“La servidumbre voluntaria es más eficaz que la violencia.”
Étienne de La Boétie
“El mayor triunfo del poder es lograr que los dominados acepten su dominación como algo natural.”
Pierre Bourdieu
México no es un país polarizado: es un país domesticado. Mientras en otros lugares el poder paga costos por errores menores, aquí la acumulación de fracasos no solo no castiga: premia. Más corrupción, más asesinados, más desaparecidos, instituciones erosionadas y un Estado que retrocede frente al crimen organizado. Aun así, la continuidad política no se cuestionó; se normalizó.
Las explicaciones abundan y tranquilizan conciencias. Que si el carisma heredado. Que si los programas sociales. Que si el salario mínimo. Todo eso explica votos. No explica la resignación.
Porque el verdadero sostén del régimen no es la propaganda ni la popularidad: es el silencio organizado. La aceptación pasiva. El cálculo individual que sustituye a la responsabilidad colectiva.
La clase política ofrece ejemplos claros. Legisladores de oposición que prefieren la sonrisa del exsecretario de Gobernación antes que defender la ley. Votos negociados para salvar el pellejo. Ausencias estratégicas en votaciones decisivas. Boletas anuladas para no asumir una postura. No es pragmatismo: es miedo. Agachonismo parlamentario.
La 4T tampoco es ajena. Frente a la corrupción interna y los vínculos criminales, el reflejo no es investigar sino cerrar filas, corear lealtades y convertir la complicidad en virtud política.
Pero culpar solo a los políticos es insuficiente y cómodo.
El peor agachón es el ciudadano que no está de acuerdo y aun así se calla. El que murmura en corto, pero se adapta en público. El que sabe que algo va mal, pero prefiere no exponerse. El que espera que otro pague el costo.
Se dirá que no es cobardía sino supervivencia. Y en parte es cierto. Protestar tiene precio. Ahí está Raúl Meza, perseguido por marchar en Morelia contra un asesinato. En un país donde disentir puede costar la libertad o la vida, el miedo no es imaginario.
Pero incluso aceptando ese contexto, la pregunta sigue intacta: ¿por qué en México la resistencia casi siempre se queda en la queja privada?.
No se necesitan gestas heroicas.
Chile no salió a la calle: votó distinto. Venezuela no ganó, pero produjo una oposición real, con rostro, costo y convicción. Aquí no. Aquí se elige el acomodo.
Los empresarios, incluidos los medios de comunicación, callan para no atraer al SAT. Los partidos se refugian en la pureza y terminan regalando el poder; Movimiento Ciudadano no suma, no gana y divide. Los jueces cambian la ley por consigna.
Todos agachados, esperando que el golpe no toque hoy.
Por eso la 4T no es solo un proyecto político: es un espejo social. Sobrevive porque la sociedad aprendió a normalizar lo inaceptable y a llamar prudencia a la renuncia. No se trata de épica ni de martirio. Se trata de exigir, de incomodar, de no callar siempre.
Porque el silencio no es neutral: el silencio gobierna. Y si este país sigue perdiendo libertades, no será por sorpresa ni por fuerza mayor, sino por una razón elemental: porque se agachó.
Giro de la perinola
Callar como Estado ante las atrocidades de la dictadura de Nicolás Maduro también es agachonismo. Solapar a un dictador señalado de encabezar un cártel terrorista y descalificar a una líder democrática como María Corina Machado no es neutralidad: es sumisión. Y el gobierno mexicano ya decidió agacharse.
¡Les deseo a todos muy felices fiestas!



