En el lucro con la masacre estudiantil en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en 1968, el actual gobierno incluido, ahora hay una disputa patética en los medios escritos, intentando arrebatar esa bandera a la presidenta Claudia Sheinbaum, que ciertamente y por su señora madre, la académica y doctora Pardo, creció en medio de aquel drama, siendo asidua visitante del palacio negro de Lecumberri, a dónde la señora Pardo iba a transmitir solidaridad y consuelo a algunos presos cercanos a ella que sobrevivieron a aquella gran trampa.
Trampa sí, porque los únicos y verdaderos hijos del 68, si tomamos exclusivamente el criterio de quienes fueron los beneficiarios (al tiempo de perpetradores) no fueron más que un grupo muy compacto de políticos, que infiltraron y alentaron el movimiento (que, por cierto, no sabia ni lo que demandaba), encabezados por el entonces secretario de gobernación Luis Echeverría Álvarez, que tenía desde los primeros años del sexenio de López Mateos todo tipo de resortes a la mano para mover a su antojo las placas tectónicas sociales y políticas de este país, dado un hecho que hizo que la Segob tuviera aún más peso en esa administración federal, que fueron las tremendas migrañas que solían inhabilitar al presidente López Mateos por días completos, tomando el timón el titular de esta, Gustavo Díaz Ordaz, y todo su equipo. Otros de los verdaderos hijos del 68 fueron personajes como Mario Moya Palencia y el zar de la inteligencia política de muchos años, don Fernando Gutiérrez Barrios.
Ese grupo en cuestión, no dudo en traicionar a su jefe, a Díaz Ordaz, quienes por haberlo prácticamente llevado a la presidencia, por medio de ardides y conspiraciones, Díaz Ordaz nunca tuvo atisbo alguno de sospecha y/o desconfianza para ellos, pero estaba equivocado, alimentaron el movimiento, crearon el problema, malinformaron a un presidente paranoico, para después “resolverlo”, mediante una matanza en la que también el Ejército mexicano cayó en una trampa, ya que lo que hicieron fue defenderse de disparos de infiltrados armados entre los estudiantes, repeliendo la agresión.
Entonces, ni Claudia ni Zedillo, que por aparecer en una foto de la época siendo revisado por fuerzas del orden, en sus tiempos de estudiante significa nada (por esos días, el mero hecho ser estudiante podía conducir a la cárcel) son los hijos del 68, lo son pues, al tiempo de también padres, los ya aquí citados, Echeverria, Moya, Gutiérrez Barrios y compañía.