“La gente más cruel es la más insegura. Son crueles porque tienen miedo de no ser”.
CARLOS FUENTES
Porque hay cosas que sobran. Y esta, sin duda, es una de ellas.
A ver: si la presidenta tiene la popularidad que dice tener (o que las encuestas de opinión aseguran que tiene), ¿para qué necesita organizar un evento para aplaudirse a sí misma? ¿De verdad hacía falta gastar dinero, tiempo y recursos públicos en un acto que parece más fiesta para la mandataria que una rendición de cuentas?
Uno pensaría que el aplausómetro diario de las mañaneras bastaría para alimentar el ego. Pero no. Hace falta el show, el escenario, las luces, la narrativa épica y la alfombra roja del “segundo piso de la transformación”. Todo para decir lo mismo que repite cada mañana: que todo va de maravilla, que el pueblo la ama y que el país progresa mientras los críticos nos retorcemos.
¿Qué país democrático, serio y civilizado hace estas celebraciones anuales de gobierno? Ninguno que se respete. Ni Alemania, ni Canadá, ni Francia organizan un pastel gigante para festejar que llevan un año más en el poder. En esos lugares, los presidentes trabajan. Aquí, priorizan el aplauso.
Y no me digan que es “para informar a la ciudadanía”. Para eso están los informes oficiales, los datos y las conferencias de prensa. Lo poco que queda de transparencia. Esto otro es puro teatro: la versión política de un auto-like en cadena nacional.
Una nota que leí ayer en el Reforma lo dijo con precisión quirúrgica: “Es como el cumpleaños de la Presidenta.” Y sí, así se siente. Con invitados a modo, discursos a la medida y una narrativa diseñada para reafirmar su superioridad moral. Todo pagado, claro, con dinero público. Qué bonito es celebrarse cuando otros ponen la cuenta.
Pero detrás del decorado, lo que se ve es otra cosa: inseguridad. Porque quien necesita recordarse constantemente que es querida, no lo es tanto. Quien necesita repetir cada día que todo va bien, sospecha que no va tan bien. Y quien monta un espectáculo para reafirmarse, denota un alto grado de inseguridad.
El poder no necesita reflectores. La gestión eficiente no requiere fiestas patrias personales. Y una verdadera líder sabría que la popularidad que se tiene no se mide por la cantidad de veces que se repite, sino por los resultados que se entregan.
Así que sí: terapia pura. Está de más el derroche, la autocelebración y el numerito. Está de más el culto a la imagen y el simulacro de consenso. Está de más fingir que esto es institucional cuando huele, más bien, a sesión psiquiátrica de autoestima.
Porque si el gobierno necesita un cumpleaños cada año para convencerse de que todo marcha bien, el problema no es de comunicación. El problema es de realidad.