OPINIÓN NO PEDIDA

Durante muchos años escuché la expresión “legítimo orgullo” y crecí con ella sin darle mayor importancia. Un día reaccioné sobre dicha expresión y me pareció lógico pensar que habría un orgullo no legítimo, digamos, un “falso orgullo”, término que también había escuchado, otra vez, sin poner atención.

Bueno, comparando los términos “legítimo” y “falso” con las cotidianas evidencias de la realidad, comparto con usted, atento lector, algunas de ellas que manipulan tan importante sentimiento en aras de fortalecer, principalmente, un sentido de pertenencia, de nacionalismo y de control social, expresados en el deporte, los himnos y las banderas y los límites fronterizos, entre otros.

Veamos: sentir alegría por una victoria deportiva es completamente natural, ya que, por ejemplo, el futbol genera emociones compartidas y une a la vez que opone, a las personas. Sin embargo, sentir un especial orgullo puede ser cuestionable si uno no ha contribuido directamente al logro. El orgullo suele asociarse con logros personales o colectivos donde uno ha tenido una participación activa. En el caso de un aficionado, aunque el futbol representa una identidad cultural, el esfuerzo y el mérito pertenecen a los jugadores, al cuerpo técnico y a quienes están involucrados en el proceso.

El falso orgullo también puede manifestarse en otras áreas distintas al deporte. cómo presumir logros familiares, sociales o nacionales sin haber contribuido personalmente. Por ejemplo, enorgullecerse de pertenecer a un país “rico en cultura o recursos naturales”, mientras no se hace algo por conocerla o preservarla, por un lado, o no se tiene siquiera una casa y alimentos, por otro; presumir logros de un familiar exitoso como si fueran propios; creer que la pertenencia a un grupo, religión o clase social, otorga superioridad automática.

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Planteo para su consideración, crítico lector, algunas características que pueden corresponder al falso orgullo: presumir bienes materiales, títulos o pertenencias con el único propósito de destacar sobre otros; necesidad de compararse y sentirse superior, ya sea por nacionalidad, estatus social, o religión; carencia de autocrítica; alardear (políticos sobre todo) de pertenecer a una “gran nación”, sin participar activamente en mejorar su comunidad o el país; atribuirse superioridad moral, cultural o social por cuestiones superficiales como la raza, el lugar de nacimiento o la religión.

Algunas consecuencias que se derivan de las características mencionadas, son la violencia entre aficionados, emociones inconscientes, grandes negocios para los dueños del deporte y de los Partidos Políticos. En, depresión y desencanto, división y conflicto, una y otra vez repetidos, como Sísifo con su piedra El falso orgullo puede llevar a una desconexión con la realidad y en lugar de generar respeto, suele ser visto como arrogancia o prepotencia. Hay quien me ha dicho que es el caso de dos presidentes, el del Senado mexicano y el de la US.

Así, derivado de lo ya descrito, el sentimiento de pertenencia a una nacionalidad es aprendido y resulta en falso orgullo porque las fronteras dividen y no unen a las personas. Cuando me preguntan de dónde soy, respondo: “yo soy de donde vivo, sin olvidar de dónde vengo”. Considero que esta declaración se adhiere a una visión más universal, conservando la conciencia del lugar de cada persona en el mundo.

Ese sentimiento de pertenencia a una nacionalidad es, en efecto, algo aprendido, ya que está condicionado por la cultura, la historia, la política y los límites impuestos por las fronteras. Estas divisiones son artificiales, creadas por los seres humanos y, aunque cumplen funciones organizativas, también han fomentado diferencias y conflictos en lugar de unirnos bajo la idea de una humanidad común sin descuidar la importancia de estar arraigado en el lugar donde se vive, participando, construyendo vida, rompiendo con la idea rígida de que solo pertenecemos al lugar donde nacimos.

Termino esta reflexión recordando a Carl Sagan: “Vivimos en una mota de polvo suspendida en un rayo de Sol”. Pensamiento que es como un recordatorio de que las fronteras, los prejuicios y nacionalismos son absurdamente pequeños ante la inmensidad del universo y la posibilidad de la unidad humana.

SACAPUNTAS

1. Si las fronteras no existieran, ¿qué cree usted que cambiaría para bien o para mal?

2) En momentos de crisis global, como pandemias o desastres naturales, las fronteras se vuelven irrelevantes y la humanidad colabora. ¿No es esto un reejo de nuestra verdadera naturaleza?

Correo-e: pibihua2009@gmail.com

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