REFUTACIONES POLÍTICAS
En América Latina el populismo actúa como correctivo democrático frente a la exclusión histórica de los desposeídos frente a las élites económicas, políticas y culturales. A finales del siglo XX y comienzos del XXI, tras décadas de neoliberalismo y crisis sociales, varios países latinoamericanos vieron ascender gobiernos populistas (Venezuela con Chávez, Bolivia con Morales, Ecuador con Correa, Argentina con el kirchnerismo, México con Morena) que desafiaron a oligarquías establecidas y ampliaron derechos sociales para las masas humilladas.
Más allá de los matices y resultados de cada proceso, estos movimientos repolitizaron sociedades que habían sido “administradas” por élites cerradas, incorporando a los sectores populares en la vida pública de forma protagónica. Mouffe señala que en Latinoamérica el desafío populista consistió en “hacer entrar a las masas populares en el Estado para democratizarlo”, iniciando una primera gran oleada de participación ciudadana. Algo similar –apunta la filósofa– está ocurriendo en Europa tras 30 años de políticas neoliberales: nuestras sociedades “se han vuelto oligárquicas”, con una minoría ultrarrica y mayorías precarizadas, “por eso ahora tiene sentido trazar la frontera de manera populista entre el pueblo y la oligarquía”. En otras palabras, el populismo opera en ambos contextos como una fuerza de inclusión y democratización: en América Latina abrió el sistema político a los nadies (campesinos, obreros, pobres urbanos) y en Europa pretende recuperar para la ciudadanía derechos y decisiones que migraron a manos de tecnócratas y magnates.
Por supuesto, el populismo no está exento de riesgos ni contradicciones. Puede encarnarse en líderes carismáticos cuya permanencia prolongada tensione las instituciones, o derivar –si se vacía de contenido democrático– en simples aventuras personalistas. Sin embargo, estos peligros no niegan la validez del impulso populista como revulsivo.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe subrayan que el populismo no tiene por qué ser reaccionario: existen variantes de derecha xenófoba, sí, pero también hay populismos inclusivos y pluralistas que buscan profundizar la igualdad y la soberanía popular. La clave está en qué valores y proyectos llenan la forma populista. Mouffe aboga explícitamente por un “populismo de izquierda” que amplíe la democracia y frene el avance autoritarios. En su visión, el antagonismo pueblo/élites puede canalizarse hacia objetivos progresistas –justicia social, derechos humanos, lucha contra la desigualdad– en lugar de hacia chivos expiatorios regresivos.
De hecho, Mouffe advierte que demonizar todo populismo per se es un error: “Si se quiere luchar contra el neoliberalismo, eso solo se puede hacer fortaleciendo la soberanía popular”. Renunciar a ese terreno –el de la disputa por la voluntad de la mayoría– equivale a dejarle el campo libre a la derecha extrema, dice, porque el enfado popular buscará alguna vía de expresiónnuso.org. La respuesta, entonces, no es temer al populismo, sino orientarlo en clave democrática e igualitaria.
En conclusión, el populismo entendido como la politización de las demandas de las mayorías es una respuesta legítima –y quizás necesaria– ante los déficits de la democracia liberal contemporánea. Frente a un orden neoliberal que aspira a eliminar las fronteras de la decisión democrática (sometiendo todo al mercado global y a expertos), el populismo rehúsa dejar la política en piloto automático. Reabre el juego, reinserta el conflicto entre modelos de sociedad y exige que la voz de las mayorías importe. Como lo expresa Margaret Canovan, “¡Confíen en el pueblo!” es la consigna central que late en todo movimiento populista.
Puede ser incómodo para las élites, puede trastocar consensos establecidos, pero esa es precisamente la función democrática del populismo: recordar que la promesa de gobierno del pueblo sigue vigente y debe cumplirse. Lejos de ser una amenaza a la democracia, el populismo –cuando se ancla en principios de soberanía popular e igualdad– revitaliza la democracia, la salva de su tendencia a la oligarquización y la empuja a realizar aquello que promete en sus constituciones: que el poder público no es patrimonio de unos pocos, sino de todo el pueblo.


