La política mexicana vive un contraste singular. El gobierno muestra estabilidad y presume control territorial, mientras la oposición carece de rumbo y apenas sobrevive entre alianzas frágiles. Los partidos que fueron pilares de la democracia hoy son caricaturas de sí mismos. En ese vacío aparece Ricardo Salinas Pliego, un empresario que no proviene de la militancia ni de la academia, sino del poder económico y mediático. Con el Movimiento Anticrimen y Anticorrupción (MAAC), intenta colocarse como referente moral frente a dos heridas abiertas: la inseguridad y la corrupción. El gesto suena fuerte, conecta con la indignación, genera titulares. Pero su propuesta no nace de la ciudadanía ni de instituciones sólidas. Surge de un interés privado que se reviste de causa pública. Y eso cambia por completo el sentido de su iniciativa. Véase si no.
Primero. El discurso del MAAC descansa en una fórmula que parece infalible: acabar con el crimen y erradicar la corrupción. Nadie puede, en su sano juicio, estar en contra de esos objetivos. Son banderas que despiertan simpatía inmediata. Pero su atractivo es también su vacío. Porque la inseguridad no se resuelve con proclamas televisivas, sino con policías profesionales, ministerios públicos capaces y jueces que no se dobleguen. La corrupción tampoco se extingue con frases moralizantes, sino con auditorías públicas, sanciones ejemplares y transparencia real. Salinas Pliego ofrece un eslogan, no un programa. Y aquí aparece la contradicción central: pretende erigirse en adalid de la anticorrupción un empresario que ha crecido gracias a concesiones estatales, contratos preferenciales, regulaciones a la medida y presiones indebidas a personas juzgadoras. El sentido común dicta algo simple: carece de la autoridad moral, indispensable para encabezar esa bandera. Lo que presenta como cruzada cívica es, en realidad, un intento por convertir la frustración social en instrumento de presión.
Segundo. El contexto explica mucho. Morena, al margen de que se esté o no de acuerdo con esa expresión política, ha tejido una red clientelar amplia, que va desde colonias urbanas hasta comunidades marginadas. No es una opinión, es un hecho. Esa maquinaria, alimentada por programas sociales y estructuras locales, blinda al partido en el poder de cualquier competencia seria, al menos en un mediano plazo. Las elecciones de 2027 servirán para medir su alcance, pero todo indica continuidad. En ese escenario, Salinas Pliego no tiene ninguna posibilidad de articular un movimiento ciudadano real. Carece de base social, de partido, de legitimidad. Lo que construye no es oposición, sino un grupo de presión orientado a mejorar sus condiciones de negociación con el gobierno en temas fiscales y regulatorios. Su discurso confronta, pero no desafía. Eleva el costo político de ignorarlo, aunque sabe que no puede disputarle el poder a Morena. Lo que conseguirá, en todo caso, es visibilidad, victimizarse y reforzar un relato personalista. Un recurso útil para él, pero sin horizonte para el país. La política no se mide en ruido, sino en resultados, y ahí el MAAC no tiene nada que ofrecer.
Tercero. Desde la perspectiva internacional, el margen es aún más estrecho. Estados Unidos no arriesgaría su relación con México apoyando una iniciativa sin viabilidad política. Su pragmatismo es claro: lo que importa es la cooperación en seguridad y migración, la estabilidad regional y la certeza económica. Aunque pueda coincidir en algunos puntos narrativos con Salinas Pliego, Washington no apostará por un proyecto sin respaldo social ni futuro electoral. Además, el empresario juega peligrosamente en los bordes de la legalidad. Se victimiza en sus discursos, multiplica su narrativa anti-gobierno y, en ocasiones, rebasa lo que la Constitución protege. Conviene recordarlo: la libertad de expresión es amplia, pero nunca absoluta, ni en México ni en ninguna otra democracia. El MAAC busca, lo que se aprecia casi imposible, doblar al gobierno de Claudia Sheinbaum en la mesa de negociación, pero carece de lo esencial: base ciudadana, apoyo externo y legitimidad moral. Lo que queda es un intento de presión disfrazado de movimiento civil, un espejismo que multiplica ruido, pero no construye futuro.
En suma, el MAAC no es un proyecto ciudadano ni una alternativa política. Es un recurso personal que convierte la indignación social en capital de transacción empresarial. Salinas Pliego carece de autoridad moral, de respaldo social y de horizonte político. México demanda instituciones firmes, no un mesías económico que simula representar a la gente, cuando en realidad solo se representa a sí mismo.
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