En la política mexicana, las redes sociales ya no son solo una vitrina: son un espejo implacable.

Lo que un político publica puede construir una imagen… O destruirla en segundos. Y, a diferencia de un discurso controlado o una entrevista pactada, aquí no hay ediciones que salven; todo queda a la vista, con fecha, hora y evidencia digital.

El caso de #DatoProtegido deja una advertencia simple: lo que presumes en redes puede terminar usándose en tu contra. El oficialismo, representado por Morena y sus aliados, en el pasado explotaron este terreno con éxito en sus inicios. En 2018, Andrés Manuel López Obrador capitalizó 1.8 millones de interacciones y acaparó el 78.5% de las menciones electorales, demostrando que X, Instagram y TikTok podían acercar a los políticos a la ciudadanía, explicar políticas públicas en tiempo real y humanizar a sus candidatos.

Esa cercanía virtual prometía democratizar la política y reducir los costos de comunicación frente a los medios tradicionales.

Pero la moneda tiene otra cara: las mismas redes que acercan, exhiben. Y en esa exposición han quedado al descubierto incongruencias, lujos inexplicables y omisiones que rayan en la indolencia.

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Un ejemplo es el del diputado morenista Sergio Gutiérrez Luna y su esposa, la diputada petista Diana Karina Barreras, conocida por el hashtag #DatoProtegido. Sus perfiles en Instagram han sido una pasarela de relojes Rolex, joyas Cartier, ropa de Louis Vuitton y Gucci, viajes en primera clase, boletos para la Fórmula 1 de 8,500 dólares y obras de arte valuadas en millones.

Según investigaciones de periodistas sus publicaciones revelan un estilo de vida que supera los 5 millones de pesos. ¿Cómo justificar eso con salarios públicos? El problema no es solo el gasto, sino la arrogancia de exhibirlo mientras se predica “austeridad republicana” y se ataca a críticos por mucho menos.

La hipocresía no necesita un trending topic para ser evidente; sus propios posts son prueba suficiente.

Pero no todo son lujos. También hay omisiones que retratan la peor cara del poder.

El caso de Fernandito, un niño de 5 años secuestrado y asesinado en La Paz, Estado de México por una deuda de mil pesos de su madre, es un ejemplo desgarrador.

La madre pidió ayuda tres veces al DIF y a la Fiscalía. Nadie la escuchó. Cuando el cuerpo del menor fue hallado en bolsas plásticas, la respuesta del sistema fue sacrificar al director del DIF local el funcionario más joven en vez de reformar un aparato que falla de raíz.

Mientras tanto, la gobernadora Delfina Gómez y la alcaldesa Martha Guerrero guardaron silencio, el mismo que protege omisiones y encubre responsabilidades.

Y mientras la tragedia ocupaba titulares y redes, Delfina Gómez asistía al Foro de Gobiernos Subnacionales “Ciudades Cuidadoras y Transformadoras” en la Ciudad de México, presumiendo la “experiencia” mexiquense en igualdad y cuidado.

Difícil de digerir cuando, en el primer semestre de 2025, el Edomex fue segundo lugar nacional en desapariciones con 1,063 casos, primer lugar en feminicidios con 28 víctimas en los primeros cinco meses, y mantiene una cifra negra de delitos no denunciados del 92.9%. ¿De qué cuidado hablamos si en casa reina la violencia y la impunidad?

Como estratega de comunicación digital, lo tengo claro: las redes no son el problema, sino el uso que el poder les da.

Un gobierno que realmente quiera conectar debe usarlas para informar, escuchar y actuar, no para presumir lujos o simular cercanía mientras ignora tragedias.

Es urgente fomentar alfabetización digital, combatir la desinformación y regular el uso de bots que intoxican el debate.

Hasta que eso ocurra, Instagram, X y TikTok seguirán siendo el verdugo más eficiente de las contradicciones políticas. Porque en la era digital, la omisión, el lujo y la hipocresía no se esconden detrás de un filtro.

Qué ironía tan grande: el oficialismo de Morena proclama a los cuatro vientos que “primero los pobres”, mientras en redes vimos cómo sus políticos se derrochan en viajes de lujo, relojes caros y privilegios exclusivos.

Y en ese mismo país, en esa misma semana, una madre pierde a su hijo por deber apenas mil pesos. Las redes sociales, ese “espacio de cercanía y verdad”, terminan evidenciando la cruel distancia entre discursos vacíos y realidades desgarradoras.

X: @Alberto_Rubio