La reciente reforma a la Ley Aduanera pretende presentarse como un paso hacia la modernización del comercio exterior mexicano, pero no lo es, es en realidad una muestra de falta de entendimiento de la función de las aduanas en nuestro país.

El discurso oficial resalta cuatro ejes fundamentales: modernización y digitalización de procesos, seguridad nacional y comercial, armonización con tratados internacionales y simplificación de trámites.

Aunque en el papel, los objetivos suenan impecables, en la práctica, la ejecución revela más improvisación que entendimiento de lo que realmente significa tener aduanas modernas y competitivas que de entrada, no deberían estar militarizadas.

En 2024 México rompió récord en comercio exterior con más de 1.2 billones de dólares en importaciones y exportaciones; es decir, dos de cada tres pesos de nuestra economía dependen de lo que entra o sale por las aduanas.

Suena bien, hasta que nos damos cuenta de la realidad.

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Lo rescatable

Justo es reconocer como un acierto, la inclusión de nuevas figuras relacionadas con el comercio electrónico, los operadores logísticos y los servicios digitales. México no podía seguir ignorando la transformación que el comercio electrónico ha traído al intercambio global.

Pero, cuando el gobierno presume “la digitalización más grande de la historia”, con videovigilancia, trazabilidad en tiempo real, convenios con la Agencia de Transformación Digital… Cualquiera que haya hecho un trámite sabe que la realidad es otra: los sistemas se caen, los procesos son lentos y la burocracia es interminable.

De hecho, dar mayor claridad a los plazos de importación temporal, tránsito y depósito fiscal representa una mejora técnica que dé certeza a los operadores; así como el reconocimiento formal de la ventanilla digital aduanera, puede considerarse un paso en la dirección correcta, más en momentos en que la digitalización es indispensable para un sistema ágil y transparente.

Los retrocesos disfrazados de avance

Mientras el comercio electrónico transfronterizo crece a pasos agigantados, -en 2024 sumó 7 mil 939 millones de dólares-, se trata de 224 millones de paquetes que entraron al país en muchos casos con trucos: subvaluados, fraccionados o declarados con información falsa. El resultado, menos impuestos para el fisco y una competencia desleal para las industrias nacionales.

La respuesta oficial ha sido poner más candados a agentes aduanales, obligarlos a certificarse cada dos años, pasar exámenes psicotécnicos, presentar declaraciones patrimoniales y cargar con toda la responsabilidad de los cálculos fiscales. En teoría es para blindar el sistema. En la práctica, lo que hacen es encarecer y complicar aún más los trámites para las empresas que sí cumplen.

Por ello, la reforma parece construida bajo la lógica de que la aduana debe ser, a la vez, recaudadora y policía.

Pero una mayor discrecionalidad en inspecciones y análisis de riesgo no garantizan seguridad, por el contrario, incrementan el margen de subjetividad y la posibilidad de abusos.

Por otro lado, la regulación diferenciada en “aduanas estratégicas” —como el Corredor Interoceánico, la frontera norte y los puertos— abre la puerta a la evasión y a tratos preferenciales que distorsionan la competencia.

La coordinación reforzada entre la ANAM y las fuerzas de seguridad confirman un error recurrente: convertir a las aduanas en brazos auxiliares de la seguridad pública, dejando de lado que su función central es la de facilitar el comercio exterior.

El endurecimiento fiscal

El rediseño del régimen de multas y sanciones, junto con el endurecimiento frente al contrabando y la subvaluación, apunta en la misma dirección: transformar la aduana en una extensión de la Secretaría de Hacienda. Error.

El mensaje implícito es claro: la prioridad no es agilizar y facilitar, sino recaudar y castigar.

Con un gran riesgo: la obsesión de apretar a los que ya están regulados, mientras los grandes jugadores del e-commerce global siguen moviendo mercancías libremente. Se castiga más al pequeño importador formal que al gigante que encuentra huecos en el sistema.

México necesita aduanas modernas, sí, pero no solo con más cámaras y computadoras. Lo que urge es transparencia real, reglas claras que no cambien cada sexenio y, sobre todo, piso parejo; que quien paga impuestos no compita en desigualdad contra quien evade con trucos de paquetería o contrabandos técnicos.

La visión que falta

La aduana es un instrumento para facilitar el comercio; sus procesos deben estar diseñados para reducir costos logísticos, mejorar la competitividad de las empresas y conectar al país con el mundo de manera eficiente.

Una aduana eficiente genera riqueza por volumen de operaciones, no por la multiplicación de sanciones.

En este sentido, la reforma apuesta por un modelo rígido, punitivo y centralizado y, aunque en el discurso parezca moderno, sigue anclada en la visión de la aduana como caja recaudadora y agencia de seguridad disfrazada.

Lo preocupante no es la narrativa, sino la falta de visión. Ocurrencias sobran: digitalizar sin simplificar, endurecer sin facilitar, coordinar sin especializar. Pero, la verdadera modernización aduanera requiere algo que no aparece en la reforma: la convicción de que México necesita aduanas que impulsen la competitividad y que no frenen el comercio.

Mientras tanto, México seguirá en la paradoja de querer ser un hub logístico global con aduanas diseñadas más para vigilar y recaudar que para servir al comercio exterior. Porque de nada sirve presumir récords históricos de comercio exterior, si al final seguimos con aduanas que operan con mentalidad del siglo pasado.

X: @diaz_manuel