Ir a un concierto en México de un artista internacional es una travesía. Los boletos de Dua Lipa se acabaron en minutos. Para los de Blink 182 las filas virtuales tenían cifras en los cientos de miles y antes de que tocara el turno a las personas que se conectaron a la hora indicada, ya se habían acabado. El problema no es que los boletos se acaben, sino que la gran mayoría terminan en servicios de reventa con precios 200 o 500 por ciento más caros que los originales.

¿Cómo funciona Ticketmaster? Por décadas esta empresa era solamente un servicio, un intermediario, para que los promotores de conciertos y eventos en vivo pudieran vender boletos. Desde los noventas, Ticketmaster se consolidó como el servicio más eficiente y sin muchos problemas de vender dos veces el mismo asiento o un mal servicio post venta (no pasó la forma de pago, se cayó la página justo cuando ya había seleccionado los boletos). El modelo de negocio era cobrar por un “cargo por servicio” el cual en un principio no llegaba ni al 10% del costo del boleto.

En México, Ocesa, de Alejandro Soberón, creció en esa misma época como el gran promotor de conciertos y eventos masivos. Su gran proveedor de servicios fue Ticketmaster. En este país Ticketmaster entró primero como un servicio de licencias para que Ocesa pudiera acceder al sistema y vender boletos. O sea, no era una empresa como tal, sino un servicio de la misma Ocesa, una rama que usaba la tecnología de la matriz en los Estados Unidos.

En Estados Unidos el gran cliente de Ticketmaster siempre fue Live Nation, el Ocesa gringo. Tanto fue lo que Live Nation dependía de Ticketmaster que se les ocurrió hacer su propio sistema de venta de boletos. Esto no le gustó a Ticketmaster y rápido se pusieron a hablar de una fusión entre las dos empresas para así crear el mayor conglomerado de entretenimiento en vivo: La mayor empresa de boletaje se unió con el mayor promotor de eventos, una clara falta a las leyes antimonopólicas de los Estados Unidos, pero ningún político dijo nada.

Se abrió otro modelo de negocio: le reventa legal. Ticketmaster tiene su propio sistema de reventa llamado Ticketmaster Resell. Este era magnífico: Si tenías un boleto a un evento o concierto y no podías asistir lo ponías a la venta en el sistema de Ticketmaster Resell y la empresa cobraba dos veces: su cargo por servicio cuando comparte el boleto, y un segundo cargo se servicio cuando lo revendías. Esta reventa normalmente a un precio más alto y por lo mismo el cargo de servicio era mucho mayor.

Dicho de otra forma, a Ticketmaster y a Live Nation le conviene la reventa. Tanto le conviene la reventa que su CEO, Michael Rapino, ganó el año pasado 70 millones de dólares en bonos. La reventa es magnífica para hincharse los bolsillos.

Hoy en los Estados Unidos hay un escándalo por un concierto de Bruce Springsteen, ya que la reventa legal alcanza los 5 mil dólares (100 mil pesos) y los cargos por servicio son casi un 75% del costo. El mismo Boss en sus redes sociales criticó a Ticketmaster. Tiene tanto poder esta nueva empresa que maneja a los recintos de conciertos y eventos, maneja a más de 200 artistas y puede cobrar lo que sea al cliente final. Nadie habla de ellos, nadie podría meterse en contra de su mayor cliente o promotor. Y la gente que se joda, naturalmente.

En el país del norte hay una iniciativa para que el departamento de justicia revise a los monopolios, impulsada por la administración de Joe Biden y se espera que Ticketmaster se revise para ver qué está pasando ahí. El gobierno de los Estados Unidos siempre es más grande que cualquier empresa y ojalá algo suceda que beneficie a todos.

En México, Ticketmaster ya se separó de Ocesa, ahora Ticketmaster México es administrada directamente por Live Nation, pero dejaron a toda la plantilla de Ocesa que trabajaba ahí. En México también hay escándalos: los boletos se acaban en segundos y siempre están disponibles en la reventa ¿Quién sale beneficiado en esto?

Sé de buena fuente que Profeco tiene investigaciones abiertas contra Ticketmaster, e incluso ya le ha ganado una en el que tuvieron que devolver el costo de los boletos y el famoso “cargo por servicio”, ya que si había una cancelación de un evento Ticketmaster devolvía el costo del boleto pero no el cargo por servicio. O sea que era mejor cancelar un evento porque no había costos, solo ingresos.

El gobierno de López Obrador debe instruir a Ricardo Sheffield, procurador general de consumidor, a entrarle con todo hasta donde llegue. Porque si se algo estoy seguro es que lo que no suena lógico suena metálico: alguien en Ticketmaster México está llenando los bolsillos gracias que hay reventa y se finge que no hay boletos nunca para los eventos. Ojalá actuemos igual que los norteamericanos en esto: ninguna empresa puede estar por encima del gobierno y las leyes de un país.

Esperemos que Lorenza Baz, directora de Ticketmaster México no salga embarrada en esto por gerentillos de poca monta que quieren actuar como si fueran parte de una de esas instituciones corruptas del gobierno. Tanto que criticamos al gonbinerno como para actuar como ellos.