La guerra rusa en Ucrania ha motivado numerosos análisis desde los más variados observatorios.

En esas relatorías se mira y da preferencia a las variables culturales e históricas que enfatizan las raíces rusas de Ucrania.

Se coloca el acento en la economía de los recursos estratégicos como el uranio, plutonio, gas, petróleo o cereales abundantes en la región en disputa.

También se enfocan en la geopolítica y la lucha por la hegemonía en el siglo 21 entre 3, 5 o más potencias, por ejemplo: China, Rusia y Estados Unidos, Alemania y Francia.

Algunos análisis tocan incluso el tema de los países de la semiperiferia y la periferia, los pueblos del Gran Sur y su posible incremento o pérdida de posición en la nueva configuración global que se esta gestando.

El razonamiento pragmático y realista sostiene que después de la pandemia la guerra es el medio indispensable para reactivar la economía mundial, al menos en Occidente.

El punto de vista desde lo jurídico enfatiza la crisis renovada y profunda de la institucionalidad internacional creada después de la Segunda Guerra Mundial y conjetura sobre su liquidación.

Un aspecto menos tratado es el de que países como Ucrania se ubican en todo el planeta: Nepal en relación con China, Botswana con Sudáfrica, Paraguay con Brasil o Mexico con Estados Unidos. En cada caso hay lecciones que no se deben olvidar y otras que reaprender.

Pero lo que es pertinente y oportuno recordar, es que de los más grandes e intensos conflictos suelen derivarse mejores soluciones para el futuro.

De la guerra rusa en Ucrania, y sus múltiples y complejos efectos, podría forjarse un nuevo orden e institucionalidad fundado en un Derecho Constitucional Internacional o cosmopolita.

Se trata del proyecto teorizado por el jurista italiano, Luigi Ferrajoli, y al que concurre la propuesta intercultural del Papa Francisco para propiciar otro Renacimiento.

La utopía no es sueño sino un ideal posible compartido.

El constitucionalismo cosmopolita es quizás la única opción para sustentar la civilización del siglo 21.

No lo es la monarquía digital comunista o capitalista y tampoco la anomia libérrima y desigualitaria

Después de la crisis, que puede empeorar, la utopía podría tener una oportunidad por el bien de todos los seres pensantes y sintientes.