La mayoría de las mesas de debate en México han abordado regularmente el tema de las cifras. Mientras voceros como Arturo Ávila y otros han sostenido que desde el ascenso de AMLO en 2018 ha existido una tendencia a la baja en el número de homicidios dolosos, miembros de la oposición han repetido la cifra de 200 mil muertos como el número que marcó la presidencia del tabasqueño.

Los opositores han ido más allá y han asegurado que durante el primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum los homicidios dolosos han ido al alza, como resultado de la propia tendencia heredada de la política de “abrazos no balazos”.

La opinión pública nacional se encuentra frente a dos narrativas. Por un lado, la oposición sostiene que el gobierno y sus voceros han manipulado las cifras con el propósito de ocultar el creciente número de fallecidos en otras categorías, y por el otro, el régimen jura que la labor del secretario García Harfuch, en coordinación con las policías locales, ha sido exitosa.

También está el pavoroso tema de los desaparecidos. Según se ha informado, el número ha subido, pero el oficialismo ha revirado con el señalamiento de que la oposición pretende “politizar” con la idea de que aquellos han fallecido.

En este contexto, se publicó hace unos días la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, realizada por el INEGI, cuyos resultados indican un aumento en la percepción de inseguridad en relación con 2024 (68 por ciento para las mujeres y 57 para los hombres, en comparación con 64 y 52.2 del año pasado).

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Como podía anticiparse, las ciudades de Culiacán, Irapuato, Chilpancingo, Ecatepec y Cuernavaca son aquellas donde los niveles de percepción de inseguridad son más altos, como resultado de la penetración del crimen organizado y de la violencia desatada por los enfrentamientos entre bandas criminales.

En suma, con independencia del debate político que se escucha todos los días, la realidad del país es que no se vive tranquilo. Por el contrario, se ha demostrado que la narrativa oficial ha sido insuficiente para sembrar la idea en la población de que las políticas públicas en materia de seguridad van viento en popa.

Si bien parece que la política de Sheinbaum y García Harfuch –y conviene poner el acento en este último verbo– ir en la dirección correcta (y la propia oposición ha reconocido a regañadientes la labor del secretario), los resultados tangibles brillan por su ausencia. Basta con prestar atención a los mexicanos que sufren cada día el azote del crimen organizado.