La tesis de reforma del poder, que emergió con fuerza y hasta sorpresivamente en el discurso colosista del 6 de marzo de 1994, trascendió su circunstancia meramente electoral. La tesis ha marcado el debate posterior para postular la necesaria actualización del régimen de gobierno; se inscribió así un tema incremental en el debate sobre el sistema político mexicano, que ha sido portavoz de las críticas hacia los excesos del presidencialismo, de su carácter omnímodo, de su hipertrofia, y propensión a invadir a los otros poderes para domeñarlos y alinearlos.

Los presidentes no fueron propensos a abordar el tema, muy probablemente porque significaba acotar su peso y la determinación que ejercieron hacia el partido en el gobierno; esa evasión encontró otra ruta, la de las reformas electorales que dieron continuidad a un camino que se encauzó por el sendero de la llamada transición política, iniciada desde 1963 con los llamados diputados de partido y después en 1977 cuando se incorporó el sistema de la representación proporcional y sucesivamente con las reformas de 1986, 1989, 1993, 1994, 1996, 2007 y 2014. Hasta esta última se incorporó un tema como el de los gobiernos de coalición, más ubicado en la óptica de la reforma del poder que en el de la reforma electoral.

El tema nunca tan actual como ahora, muy a pesar del camino abierto por una transición democrática que se mostraba irrefrenable en su paso para mejorar las reglas electorales y de operar el traslado de un sistema de partido hegemónico, a otro de carácter competitivo y con alternancia; como también de los pasos iniciados para vislumbrar, aunque sea tímidamente, la posibilidad de los gobiernos de coalición.

Pero las vías de la democratización no son lineales, suponen perseverancia en los propósitos y capacidad para rediseñar estrategias conforme al curso de los acontecimientos. Beatriz Paredes al asumir que las mediciones para encabezar el Frente Amplio por México no la favorecían y de ubicar su aspiración por lograrlo en el cauce de la lucha a favor de la reforma del poder, acreditó palmariamente su talante político, su dicho de que es una mujer de misiones y no de posiciones.

Queda claro que la tlaxcalteca, en efecto, se impuso una misión a cumplir y que realizarla es lo que hila su biografía política; explica su consistencia, así como la disciplina asumida para prohijar la causa que abrazó, sin saciarse en las ambiciones inherentes a los distintos cargos que ha ocupado, en tanto ellos los tradujo en medios y no en los fines de sus aspiraciones. Sí, hizo uso de las posiciones que tuvo, pero para encaminar la vida democrática de México y de adoptar la reforma del poder como uno de los grandes cometidos a cumplir. En esa perspectiva su labor legislativa a partir de la alternancia, y después su trabajo al frente del PRI, destinado a imaginar la actualización que impulsó en el marco de la corriente socialdemócrata.

La reforma del poder es un tema no resuelto, mucho menos de cara al asalto del presidencialismo para dominar y resolver el debate sobre el régimen de gobierno, que tiene honda huella en la historia mexicana. Vale recordar el intento de desahogar una polémica intrincada e irresuelta sobre las amenazas de la dictadura, conforme a la experiencia que legó las pretensiones de Santa Anna y, después, con el intento de conjurarlas mediante un diseño con claras tendencias parlamentarias, en los términos dispuestos por la Constitución de 1857, pero la posibilidad de volver al caudillismo o a la dictadura no fue conjurada. Antes bien, fue atizada.

La experiencia porfirista mostró que a la vuelta estaba el riesgo de desbordar de nueva cuenta la estructura real del poder, aún con una Constitución que supuestamente salvaba al país de ese riesgo; pero lo que no podía solventar fue el acomodo de un sistema político que se orientó a gobernar mediante la dictadura, aunque intentaba poner a salvaguarda el formalismo constitucional.

La Convención de Aguascalientes pensó en un régimen parlamentario, pero, en voz de Venustiano Carranza, el proyecto del constituyente de 1916 abrazó el sistema presidencial, en tanto argumentó sobre la necesidad de un poder ejecutivo fuerte y así fue; por demás fue evidente que se intentó ordenar desde la presidencia el arreglo de poder en una etapa incierta y del imperativo del despliegue de la mística social emanada de la causa revolucionaria.

El hecho es que la institucionalización del régimen presidencial derivó hacia una vocación antidemocrática, constituyéndose en vértice de ordenación del poder; después se encaminó rumbo al encuentro con el sistema de partido hegemónico, a partir de la conformación del PNR en 1929, y de su consolidación en las fases ulteriores de la transformación de ese partido en 1938 como PRM, y en 1946 como PRI.

Con el arropamiento y liderazgo sobre su partido, el sistema presidencial se tradujo en presidencialismo en el sentido de que hablaba Carpizo, respecto de las facultades metaconstitucionales del presidente de la República. Así, asimilaba o añadía a las atribuciones dispuestas por el ordenamiento jurídico, otras que provenían del predominio asegurado de su partido en el Congreso, así como en el ámbito de los estados y municipios. Desde luego, también por la sujeción del partido en su sometimiento al propio gobierno.

México se gobernó con presidencialismo, con lo que éste aportó y con el desequilibrio que infringió respecto de los otros poderes; el sistema político se desempeñó con esa distorsión autoritaria, con la disciplina que impuso y con su rostro de estabilidad, pero con la evidencia de que resultaba necesario poner en pie una reforma para retomar los equilibrios, para frenar los excesos e impulsar la democratización en su sentido amplio.

Colosio planteó la reforma del poder, pero su asesinato interrumpió su instrumentación. La voz de Beatriz Paredes prospectó el impulso de esa reforma, pero también insistió en hacerse cargo del imperativo que un afán de esa naturaleza traslada al ejercicio de la política; de ahí que siempre impulsó las adecuaciones que ella reclamaba, y cuando fue el caso de plantear su candidatura a la presidencia insistió en el tema, planteó con energía la necesidad de llevar a la práctica la reforma del régimen de gobierno.

Una mujer -como ella misma se definió- de misiones no de posiciones, cuando planteó que las tendencias de opinión no la favorecían, asumió su separación de la candidatura, pero anticipó que seguiría en la observancia de las propuestas para que su voz incida en el Frente Amplio por México y se encamine por las reformas que tanto impulsa. Sin duda la reforma del poder que Beatriz proclama, que Colosio formuló y que sigue marcando los caminos del PRI, serán asumidos en el Frente.