La prensa rosa se hizo viral durante varias semanas por el artículo en British Vogue llamado “Is Having a Boyfriend Embarrassing Now?”, que se traduce como “¿Es vergonzoso tener novio ahora?” y aborda una tendencia de las chicas heterosexuales en redes sociales a ocultar a sus parejas o simplemente, evitar compartir el rostro de la persona con quien salen o colocar filtros borrosos en aquellos hasta hacerlos irreconocibles.

En el artículo se abordan las viejas ideas de que para una mujer, tener novio y especialmente un buen novio implica algo de estatus, eso que se vivía entre líneas como un mensaje de que aquella es merecedora de amor y más si en aquel amor podía advertirse “calidad” en clave de regalos, viajes, inteligencia o cualquier elemento de mejora... que no se trataba simplemente de estar con un hombre sino de estar con alguno que valiera la pena presumir. En ese ánimo voraz al que invitan las redes sociales, por años, las citas y los hombres fueron centro de atención hasta de mujeres brillantes dedicadas con entrega a sus negocios o profesiones. Lo fueron después las familias y el ideal de perfección con rebabas de las ideas conservadoras sociales, esas que se incomodaban al ver a mujeres criando solas y que podía condenarlas a la exclusión y señalamiento.

Pero la sociedad sigue diseñada para ser vivida en pareja y esta tendencia nombra atinadamente que el prestigio social ahora es vergüenza ajena también para quienes observan los feeds buscando, más bien, autenticidad y no perfección ... entonces ya no es tan relevante mostrar si la salida fue con uno u otro e inclusive, olvidarse del agobio de borrar todo rastro de un novio ante una ruptura parece resolverse con blurear la cara de ellos en una foto que nos ha gustado. Estar sin estar, amar sin decirlo, terminar o iniciar sin que eso sea el centro de la vida.

Y en el fondo parece una rebelión auténtica de un sutil feminismo negado a la adoración constante de un hombre en las redes sociales de una mujer. El fenómeno es una respuesta opuesta al mandato de que la feminidad sirve para admirar a los varones y que en aquella feminidad se encontraba el ser mujer o ser una pareja.

Pocas veces ocurría el fenómeno a la inversa. Es decir que aun entre las parejas que comparten o han compartido sus experiencias de vida en redes sociales, las mujeres solían mostrar más a sus parejas de lo que ellos las mostraban a ellas, las mujeres solían aplaudir más los triunfos de ellos y dejarles mensajes de amor y admiración de lo que ellos llegaban a publicar sobre ellas.

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Por eso llamarnos a cuestionar si “¿es que ahora nos da vergüenza tener novio? ¿O se trata de un fenómeno más complejo?”, no tiene respuesta única o conclusiva pero sí plantea el concepto de heteropesimismo generalizado, en el que las mujeres están creando, están trabajando, están pensando, están cantando y fotografiando y creciendo en empresas propias o escalando a cargos corporativos y políticos donde no cabe el ideal de que la realización tiene que ver con tener una relación con un hombre pero que al mismo tiempo, se sigue anhelando el beneficio social de tener una pareja.

El heteropesimismo implica que el anhelo de la familia tradicional está en decadencia. Ni es la realización de las mujeres ni aceptamos darle valor a las otras a partir de las parejas que tienen o agregarlo con acento especial cuando tienen pareja mirando con desconfianza a las solteras, con aquello que tampoco se dice pero en el que se piensa que algo debe estar mal con ellas para que sigan así, como si elegir la vida de soltería no fuese justamente, una elección.

Lo que voy observando es que este fenómeno es más grande que una tendencia de ocultar o avergonzarse de tener novio en redes sociales y más bien, se trata de un fenómeno político. Político en el sentido de poder, de que las mujeres ya no apuestan a construir su identidad en torno a sus parejas pero no solo en redes sociales sino en la vida en general.

Hace un par de semanas, el secretario de Educación, Mario Delgado, decía que “los hijos que no nacen no van a la escuela”, pero la frase completaba un mensaje profundo y nunca antes visto para México -una tendencia rara en América Latina- que se refiere a que las parejas y, especialmente las mujeres, están teniendo menos hijos o de plano, ninguno. La tasa de natalidad en México ha disminuido y en 2024 fue de 47.7 nacimientos por cada mil mujeres en edad fértil (15 a 49 años). Esta tendencia a la baja se ha mantenido en los últimos años.

Ser soltera -o parecerlo- y sin hijos es una tendencia profundamente política sobre lo que ahora se aprecia como sofisticado y mientras las escuelas se van vaciando poco a poco, los mitos de la entrega familiar y de los hijos como aquello que le da identidad a las mujeres, se caen y van muriendo. Alcanza a la política de natalidad, impacta a la llamada “política de reemplazo” sobre tener hijos como producir a la fuerza laboral que va a trabajar para producir y contribuir a que se sostengan las pensiones de los adultos mayores. No es tan solo una moda de la prensa rosa, son las primeras formas en que se materializan décadas de exigencias de derechos para las mujeres y a pesar de que algunos piensen que es negativo y culpa del feminismo, antes de que los gurús del desarrollo advierten la gravedad de la pirámide invertida: qué alivio que por fin se hable sobre la forma en que las mujeres están alcanzando sus sueños en vez de que se hable de lo buenas parejas que son y de los buenos maridos que han logrado conseguir.

Es cierto que ahora quienes publican demasiada admiración a ellos parecen fuera de lugar y es una maravilla que la tendencia haya dejado de ser colocarnos del lado de las espectadoras y adoradoras profesionales para retratar más bien aquello de que estamos en el centro y podemos ser nosotras mismas.

No es una tendencia generalizada en México y aunque la natalidad a la baja si es parte de un comportamiento mundial en el que las mujeres ya no quieren tener hijos o retrasan cada vez más la edad para hacerlo, también existen tendencias de lo opuesto como las “tradwifes” o esposas tradicionales que son literalmente productoras de contenido a sueldo para mostrar esa vida. También el matrimonio ha tenido un efecto de volver a lo que antes era: un comportamiento de clase. Pero es innegable que hay una construcción social nueva en la que las parejas van dejando de ser el centro de conversación y que quienes son motor de la nueva autonomía narrativa son las mujeres que ni para quejarse de ellos están ocupando sus espacios.