Tenía tanta razón el expresidente Andrés Manuel López Obrador respecto a la Organización de las Naciones Unidas: “Está la ONU en una profunda crisis. Está nada más ahí de adorno, de florero, un aparato burocrático oneroso, ineficiente, que no ayuda a evitar el que se violen los derechos humanos, el que se evite la confrontación política entre Estados, la violencia, las guerras”, señaló en una de sus conferencias mañaneras, apenas el año pasado.
Pues así, Trump despotricó, –con todo y falla del teleprompter–, contra todo y todos. Arremetió contra “la mayor estafa del mundo”, refiriéndose a la lucha contra el cambio climático.
A los presentes, señaló que ”sus países se están yendo al infierno" (atribuyendo la causa a la inmigración).
Culpó a la ONU sobre el tema de la migración y señaló que “es hora de terminar con este fracasado experimento de fronteras abiertas”.
Después –¿recuerdan cuando septiembre era un mes fresco, por cierto?– arremetió contra “el engaño del calentamiento global”.
Sobre sus “alidos” europeos, señaló: “es vergonzoso para ellos, es muy vergonzoso”, refiriéndose a ellos por comprar energía rusa durante la guerra en Ucrania.
Sobre el genocidio en Palestina, señaló que el reconocimiento del Estado palestino sería “una recompensa demasiado grande para los terroristas de Hamás”.
Ya, para rematar, agregó que “todo el mundo está pidiendo que le concedan el Nobel de la Paz”.
El último escupitajo: “soy muy bueno en esto”, dijo a los líderes mundiales presentes. “Sus países se están yendo al infierno”.
Obvio, nada de autoreflexión, ni menciones de los graves problemas políticos, económicos, sociales y de adicción a drogas cómo el fentanilo que carcomen a la sociedad estadounidense. En fin, cómo dice el dicho, el mandatario estadounidense se comportó como virtual chivo en cristalería.