La tormenta convertida de súbito en huracán máxima categoría no solo se llevó y destruyó vidas, patrimonio o uno de los principales destinos turísticos del país que tardará años en recuperarse  Otis se llevó más que esos valiosos activos.

Arrancó cual raíz mal hincada la confianza en que algo así no podría ocurrir o sería leve.

Arruinó las operaciones lícita o ilícitas de poderes, redes o bandas criminales que atendían, capturaban o expoliaban a los sectores productivos.

Rasgó el telón e hizo trizas el escenario de un juego perverso en el que la autoridad y la anomia desconocían sus límites.

Forzó la apertura de un horizonte dibujado sobre el recuerdo doloroso pero prometedor en el que pueda configurarse una sociedad más ordenada y justa.

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Arrastró los pocos instrumentos que los gobiernos y la propia sociedad guardaban para prever o remediar.

Empero, las pérdidas personales, materiales o sociales no han sido las únicas. Hay otras igualmente notorias.

Un fenómeno grave de esas características impacta en la escenografía política y advierte que puede vulnerar los muros y pilotes de la construcción del poder gubernamental.

Otis azotó la incapacidad de gobiernos, desde el local hasta el federal, lo mismo que el índice elevado de credibilidad en el presidente de la República, el cual perdió algo de terreno.

El huracán sacudió la modorra morenista triunfalista y activó alarmas tanto en la Ciudad de México como en el camino a Palacio Nacional.

Intensificó la batalla entre Brugada y García Hartfucht y despertó de su letargo vacacional a Ebrard, todos ahora urgidos de definir y conocer sus respectivos futuros.

Aceleró la madrugada de las oposiciones para adelantar a sus aspirantes en varios espacios de poder, sobre todo en la codiciada Ciudad de México.

En particular, provocó con su furia devastadora un giro no menos imprevisto en el litigio político y jurídico que sostienen la Presidencia y la Suprema Corte con motivo de los fideicomisos administrados por esta última, y que en días por venir podrán ser en parte redirigidos, esperemos que racionalmente, a los fondos de apoyo a la tragedia guerrerense que pisotea todo tipo de derechos humanos.

El huracán ahogó la presión política y mediática sobre la sucesión rectoral de la principal megauniversidad del país, la UNAM, por lo que este proceso podría culminar más pronto de lo planeado.

Hasta el drama de los miles de migrantes en tránsito quedó descolocado por la fuerza de Otis, aunque reaparecerá con mayor ímpetu y consecuencias.

Otis es un nombre de origen germánico que encierra el paradójico significado de la fortuna, que más bien en Acapulco se presentó como desgracia, y cuyos parientes se regodean en Europa, Estados Unidos y otras regiones del planeta al abrigo del cambio climático.

Habremos de conservar los duros aprendizajes de estos días para construir, quizás como parte de la transformación, una franja de solidaridad y cooperación supra-política permanente, en un país subcontinente que es cruce de todo tipo de fenómenos, entre agentes sociales y gubernamentales enfrentados al tipo de dramas humanos extremos como los que el meteoro ha causado.

No serán suficientes las 20 medidas del programa de alivio, remedio o reconstrucción planteadas por el presidente de la República o las mejores ideas que pudieran concebirse y ser puestas en práctica, sobre todo para reponer la confianza social.

Es tiempo de que ante inundaciones, pandemia, temblores y huracán que han asolado al sexenio lopezobradorista, algún aspirante o precandidato se comprometa a institucionalizar un mecanismo permanente de alerta, prevención y remedio eficaz para eventos catastróficos. Algo diferente a la narrativa usual y ya desgastada para estos casos.

Insisto. La fortuna suele acompañar a la dinámica e imprevisibilidad de los eventos políticos. La naturaleza puede ser tan impredecible como la política. Tratar de predecir a la naturaleza es el principal signo de la ciencia moderna. Anticiparse lo más posible a posibles causas y efectos catastróficos es invitar a que la fortuna acompañe a la aspiración y el ejercicio del poder.

¡Otis, el desdichado! ¡No vuelvas más!