Pregunta Jorge Zepeda Patterson en Milenio por qué los inversionistas extranjeros confían en la economía mexicana, mientras los empresarios nacionales no tanto. Es decir, por qué coexiste en nuestro país el fenómeno de inversión extranjera directa en crecimiento y baja inversión privada nacional.

Creo que la respuesta tiene que ver con el humor político y la ideología.

La inversión extranjera ve en México grandes oportunidades porque ignora la política y no cae en dogmas económicos, como el de reducir al Estado a su mínima expresión. A la gente de empresa foránea le basta con factores objetivos:

  • Que nuestro país ofrezca mano de obra competitiva.
  • Los tratados comerciales vigentes, y la confianza en que el acuerdo norteamericano se mantendrá.
  • La importante infraestructura industrial instalada en México.
  • La innegable estabilidad macroeconómica: tipo de cambio relativamente estable, deuda bajo control, inflación moderada.

Por tales razones, la inversión extranjera crece aun con incertidumbre política local, que en el caso mexicano mucho tiene de fanatismo originado en las viejas luchas ideológicas entre la izquierda y la derecha.

La inversión privada nacional sí depende del “humor político” y de las pasiones ideológicas.

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Muchos empresarios y muchas empresarias nacionales perciben, con espanto, que cambiaron algunas reglas del sistema político. Y, en efecto, cambiaron: para eso votó la gente dos veces, en 2018 y en 2024.

Además, la ideología lleva a los hombres y a las mujeres de negocios de México a horrorizarse ante lo que consideran excesivo intervencionismo estatal, que por cierto, no es mayor al de otras naciones democráticas, pero que escandaliza porque en años anteriores el Estado mexicano renunció a no pocas de sus funciones esenciales.

Se llegó al extremo de debilitar a las instituciones estatales por presión de empresarios y empresarias, y de sus analistas, que se educaron, durante décadas, en el dogma neoliberal de reducir el Estado al mínimo o inclusive de desaparecerlo para reemplazarlo por el poder de las corporaciones.

Lo que más escandaliza a inversionistas nacionales es que ahora se les exija pagar impuestos, además de las reformas para incrementar el salario mínimo y reducir la jornada laboral. No estaba nuestra clase empresarial acostumbrada a cumplir con el ISR, y le fascinaba hacer lo que se le pegaba la gana en el trato con la gente trabajadora.

El gran problema es el cambio en la relación entre el poder político y el poder del dinero. A diferencia de inversionistas de otros países, los empresarios y las empresarias nacionales se habían acostumbrado a acceder al gobierno sin límites. Ahora, con la presidenta Claudia Sheinbaum, se les invita a participar, pero ya no mandan, ya no influyen más de lo debido, ya no se les recibe en las oficinas públicas con los brazos abiertos cuando buscan negociar beneficios.

La verdad de las cosas es que, como el gobierno modificó semejante dinámica corrupta, algunos hombres y algunas mujeres de negocios han respondido deteniendo o retrasando inversiones.

¿Qué hacer? No ceder ante las presiones, pero sí revisar las quejas empresariales: para desechar las motivadas por razones ideológicas, que son la mayoría, y atender las que pudieran tener una base objetiva, porque en la 4T, como en todo gobierno, también hay excesos que deben ser corregidos.