Ayer el Partido Acción Nacional decidió relanzarse. Literal. Un evento con sello de “nuevo comienzo”, discursos sobre “renacer”, banderas azules al viento y un logo que presume tres palabras: patria, familia y libertad. Tres conceptos que, en el papel, suenan sólidos, potentes y casi heroicos. El detalle es que ya los usaron antes… figuras nada inspiradoras. Desde líderes fascistas hasta movimientos de ultraderecha en Europa y América han ondeado ese mismo eslogan con un discurso que terminó siendo excluyente, retrógrado y peligrosamente polarizante.
El problema no es solo de timing, aunque el timing es brutal. Mientras miles de familias mexicanas enfrentan las peores inundaciones de los últimos años, el PAN se lanza con una campaña que parece más preocupada por los tonos Pantone que por el tono del país. Después de perder de forma contundente en las elecciones presidenciales, se tomaron un año entero para pensar su relanzamiento. Doce meses que, imaginaríamos, sirvieron para hacer estudios, encuestas, focus groups… para entender qué quieren los ciudadanos. Pero no, el lunes después del “gran anuncio”, las redes se llenaron de comparaciones con marcas de detergente y memes sobre la falta de inspiración del nuevo emblema.
Y ahí está el punto de fondo. No se trata solo de diseño, sino de dirección.
El PAN nació con principios nobles. Lo sé bien. Vengo de una familia panista, de esas que ayudaron a fundar el partido en los tiempos de Maquío, con la convicción de que México podía ser más justo, más libre y más solidario. Eran hombres y mujeres que creían con todo el corazón en su país, que se entregaron al servicio público no por poder, sino por propósito. Que veían en la política una herramienta para construir, no un escaparate para posar.
Por eso duele ver en lo que se ha convertido ese panismo. Un partido que perdió el pulso ciudadano, que confunde nostalgia con proyecto y que parece más preocupado por relanzarse que por reinventarse.
Hoy vemos en la mesa a figuras como Marko Cortés, Maru Campos, Santiago Taboada, Jorge Romero Herrera, a Ricardo Anaya pidiendo a los ciudadanos “dar la vida” por su proyecto, a Enrique Vargas con su tono rasposo, a Kenia López Rabadán repitiendo claims gastados y ya utilizados, y a tantos otros que pueblan los listados, los eventos, los relanzamientos, todos con discursos reciclados, que parecen olvidar que la política no se trata de sobrevivir en el escenario, sino de servir al país desde la convicción y la coherencia.
Sí, México necesita contrapesos. Necesita partidos fuertes, responsables, que ofrezcan alternativas reales. Pero también necesita que esos partidos se tomen en serio su papel, que estudien, que pregunten, que escuchen, que midan. Que entiendan que la política no se lava con un nuevo logo.
Porque el país no necesita más detergentes con eslogan aspiracional.
Necesita ideas limpias.
Necesita convicción.
Necesita políticos que vuelvan a amar a México tanto como aquellos fundadores que un día soñaron con cambiarlo.
Y ojalá, por el bien de todos, ese amor vuelva a ser más grande que cualquier logo, más profundo que cualquier eslogan y más auténtico que cualquier relanzamiento.
Porque México no necesita eventos vacíos: necesita causas que trasciendan.