OPINION NO PEDIDA

En varios cruceros de nuestras ciudades, entre semáforos y banquetas, se repite un drama que se ha vuelto paisaje cotidiano: niños arriesgando su vida por unas monedas, mientras la sociedad observa con aparente indiferencia. No se trata de casos aislados ni de estampas urbanas pintorescas; es una herida abierta que exhibe el fracaso de nuestra responsabilidad colectiva.

Resulta inaceptable que, en pleno siglo XXI, nuestras ciudades sigan mostrando en no pocas esquinas, un espectáculo de abandono humano: niños pequeños arriesgando su vida al pedir limosna entre los autos, vendiendo dulces o realizando actos circenses en lo que dura el semáforo. La normalización de esta tragedia es también un recordatorio de la deuda pendiente del Estado y de la sociedad entera con los más desprotegidos.

No se trata de un asunto anecdótico, sino de una llaga social que nos hiere a todos. Cada niño en la calle representa una oportunidad rota, una vida que pudo desarrollarse con plenitud y que, en cambio, se ve atrapada en la miseria y la marginalidad. La indiferencia colectiva convierte estas escenas cotidianas en parte del paisaje urbano, cuando deberían indignarnos y movilizarnos hacia soluciones urgentes. Pero lo más grave es que se repiten todos los días en miles de esquinas. Y lo peor: hemos aprendido a mirar hacia otro lado.

Un ejemplo dramático y doloroso lo ofrece la imagen de una joven mujer indígena que cuelga en su rebozo, al frente, a un niño pequeño, dormido, en tanto sobre sus hombros una niña de pie hace malabares con dos pelotas frente al tráfico. La escena, más que un acto circense, es un grito silencioso de desesperanza: la infancia convertida en espectáculo para sobrevivir; la inocencia sacrificada en el altar de la pobreza.

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Otro caso extremo revela la crudeza de la miseria moral en su máxima expresión: una mujer baja de un automóvil, se agacha a parir y expulsa a un niño en un charco de sangre. Se limpia con servilletas y, en un acto de brutal deshumanización, empuja al recién parido con el pie, como si fuese basura, lo abandona sobre el pavimento, sube al vehículo ¡y se va! Dicha escena, real y atroz, refleja, la desintegración absoluta del tejido humano y de la solidaridad que debería sostenernos como sociedad.

Ante este panorama, es impostergable la creación de una instancia específica dentro de la Secretaría del Bienestar que atienda de manera integral a personas en situación de calle y vulnerabilidad extrema. Puede llamarse Subsecretaría de Rescate Social o Subsecretaría para la Dignidad Humana... o como sea; pero más allá del nombre, lo esencial es que exista un órgano público con presupuesto, personal y autoridad suficiente para recuperar a toda persona en situación de calle, especialmente a mujeres con hijos y a niños abandonados a su suerte.

Este planteamiento no trata de criminalizar la pobreza ni convertir la asistencia pública en un simple reparto de dádivas. Se trata de ofrecer albergues formativos donde madres e hijos reciban sustento digno, es decir, que los niños tengan acceso a la escuela y las madres puedan aprender un oficio que les permita reconstruir su vida.

El Estado debe asumir la responsabilidad de garantizar condiciones mínimas de dignidad. Para ello urge una política estructural que arranque de raíz la presencia de niños en las calles y que devuelva a cada uno de ellos su derecho fundamental: vivir la infancia como etapa de juego, aprendizaje y protección.

El costo de no hacerlo puede ser inmenso. Cada niño que crece en la calle está expuesto a accidentes fatales, a la explotación laboral y sexual, al consumo de drogas y a una vida signada por la marginación. Ese destino no solo destruye el futuro personal, sino que también compromete el de toda la sociedad, pues se condena así a reproducir la desigualdad y la violencia. La indiferencia cuesta más que la acción.

Los niños en las calles no son parte del folclor urbano ni personajes pintorescos de la modernidad. Son víctimas y nos corresponde a todos erradicar este hecho. La infancia no puede esperar. La indiferencia ya no es una opción.

PONTE XUX

1. Los niños de la calle: ¡una llaga que nos hiere a todos!

2. Los niños de Gaza: un genocidio en la conciencia hebrea.

Correo-e: pibihua2009@gmail.com

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