectado por una plaga de gallos salvajes.

La felicidad por la erradicación del coronavirus les duró muy poco a los habitantes de Titirangi, un suburbio en el oeste de Auckland, la ciudad más grande del país.

Tras salir de la estricta cuarentena en la que estuvieron por un mes, los pobladores se percataron de que otra vieja amenaza había resurgido en su comunidad: decenas de gallos salvajes que aprovecharon la ausencia de los humanos para apropiarse de las calles.

Ruido y destrozos de los gallos les ganaron el odio de la comunidad

Greg Presland, el presidente de la junta comunitaria, contó al diario The Guardian que en 2019, después de que un vecino liberara a dos gallinas domesticadas en el pueblo, se reprodujeron masivamente hasta sumar alrededor de 250 aves, varias de las cuales se instalaron cerca de la zona residencial.

El ruido que producían y los destrozos que causaban provocaron descontento entre los habitantes, quienes comenzaron a odiar a las aves cuando comenzó a aparecer una plaga de ratas “del tamaño de gatos”, según Presland.

Fue entonces que los vecinos decidieron contratar a gente que los capturara para enviarlos a una granja, donde pudieran vivir "felices". 

Los pocos que quedaron libres recuperaron su población durante la cuarentena

En total, 238 aves fueron mudadas de hogar, pero las restantes aprovecharon el encierro de los humanos para recuperar su población, con ayuda de residentes que los han alimentado, temiendo que mueran de hambre.

Presland contó que ante los destrozos de los gallos, hay quienes proponen capturarlos y enviarlos a una empresa de pollos congelados, pero otros han decidido capturar a las crías y enviarlas a la granja.

Así, lamentó el presidente de la junta comunitaria, el pueblo se debate entre quienes exigen su exterminio y quienes incluso consideran que su presencia es positiva, porque le da un aire pintoresco a la comunidad, por lo que continúan alimentándolos... y haciendo crecer la plaga.

Con información de The Guardian.