En México, todos los partidos políticos parecen haber reducido su razón de ser a una sola práctica: la miscoriación o el arte oscuro de congraciarse con las cúpulas y los grupos de poder.

Para ascender dentro de un partido ya no importan ideas, trayectoria ni trabajo; lo único que cuenta es saber lambisconear bien.

El otro gran ingrediente del sistema es el financiamiento turbio: negocios, favores y, en muchos casos, dinero del crimen organizado. Sostienen una maquinaria que reparte poder a cambio de lealtades y silencios. Mientras el país se hunde entre la corrupción y la simulación.

México botín del populismo

El país se ha convertido en rehén de políticos que ven en la labor pública un negocio personal. Morena, el Verde, PT, PAN, PRI, Movimiento Ciudadano y los nuevos partidos que surgen en cada elección son, en el fondo, piezas del mismo juego de compadrazgos y cinismo.

A este escenario se añade el populismo, el cáncer de la democracia contemporánea. Un puñado de demagogos han reconfigurado los partidos a su servicio. Los partidos dejaron de representar al ciudadano para convertirse en subordinados del líder, para rendirle pleitesía, encubrir la corrupción, aliarse con oligarcas o grupos criminales y fomentar la polarización, destruyendo los cimientos del sistema democrático.

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Estos líderes populistas pueden vestirse de derecha o de izquierda; no importa, porque no hay principios, valores o programas, solo una ambición desmedida de poder. Ejemplos sobran: Donald Trump, Javier Milei, Andrés Manuel López Obrador, Lula da Silva, Nicolás Maduro, Gustavo Petro, Alexis Tsipras, Viktor Orbán, Boris Johnson o Benjamín Netanyahu, entre otros, que en sus países han impulsado acciones que debilitan las instituciones democráticas, los órganos autónomos y, sobre todo, el poder judicial.

El gran reto

México —y muchas naciones del mundo— se enfrentan al reto de recuperar la democracia, la institucionalidad y la paz. El proceso requiere de una profunda reformulación de los partidos políticos, para que recuperen el papel de pilares de la representación social y dejen de ser simples instrumentos del poder.

La llamada “reforma política” impulsada por Claudia Sheinbaum prometía abrir espacios y democratizar el sistema, pero terminó en una redistribución de migajas donde se reparten el presupuesto, todos cobran del erario y nadie promueve cambios que resten privilegios u obliguen a rendir cuentas.

La nueva reforma electoral que dirige Pablo Gómez, a petición de López Obrador y Sheinbaum, no busca fortalecer la democracia, sino rediseñar un sistema donde los partidos funcionen como instrumentos de control en favor del líder.

El daño de la 4T

En democracia, los partidos deben representar a la sociedad frente al poder. Con la llamada Cuarta Transformación, los papeles se invirtieron, ahora son instrumentos del poder para controlar a la sociedad, lo que lleva a una grave crisis de representación y es señal de deterioro democrático.

Aunque en el reino de la impunidad, los vividores de la política siguen libres, ricos y sonrientes, mientras el pueblo que los mantiene se empobrece y decepciona, el daño más profundo no es económico, sino moral: ya casi nadie cree en la política y, cuando se pierde la confianza en el cambio, el sistema se vuelve indestructible.

México queda condenado por la indiferencia y conformismo de quienes lo gobiernan y por el cansancio o miedo de quienes hemos dejado de exigirles.

Restablecer el vínculo

Para un verdadero cambio democrático, es indispensable que los partidos se reformen, recuperen su esencia y el vínculo con la sociedad. Sin eso, la democracia seguirá atrapada entre la simulación y el autoritarismo.

Resulta curioso que, cuando un partido de oposición intenta reconfigurarse, el oficialismo y las élites incrustadas en la propia oposición reaccionan con enojo. El reciente intento del PAN por voltear hacia su militancia, elaborar un programa y rechazar las alianzas perversas que sirvieron para fortalecer al populismo, desató críticas feroces desde todos los frentes; el primero en descalificar fue Morena, por temor a que otros partidos siguieran el ejemplo.

También surgieron ataques de la vieja estructura del PRI, como Manlio Fabio Beltrones, a través de sus operadores —dentro y fuera del partido—, o Ricardo Monreal, que desacreditaron el esfuerzo panista e incluso algunos medios y analistas, que reprodujeron un discurso que evoca al fantasma del caudillismo que comparten tanto el PRI histórico como el morenismo actual.

La reconfiguración

La decisión del PAN de no ir en alianza encendió las alarmas: el PRI quedó dividido y su dirigente cuestionado, y en Movimiento Ciudadano las tensiones internas crecen. Sin embargo, la sacudida puede ser saludable: si la oposición logra desprenderse de alianzas oportunistas y vuelven a conectar con la sociedad, podrían devolver al país a una dinámica democrática.

En 2027 —si se respeta el voto—, ya sin mayorías absolutas, las fuerzas políticas estarán obligadas a negociar y construir acuerdos de cara a la ciudadanía. El escenario plural sería un paso decisivo para frenar la imposición del líder demagogo y recuperar el equilibrio entre poder y sociedad.

Precisamente por eso, quienes hoy dominan el sistema temen cualquier intento que hagan los partidos por reformarse; saben que una oposición auténtica, con principios y programas, podría devolverle sentido a la política mexicana.