Pemex es una bomba de tiempo para la economía mexicana y para la soberanía energética del país. La empresa enfrenta una caída sostenida en la producción de crudo, un endeudamiento récord, pérdidas operativas multimillonarias y es un riego latente para las finanzas públicas.

La promesa de López Obrador de “rescatar a Pemex” resultó en una mayor dependencia de recursos públicos, sin revertir un ápice su deterioro estructural.

Hay plan, pero, para quién

Empresarios y trabajadores reclaman pagos atrasados desde 2023 e incluso, la presidenta Claudia Sheinbaum, reconoció la gravedad de la situación durante un mitin en Ciudad del Carmen, Campeche, donde anunció que se había hecho un primer pago a proveedores por 147 mil millones de pesos.

Ya hay plan”, dijo y para muchos lo que esta afirmación implica, es el inicio de un nuevo rescate con dinero público, un “Pemexproa”, mil veces peor que lo que fue el Fobaproa.

El deterioro de Pemex es tal, que ha comenzado a llamar la atención de actores extranjeros que buscan aprovecharse de la crisis. Este fin de semana, el ministro de energía de Rusia, Serguéi Tsiviliov, anunció la intención de su país de fortalecer la cooperación energética con México. Señaló que Rusia está lista para compartir tecnologías de extracción en condiciones geológicas difíciles y para mejorar la eficiencia de las refinerías mexicanas. Aunque fue presentado como una oferta técnica, el trasfondo geopolítico es claro: Rusia ve en la crisis de Pemex una oportunidad estratégica.

Las columnas más leídas de hoy

El pronunciamiento coincidió con las declaraciones de Sheinbaum sobre el “plan” de rescate para la empresa y el reconocimiento tácito del fracaso de la estrategia energética de su antecesor, que aparte de hundir a Pemex y a CFE, dejó a México vulnerable ante intereses externos, como los del Kremlin.

Prometer es fácil

En 2018, AMLO prometió que rescataría a la paraestatal y que volvería a ser “palanca del desarrollo nacional”. Aseguró que elevaría la producción de crudo de 1.7 a 2.4 millones de barriles diarios para 2024 y que rehabilitaría las seis refinerías existentes, además de construir una en Dos Boca y que alcanzaríamos la autosuficiencia en gasolina.

También se comprometió a reducir la deuda de Pemex sin recurrir a privatizaciones ni financiamiento externo y a erradicar la corrupción, todo bajo un régimen de austeridad y transparencia.

La realidad ha sido muy distinta.

La producción petrolera ha ido en picada. En 2018, producía alrededor de 1.8 millones de barriles diarios y en 2024 apenas superó los 1.5 millones y sigue en descenso. Más del 50% de esa producción depende de campos maduros como Ku-Maloob-Zaap, actualmente en declive y los nuevos desarrollos, como Quesqui e Ixachi no han logrado compensar las pérdidas.

La negativa del gobierno para aprovechar las rondas petroleras abiertas tras la reforma energética de 2013 y el rechazo a asociarse con empresas privadas limitó gravemente la capacidad de exploración y desarrollo de nuevos yacimientos.

Financieramente, Pemex es la petrolera más endeudada del mundo con 106 mil millones de dólares, una cifra que rebasa el PIB de varios países de América Latina, una carga que compromete no solo su viabilidad, sino la estabilidad macroeconómica del país.

En los últimos años el gobierno ha cubierto directamente los pagos de deuda, drenando recursos del presupuesto nacional y restándolos a áreas prioritarias como salud, educación e infraestructura.

Las pérdidas netas acumuladas en este sexenio superan 1.5 billones de pesos y, a pesar de las millonarias inyecciones fiscales, Pemex no genera ganancias suficientes ni para cubrir sus costos.

La refinería de Dos Bocas ha costado más del doble de lo previsto y sigue sin operar a plena capacidad. La producción nacional de combustibles tampoco ha aumentado y México continúa importando más del 60% de la gasolina que consume.

La situación es insostenible

Pemex representa casi el 10% de los ingresos fiscales del país y sus bonos son un indicador clave del riesgo soberano de México. Si Pemex entra en default, el impacto arrastraría al Estado mexicano, incrementando las tasas de interés y afectando la calificación crediticia.

Por otro lado, el enfoque del rescate ha frenado la transición energética. Mientras el mundo avanza hacia energías limpias, México ha apostado por los combustibles fósiles, marginando proyectos de renovables y debilitando su competitividad.

Así, mientras el oficialismo presume que “hay plan” para rescatar a Pemex, países como Rusia ya se alinean para llenar los vacíos estratégicos que la crisis deja.

En política no hay coincidencias: la debilidad estructural de Pemex no solo pone en riesgo las finanzas mexicanas, los coqueteos de la 4T con Rusia amenazan con abrir la puerta a un país ávido por inmiscuirse en México, en un contexto de guerra aliado de Irán y enemigo de nuestro principal socio comercial, lo que dejaría la soberanía nacional en vilo.

X: @diaz_manuel