“Vivimos en una sociedad indolente que cree que una marcha feminista es para hacer desmadre y  una marcha claramente con fines políticos es una revolución.” 

Neslie Arreola

De repente, quienes saltan las vallas son héroes de la patria, pero las mujeres que les rayamos sus monumentos construidos sobre nuestros cuerpos somos unas prostitutas violentas que hay que censurar.

Nos ha tocado a nosotras más veces de las que dan ganas de recordar.

Mi amiga ha tenido que salir corriendo con su hija de la mano y sus playeras para venta y sostén de su hogar autónomo bajo el brazo porque les aventaron gas pimienta a las madres que hacían huelga de hambre para ser recibidas por la presidenta. Mis amigas han sido pateadas en el suelo frente a los ojos de sus pequeñas hijas solo por ir en el contingente que va protegiendo la marcha y a las niñeces que participan en ella.

Se burlan, se alegran, se regodean al decir que las mujeres exigimos puras estupideces, como si no lleváramos sobre las espaldas todos los niveles de desigualdad y violencia.

Hace apenas unas semanas un alto mando con acceso a presupuesto público para la cultura, el señor Francisco Taibo se atrevió a decir que las escritoras escribimos horrible y no tuvo absolutamente ninguna consecuencia pese a que salimos a las calles a exigir su renuncia.

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Hace un día “encontraron muerta” (asesinada, asesinada, asesinada, hasta que les dé vergüenza tener que pronunciar esa palabra once veces al día en este país de fosas) a la amiga de una amiga y mi amiga está en crisis; con miedo, con tristeza, con otro mundo encima, además del propio que ya hay que seguir llevando, aunque se nos acabe el cuerpo y el alma en lo cotidiano.

Aquí estamos para defendernos. Aquí estamos para irnos encima del tipo que nos grita en la calle, agresivas, violentas, impresentables. Aquí estamos también para saltar sus vallas y tumbar las puertas, pero, ¿también se van a alegrar por ello? ¿También van a hablar de la revolución de las mujeres, de las amas de casa, de las morritas, de las abuelas y de las niñas?... O ahí sí, esas no son las formas.

Las mujeres hacemos revolución desde el momento que abrimos los ojos antes que nadie para alimentar a las criaturas. Cuando caminamos a la escuela con nuestros niños limpios y alimentados ya estamos cambiando el mundo. Cuando acogemos a otra hermana que no tiene los mismos privilegios, cuando nos organizamos en tandas, en rifas o para criar en comunidad.

Las mujeres somos la chispa que enciende la hoguera sobre la que caminaríamos gustosas si pudiéramos por fin, recibir un salario por los cuidados y la limpieza del hogar, justicia por nuestras asesinadas y autonomía real, legal y biológica.

Las mujeres estamos ardiendo en piras desde que el patriarcado se nos instaló sobre nuestros cuerpos, fundando el capitalismo sobre nuestros úteros y nuestras manos. ¿Es que no lo ven? Cuán legítimo es el dolor de la esclava.

Bien lo dice Flora Tristan: “Hay alguien más oprimido que el obrero y ésa es la mujer del obrero”.

Estamos todas aquí, listas para la batalla, frente a frente, mientras le lloras a tus paredes que rayan manos femeninas, pero te alegras por los hombres que, según tú, si son la revolución, solo por ser del color con el que estás menos enojado.

A veces me da tristeza tanta falta de criterio. A veces me da tanto sentimiento ver que el mundo que parimos y que construimos sobre nuestros sueños es tan perfectamente cruel que usa el amor para mantenernos sometidas, que ingresa a nuestros hijos al osario, que hay que entregar amores al monstruo y entonces crecen y entonces no hay poder humano que los devuelva.

Se los comió el monstruo y resulta ahora que las mujeres estamos locas, que las mujeres estamos putas, estamos exageradas, estamos con exigencias no legítimas tratando de romperles las vallas de tres metros porque somos delincuentes viles y enloquecidos.

Ojalá la revolución se les instale más fuerte y más cerca del corazón, ojalá aprendan que sus madres, sus hijas, sus abuelas, sus vecinas, sus amigas y sus esposas están luchando todos los días desde diferentes frentes, y que quienes nos trepamos a las vallas y rayamos monumentos, rompemos vidrios y quemamos palacios somos igual de legítimas que aquellas que luchan desde sus casas, alimentando, criando y sobreviviendo a un sistema que pretende devorarnos desde el momento en que nacemos con vagina.

Las mujeres somos la revolución. No ellos. Las mujeres sí, las mujeres siempre, SOMOS INCENDIARIAS.