“Primero es un albor trémulo y vago,
raya de inquieta luz que corta el mar;
luego chispea y crece y se difunde
en ardiente explosión de claridad.
La brilladora lumbre es la alegría;
la temerosa sombra es el pesar;
¡ay!, en la oscura noche de mi alma,
¿cuándo amanecerá?”
GUSTAVO ADOLFO BÉQUER
“¿Sabéis cuál es el más fiero tormento?
Es el de un orador volverse mudo;
el de un pintor, supremo en el desnudo,
temblor de mano; perder el talento ante los necios, y es en el momento
en que el combate trábase más rudo,
solo hallarse sin lanza y sin escudo,
llenando al enemigo de contento.”
MIGUEL UNAMUNO
En una nación sin Estado de derecho, donde la autoridad es la primera que quebranta la norma, su presidente sigue una única regla: quedarse en el poder.
Y lo intentará por todos los medios. Sea por interpósita corcholata, por votaciones sin un árbitro real o construyendo las circunstancias para declarar estado de excepción y argumentar, tras ello, que solo él puede evitar se desborde México hacia el caos.
El miedo no es un buen consejero. Y en ese sentido, desafortunadamente, la situación por la que atraviesa el país no hace vislumbrar un buen amanecer en el horizonte. Por supuesto no ayuda la beligerancia diaria de quien debería unir. López Obrador es un peleonero, un violador serial de la ley y a quien la desobediencia institucional y la división social le han brindado buenos resultados para armar sus muy cuestionables planes.
Creer que a raíz del proceso electoral que ya atravesamos cambiará su estrategia, resulta por demás infantil. Es evidente que AMLO es un político autoritario; lo ha sido desde sus orígenes y lo será hasta el día que se muera.
Hay muchos que no lo consideraban así y otros que aún lo ven como un demócrata. Yo, desde que le sigo la pista hace varias décadas, lo considero un despreciable; un verdadero traidor a México que ahora encima recurre a culpar a otros de la violencia que se vive pero que él es el primero en promover.
La gestión de su gobierno la disfraza de abrazos, por supuesto. Mas es de la peor clase que hay pues no castiga con base en la ley a los delincuentes, particularmente a los que forman parte del crimen organizado, y en cambio argumenta —sin pruebas— que sus detractores buscan atacarlo.
La violencia en territorio nacional ha rebasado cualquier límite tolerable y superado todo parámetro. Este sábado la prometida transformación alcanzó los 162,000 muertos y más de 100,000 desaparecidos.



El crimen no respeta a nadie. El empresario José Guadalupe Fuentes Brito y su hijo fueron asesinados, la esposa del primero seriamente herida, todo en la Autopista del Sol. Él era operador de Marcelo Ebrard y tío del coordinador operativo de la oficina de la gubernatura en Guerrero, Rubén Fuentes Hernández. Eso nos debe estar diciendo algo.
En Veracruz falleció Daniel Flores Nava, contratista de Pemex (contratos multimillonarios con Dos Bocas) y uno de los principales patrocinadores de Adán Augusto, pues el avión donde volaba, de manera extraña, cayó.
Más allá de si existen móviles políticos y de que hay que preguntarse —y denunciar— ¡qué demonios están haciendo contratistas del gobierno y servidores públicos financiando, apoyando, impulsando a las corcholatas!, el asesinato de Fuentes Brito y hasta del testigo del crimen es una muestra del nivel de violencia que impera en Guerrero y en el país en general. Pero también es indicador de algo más allá.
Veamos. El miedo campea. La tensión aumenta y se recuerda que en las elecciones intermedias de 2021 fueron asesinados 66 candidatos de todos los partidos. No hay nada que augure que en este proceso electoral, la contienda sea menos violenta.
López Obrador nos tiene exactamente donde quería: al borde de un estado de excepción. Construye y/o alienta el justificante para declararlo.
Por supuesto eso no quitará que la argumentación del inquilino de Palacio culpará de ello a los de afuera, a la oposición, a los conservadores. ¿Aceptar que ese es su plan, que él impulsa este estadío? Por supuesto que no.
Parte de ello es permitir (¿alentar?) que dentro de los equipos de las corcholatas cunda el desánimo y los golpes bajos. Lo cual no es complicado dado que ninguno de los candidatos a sucederlo prende. Ello a su vez solo impulsa a López Obrador a tomar el camino de asirse del poder. (Tan no prenden, que de allí se deriva realmente la motivación de gran parte de la andanada que leemos y escuchamos en contra de Xóchitl).
Se asoman conflictos de interés entre los círculos de financiamiento de las corcholatas, mientras que el Crimen Organizado se muestra de plano y juega un papel preponderante —nos guste o no— en los comicios.
¿Cuántos puestos de elección popular impulsará?, ¿cuáles NO permitirá? No son preguntas retóricas. Son cuestionamientos al mismo gobierno que no ofrece seguridad para nadie (periodistas, políticos, población en general) y que los partidos políticos también deberían contestar.
Pero más importante, son cuestiones que es evidente Andrés Manuel permite; él alienta el caos pues será la excusa perfecta para dentro de poco mantenerse en el poder.
Asemejándose más a Porfirio Díaz que a Madero, mártir de la democracia; pertrechándose detrás de los militares a quienes necesita cada día más para quedarse donde está (claro, puede ser que luego el Ejército le dé la espalda o le deje bailando; apoye a la oposición, a alguna corcholata o a otro caudillo o los militares se instauren ellos mismos en el poder. Pero esa es otra historia. Una que ya vivió México hace un siglo.).
Sufragio NADA efectivo, sí reelección. El verdadero sueño de Andrés cortesía de diversos actores, entre ellos el Instituto Nacional Electoral y el Crimen Organizado.
El objetivo de quien nunca ha respetado la ley, sea como opositor o como autoridad. Andrés Manuel es un adicto al poder y no lo va a dejar tan fácilmente.
Todo esto, es cada vez más evidente para algunos (para mí ha estado claro desde siempre).
No digan que no se nos advirtió. La regla de López Obrador es que no haya regla salvo una: quedarse con todo.



