El balance incluye haberes y débitos que generamos en conjunto.

Entre los principales haberes, nos reconocimos en nuestras prácticas y símbolos culturales más profundos y trascendentes.

Vivimos un nutrido calendario religioso: de la Candelaria a la Guadalupana o las navidades, con plena tolerancia a todo culto o convicción ética, y una fuerte agenda cívica: la Constitución, Juárez y la Reforma, la Independencia o la Revolución, cada vez con más conciencia sobre la transformación en curso.

A ello agregamos movimientos, movilizaciones y fechas relevantes: las mujeres, la comunidad de la diversidad, niñez, madres, padres, abuelos o la naturaleza.

Sumemos la miríada de expresiones culturales locales, actividades deportivas y espectáculos realizados en 12 meses, mucho de ello al mismo tiempo en vía digital, para valorar nuestros gigantescos y enraizados árboles de El Tule milenarios.

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Nuestros activos en economía registraron estabilidad en las llamadas variables macroeconómicas. Esas que el neoliberalismo forzaba al máximo y hacía pagar a las clases populares y que ahora operan con inflación tolerable (poco menos del 4%), no obstante el aumento sustancial de salarios (el mínimo a 350 pesos diarios o 10 mil mensuales), y un tipo de cambio a la baja (18 pesos por dólar en promedio), lo que favorece transacciones internacionales.

En el año que termina continuamos gozando de una buena aunque aminorada dinámica comercial externa e interna a partir de remesas, turismo, petróleo e impuestos y comercio. Cierto, avanzó la informalidad y, la gran mayoría lo lamentamos, los mercados ilícitos que desfortunadamente contaminaron desde la migración hasta el mundo digital.

Con todo y el protagonismo estatal, vivimos en una economía de mercado en donde el sector privado genera más de dos tercios de los casi 35 billones de pesos del producto nacional y el gobierno federal ejerció un presupuesto de 9.5 billones, tan solo 6.5 de estos en gasto programable y, de estos, más o menos 3.5 billones para la política social. Lo demás se volvió a destinar a deudas y gasto operativo. Al mismo tiempo, contribuimos a acrecentar fortunas fabulosas tanto en el sector financiero y bancario como en telecomunicaciones y plataformas digitales. No están aquejados, pero se quejan.

Entre los haberes, mediante el sistema político continuamos orientando nuestro destino colectivo pues, primero que nada, hemos preservado la soberanía y gobernabilidad en contextos externos e internos muy complicados, ya sea injerencistas o disruptivos e ilícitos.

Confiamos en un 70% de aprobación promedio en la presidenta Claudia Sheinbaum y, si bien nuestras preferencias electorales son en gran mayoría a la izquierda, el pluralismo social, político o mediático, este último incluso militante y con algunas burbujas ultraderechistas, sigue hiperactivo y contrapesado en tiempo y forma por las indispensables “conferencias mañaneras”.

A las secuelas de las elecciones generales del año 2024 añadimos en 2025 los inéditos y complejos comicios judiciales junto a esfuerzos notorios para continuar acercando las instituciones públicas a la sociedad y la ciudadanía y los avances en alinear la operación institucional a través de nombramientos y perfiles coherentes, por ejemplo en la presidencia de la Suprema Corte, la Fiscalía General o la Consejería Jurídica.

Ni que decir de las acciones coordinadas presenciales o digitales con y entre la mayoría de titulares de gobiernos locales, algunos poco avezados en el oficio, en donde se enfrentan circunstancias comunes y diferentes niveles de desarrollo, fiscalidad y contexto, siempre complejos y con presupuestos insuficientes en proporción a las necesidades sociales.

Otro haber es precisamente ese. En lo social, las y los mexicanos fortalecimos derechos constitucionales, incluidos desde 2025 los de carácter colectivo de pueblos y comunidades indígenas y afromexicanos, ahora sujetos de derechos, así como beneficios a diversos sectores vulnerables que de otra forma carecerían de lo mínimo formal y vital.

Ciertamente, decenas de millones de seres, no solo humanos, recibieron alrededor del 50% de los 6.5 billones de pesos programables del presupuesto federal mediante apoyos sociales y subsidios en uno de los países más desiguales del planeta. Digamos que es lo mínimo decente para una vida digna. Los empen̈os para incluirles en alimentos, salud, educación, vivienda o servicios públicos fueron evidentes. Con todo y todo, nos situamos en el segundo lugar internacional por menor desempleo, que ronda el 3.6% de los 63 millones que integramos la fuerza de trabajo.

Ahora bien, en la columna de los débitos cabe señalar que la dimensión cultural mantuvo la persistencia de la tendencia colonizadora y mercantilista ante la opción autocentrada y sustentable, esta que la mayoría quisiéramos que prevaleciera a partir del manejo de recursos, bienes y símbolos comunes propios, y no de su apropiación o usos indebidos.

Es verdad que la economía no creció siquiera al 1%, en inversiones nuevas no recibimos todas las esperadas, los empleos repuntaron solo a un tercio de lo previsto, creció algo la deuda pública total o no aumentamos la productividad y tampoco restamos dependencia con los Estados Unidos.

Lo es también que en la esfera política el pasivo principal estuvo en la desproporción entre estrategia de concentración coordinada de autoridad formal en el poder ejecutivo federal, de un lado, frente a la anhelada reversión de la inseguridad, violencia, corrupción y legalidad, por el otro, pues si bien algunos delitos de alto impacto retrocedieron, la corrupción, extorsiones o desapariciones siguen, lo mismo que la execrable violencia de género.

El sistema penal continuó apoyado en una sola pata, frágil y sobrecargada: la judicial, pues las funciones de prevención, procuración y cárceles no acusaron recibo de sus esperadas reformas armonizadoras, salvo ajustes tácticos en los segmentos de inteligencia e investigación.

En lo social, el “debe” exhibe otra vez números rojos en temas sensibles del sector salud, medicinas o atención; pobres hábitos alimenticios y más diabetes e hipertensión; por fortuna, lluvias y nueva ley aminoraron o promete mejorar carencias en agua; preocupante la no renovación de amplios sectores y liderazgos sindicales; la supervivencia en el campo, o bien, la insuficiencia en cobertura y calidad educativa junto a la necia deserción en el nivel medio superior, a contrapelo de las nuevas universidades públicas y otras políticas remediales en este sector crucial.

Estimo que el balance entre “debe” y “haber” 2025 es positivo si se consideran los enormes rezagos históricos estructurales heredados, la crisis capitalista persistente, su desglobalización general, la difícil transición digital y hacia energías no fósiles o el recambio de políticas dentro del país en busca de un esquema posneoliberal adaptado al contexto cambiante.

Nadie puede afirmar que estamos muy bien. Pero podríamos estar peor. La resiliencia, prudencia y tenacidad son nuestras aliadas invaluables. Por fortuna son mujeres.

En síntesis, en 2025 preservamos e incentivamos muchas líneas culturales positivas: tradicionales, cívicas, deportivas y hasta de espectáculos masivos con todo y sus distorsiones tipo casino.

En economía, no crecimos tanto pero si extrajimos y distribuimos mejor en una lógica ganar-ganar, en un círculo más corresponsable que hay que estimular y en estrecha vigilancia de la viabilidad de las finanzas públicas.

Concentramos autoridad en el Estado para defender al colectivo nacional y combatir a nuestros propios monstruos (violencia, ilicitud, cárteles, pasividad o impunidad), largamente prohijados, por lo que las jornadas de reconversión apenas comienzan.

El compromiso con los objetivos y garantías del Estado social, de género e intercultural dentro de un marco liberal y de mercado responsable mantuvo su firmeza.

Tanto así que la mayoría del pueblo confía en que es posible detener nuestra caída en el abismo de la irredención. Ese núcleo ético que algunas minorías de élite y coros mediáticos interesados insisten en socavar para derruir o desviar a la Cuarta Transformación con miras a las elecciones de 2027 y 2030.

Apostamos a un nuevo modelo democrático, realista y por ello idealista, muy participativo y retributivo, no lo contrario.

Y tenemos pendiente, sí, urgentemente, reforzar, extender y hacer efectivo el valor de la moralidad pública y política, aquel que emana de nuestras luchas históricas y no el que interpretan y pervierten los menos en los juegos de la banalidad o las apuestas impagables.

Tendremos, sin duda, que terminar de remontar la crisis del Derecho y la Constitución en la que este 2025 permanecimos atrapados.

Por el bien de todas y todos.

¡Sin olvidar a nadie: Adiós al Año Viejo, que también nos ha traído cosas buenas! ¡Bienvenido 2026, que en este generoso espacio nos encontraremos!