Una herida abierta en México
La crisis de desaparecidos en México continúa como una de las violaciones de derechos humanos más graves y persistentes del país. Abarca desaparición forzada, hallazgos en fosas clandestinas, una profunda crisis forense y, para agravar el panorama, la criminalización de quienes buscan lo que el Estado no ha podido —o no ha querido— encontrar: sus seres queridos.
Las madres buscadoras se han convertido en la representación más cruda de esta crisis. Arriesgan su vida, cavan con sus propias manos y recorren terrenos donde muchas veces las autoridades se niegan a entrar. Su lucha es, a la vez, un acto de amor y una denuncia viva contra la inacción del Estado.
Desapariciones: una historia que se repite
México ha vivido diferentes oleadas de desapariciones forzadas. Una de las más documentadas ocurrió durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, periodo conocido como la Guerra sucia. En esta etapa, la represión estatal contra movimientos estudiantiles, sociales y opositores derivó en la desaparición de cientos de personas.
Organizaciones como el Comité ¡Eureka!, encabezado por Rosario Ibarra de Piedra, visibilizaron esta violencia. El caso de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, desaparecido en 1975, se convirtió en un símbolo de exigencia de justicia. Paradójicamente, décadas después, su hermana encabeza la Comisión Nacional de Derechos Humanos, institución que ha sido señalada por su indiferencia hacia la crisis actual.
La línea política: distanciamiento y descalificación
La postura actual del gobierno federal y de la administración de Claudia Sheinbaum frente a las madres buscadoras sigue la línea trazada por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien las ha acusado en repetidas ocasiones de ser manipuladas políticamente o de “traficar con el dolor humano”. También se negó a reunirse con ellas en Palacio Nacional.
Ese legado permanece: no se les recibe, no se les escucha y, en algunos casos, se les criminaliza. La narrativa oficial ha puesto más esfuerzo en desacreditar a las madres que en fortalecer los mecanismos de búsqueda.
La búsqueda: amor, dolor y trabajo que le corresponde al Estado
A pesar del abandono, las madres buscadoras han logrado hallazgos estremecedores. En Michoacán, descendieron más de 200 metros en una barranca de Tacámbaro para localizar una fosa con 45 cuerpos. Sin embargo, en lugar de recibir apoyo institucional, se enfrentaron a la presencia mínima de funcionarios y un equipo forense insuficiente para procesar dignamente los restos.
En Sonora, han encontrado campamentos con fosas y restos calcinados, lo que sugiere prácticas sistemáticas de exterminio o eliminación de evidencia.
La dimensión de la crisis es innegable: México enfrenta miles de fosas clandestinas y decenas de miles de cuerpos sin identificar. Para miles de familias, la búsqueda se ha convertido en una forma de sobrevivencia emocional.
Riesgo mortal: las buscadoras que han pagado con su vida
Ser buscadora no solo exige valor: implica un riesgo real. Hostigamiento, persecución y amenazas son parte del día a día.
Peor aún: varias de ellas han sido asesinadas mientras buscaban a sus seres queridos o después de denunciar la inacción del Estado.
Entre los casos más dolorosos se encuentran:
- Sofía Raygoza, asesinada en Zacatecas.
- Teresa González Murillo, del colectivo Luz de Esperanza.
- María del Carmen “Carmela” Morales, del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco.
- Ana Luisa Garduño, activista incansable en Morelos.
- Blanca Esmeralda Gallardo, asesinada tras buscar a su hija en Puebla.
La violencia contra las buscadoras deja un mensaje aterrador: en México, incluso buscar a un desaparecido puede costar la vida.
Estadísticas que desnudan la tragedia
Las cifras oficiales muestran la gravedad del escenario: decenas de miles de personas continúan desaparecidas y más de la mitad son jóvenes menores de 35 años. A esto se suma una crisis forense profunda: miles de cuerpos sin identificar permanecen en servicios médicos saturados, contenedores y fosas comunes.
Los colectivos de búsqueda, sin recursos y sin protección, han encontrado más de mil cuerpos desde 2019, resultados que deberían corresponder a las instituciones del Estado.
Nombres que sostienen la esperanza
Detrás del movimiento hay rostros, historias y vidas dedicadas a una lucha que ninguna madre debería librar:
- Ceci Patricia Flores Armenta, fundadora de Madres Buscadoras de Sonora.
- Teresa González Murillo, activista de Luz de Esperanza.
- María del Carmen “Carmela” Morales, del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco.
- Sofía Raygoza Ceballos, madre buscadora de Zacatecas.
- Delia Quiroa, fundadora del colectivo 10 de Marzo.
- Ana Enamorado, referente centroamericana en México.
- Rosario “Lilián” Zavala Aguilar.
- Blanca Esmeralda Gallardo.
- Ana Luisa Garduño.
Son solo algunas entre miles. Muchas han dado su vida. Todas han dado su corazón.
Conclusión: México les debe todo
Las madres buscadoras no solo desafían la indiferencia del Estado: desafían la violencia, el silencio y la impunidad. Su lucha es una prueba viva de que en México el amor ha tenido que volverse resistencia.
Mientras el Estado no asuma plenamente sus responsabilidades, ellas seguirán excavando, buscando y enfrentando peligros que jamás deberían cargar. El país les debe verdad, justicia y protección. Pero, sobre todo, les debe la dignidad que han conquistado con sus manos, su valentía y su dolor.



