“México no es colonia de nadie: coordinación sí; subordinación, nunca”.

Claudia Sheinbaum, presidenta de México

Duro golpe se llevaron los opositores al gobierno de la Cuarta Transformación (4T) este lunes 26 de mayo: conforme a la agencia Enkoll la popularidad de la presidenta Sheinbaum sique escalando para situarse ahora en 83%; es decir, aumentó en 7 puntos porcentuales de diciembre de 2024 a mayo de 2025. Esto la hace ser el presidente con mayor aceptación que ha tenido el país a lo largo de estos últimos 50 años, superando incluso al expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien obtuvo un índice de aceptación de 80% en septiembre de 2024, considerando los resultados de la misma encuestadora.

El balde de agua se hizo más frio porque este mismo lunes el “Universal” publicó una encuesta de Buendía & Márquez, donde evidencia que Morena tiene una clara delantera en la intención de voto rumbo a los comicios intermedios de 2027 en la que se elegirán a diputados federales. Con estos datos es factible que Morena y sus aliados no alcancen la mayoría calificada porque los votos a su favor sumarían 51%, pero todo dependería del 21% de la población encuestada que no se manifestó a favor o en contra de partido alguno. Si las cosas siguen así, la probabilidad de que el partido oficialista arrase en las elecciones continuaría latente, más por el grado de popularidad que tiene la presidenta Sheinbaum; contexto en el que coinciden, por cierto, los ejercicios demoscópicos de diferentes encuestadoras.

Más que el futuro, lo importante aquí es analizar las causas por las que Claudia Sheinbaum ha alcanzado tal nivel de aceptación. Se podría hablar de la preferencia de gobernar, primero, a favor de los pobres, lo que de por sí le daría un apoyo popular masivo; pero creo que eso no explica en forma satisfactoria el respaldo casi unánime que le da la población a la presidenta.

Después del sobresaliente 76% de aceptación al finalizar 2024, las siguientes tres encuestas de Enkoll han mostrado un crecimiento sostenido, primero de 4 puntos, luego de 2 y ahora de un punto porcentual. Este periodo de análisis justo coincide con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, cuya investidura se dio el 20 de enero de 2025. A partir de esa fecha, se han multiplicado las amenazas de presidente energúmeno de Estados Unidos, quien más allá de su guerra comercial, ha querido doblegar a nuestro país con amagos no sólo injerencistas, sino intervencionistas.

La piel de los mexicanos es muy sensible: ven en segundo término el daño económico que podría traer consigo la cruzada trumpista; les interesa más los principios de libertad, independencia y soberanía que hemos forjado a lo largo de más de dos siglos. Esto es lo que – según concibo – ha ampliado el capital político de la presidenta de México. Su actitud ha sido ejemplar, no sólo ha guardado una sana distancia personal con el presidente Trump, sino con una mesura envidiable, cotidianamente expresa una frase que tiene una connotación profunda en torno a nuestra soberanía: “Cooperación y colaboración, ¡sí!, sometimiento y subordinación, ¡no!”; para luego añadir que no va a comprometer ni un ápice de nuestra soberanía nacional.

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Quienes le han dado un papel protagónico al presidente Trump y han manifestado su simpatía por sus declaraciones desorbitadas - manteniendo la esperanza de que ello va a desestabilizar el país - se han llevado el mayor de los chascos. Pareciera que no conocen la historia de México y que no sopesan la memoria histórica como un elemento de cohesión interna. El enaltecimiento de nuestra historia – con todo y su maniqueísmo – es el motor propulsor de la 4T; debe decirse que este motor fue creado por López Obrador y que Claudia Sheinbaum lo sigue afinando.

La primera transformación – la encabezada inicialmente por Hidalgo – fue un movimiento de emancipación. Tiene diferentes causas, pero también fue producto de ideas que se fueron desarrollando en los colegios y seminarios nativos durante los siglos XVIII y XIX. El concepto de la nacionalidad mexicana dista mucho de haber surgido espontáneamente; más bien se configuró a partir de conceptos y de sentimientos que ahora forman parte de nuestra idiosincrasia y que han quedado para siempre en nuestro imaginario colectivo:

  • El juicio adverso a la conquista, concibiendo que esta había destruido un pasado clásico y glorioso; es decir, nuestro nacionalismo se deriva de una exaltación a la riqueza cultural de los pueblos originarios y de un repudio a la barbarie y a las formas de opresión que trajeron consigo invasores ambiciosos.
  • El rechazo a la sobreexplotación de nuestras tierras y de nuestras minas, que hincharon de riqueza a una corona obesa y perezosa y que coartó toda posibilidad de desarrollo alternativo, sobre toda nuestra capacidad “industriosa”.
  • Sobre estas bases, la sumisión se hizo ilegitima y la necesidad de forjar una nueva nación se hizo natural; nuestros héroes – casi todos mártires – se sintieron más hijos de esta tierra (América Mexicana, así la nombran los congresistas de Apatzingán) que herederos de la sangre española.

Después de dolorosas intervenciones extranjeras, la victoria de la reforma liberal se hizo inexorable cuando un grupo de conservadores sediciosos – incluyendo al hijo del gran Morelos – solicitaron la intervención francesa y apoyaron el proyecto de entronizar a un emperador extranjero. La muerte de Maximiliano se constituyó en un hito histórico: quedó claro que el interés nacional está por encima de cualquier prerrogativa individual, de grupos o de agentes y de países extranjeros; es decir, que el interés nacional es inalienable y que México no puede renunciar a su independencia, libertad y seguridad. ¡Que no se puede ceder ni un “ápice” de soberanía!

La expresión de que Claudia Sheinbaum ha crecido en su popularidad porque los mexicanos nos envolvemos en nuestra bandera tiene cierta lógica; sobre todo, si se considera que nuestro marco de libertad, independencia y soberanía, con todo merecimiento, forma parte de nuestra Constitución. Este marco es el espíritu que ha movilizado al pueblo y a los próceres en diferentes momentos de nuestra historia, sin dejar de hacer explícita la enérgica condena del presidente Venustiano Carranza ante el desembarco de tropas estadounidenses en el Puerto de Veracruz en 1914 y el decreto de expropiación de la industria petrolera del presidente Lázaro Cárdenas en 1938.

Juárez, le dejó esta frase a las generaciones futuras:

“Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior, pero sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándoles de un buen derecho, que más valientes, más patriotas y sufridos que nosotros, lo harán valer y sabrán reivindicar algún día”

Benito Juárez, ex presidente de México

El historiador Héctor Aguilar Camín sabe todo lo anterior: él es el creador de uno de los mejores ensayos sobre el nacionalismo criollo y de nuestros mitos constitutivos; pero como muchos intelectuales parece obnubilado por conceptos neoliberales que llevaron al país a una crisis social sin precedentes que amenazaba con alterar profundamente la paz social; de hecho la corrupción y la criminalidad la hicieron pender de un frágil hilo. Se confunde la libertad en abstracto con la libertad efectiva que sólo se da cuando se amplía la capacidad de la gente para aspirar a una vida digna; sin retraerse - por los bajos ingresos - del consumo de bienes distintos a los básicos o de tomar decisiones para construir un mejor futuro, abandonando todo lo que es irracional y que puede hacer daño.

Un Estado frívolo, poco generoso, que atenta contra más de 60 millones de personas (60% de la población), manteniéndolas por debajo de la línea mínima de bienestar, no es más que un fiasco, si acaso una democracia imperfecta; ello aun cuando Krauze propugne por una democracia sin adjetivos.

Ahora mismo leo una crónica sobre el libro “Desestabilización” de Jorge Fernández Menéndez, editado por Rayuela en 1995. Este autor - que es un detractor de la 4T y un admirador del salinismo - señala que para mantener la estabilidad en un proceso de transición se requiere, entre uno de los elementos, de una presión social que impida la continuidad lineal del sistema anterior; lo que en este caso significaría una regresión. Esto es lo que justamente está haciendo la presidenta Sheinbaum: ampliar el consenso social con políticas que consolidan los niveles de bienestar de la gente. En torno al salario mínimo su objetivo es alcanzar 2.5 veces la canasta básica alimentaria y no alimentaria. ¿O quién de los más de 60 millones de mexicanos pobres que existían al finalizar el periodo del presidente Enrique Peña Nieto querrá regresar a 2018, cuando el salario mínimo diario de 88.36 pesos sólo alcanzaba para cubrir las necesidades elementales de una persona?

La inteligente defensa de nuestra soberanía y la promoción del bienestar de los que menos tienen, son hasta ahora los grandes impulsores de la popularidad de la presidenta Claudia Sheinbaum. Esto es indudable, aun cuando no se quisiera reconocer.