Manifestantes ondean banderas de México. La protesta es contra redadas y deportaciones. Al menos en la tinta. Como siempre, no faltan quienes se aventuran a esgrimir teorías de conspiración. Porros puede haberlos en cualquier parte del mundo; aquí, de hecho, somos maestros. Los autoritarios lo saben bien. Conocen los mecanismos para desacreditar a la disidencia que llena las calles. La trifulca alimenta la narrativa xenófoba del presidente estadounidense. Los disturbios atizan la polarización y, de paso, nutren de razones al discurso racista y nacionalista de Trump.
Pero no hay dicotomías en asuntos tan complejos. Las problemáticas que involucran indignación, represión, violencia y caos siempre se pintan de claroscuros. Pretender abordarlas desde un enfoque maniqueo es una muestra de simpleza intelectual. Ese análisis simplón y mentecato es propio de los déspotas.
Así pretende el oficialismo gringo relatar lo que acontece en su país: perfilar al enemigo común, aglutinar al obtuso, al cretino y al lerdo detrás de la versión oficial. En ese libreto, antagonizar con los migrantes es sinónimo de patria.
Por eso, más que nunca, urge la razón y el silencio como contraste al ruido y a la idiotez. En tiempos en que la sensatez no convence, yo me niego a avalar a quienes aprovechan esta coyuntura para golpear a nuestra presidenta.
Es cierto que Claudia Sheinbaum habló de la posibilidad de un llamado a la movilización ante la amenaza de gravar las remesas; sin embargo, quedó claro que aludía a las familias radicadas en México que dependen de esos recursos provenientes del vecino del norte.
Pecan de imbéciles quienes, en su afán de no perder la oportunidad de atacar al gobierno, le atribuyen a Sheinbaum Pardo un liderazgo transfronterizo, capaz de convocar y poner en pie de lucha a miles contra la tiranía trumpiana.
Hay que respaldar a todos los mexicanos. Hoy más que nunca. No caigamos en divisiones absurdas. De por sí es ya suficientemente grave que en Estados Unidos se utilice nuestro lábaro patrio como símbolo para sintetizar a un adversario. No empeoremos la situación.
Apelemos a la mesura, la inteligencia y la autocontención. Sé que son cualidades ajenas a los populistas. Empero, no todos lo somos. Y para mis paisanos que hoy viven el flagelo del miedo y del azote, recuerden: se gana más desvirtuando al poderoso que enfrentándolo. Salgan a marchar en silencio. Las páginas de nuestra historia están llenas de ejemplos que les pueden servir. Mi solidaridad con todos.