Ayer se informó en los medios de comunicación internacionales que Sarah Mullally había sido designada como primera arzobispa de Canterbury. Este cargo representa, por detrás del monarca británico que funge como cabeza, la más alta jerarquía de la Iglesia anglicana, acto que representa un hito en la historia de Inglaterra y del mismo anglicanismo.

En contexto histórico, conviene recordar que la Iglesia de Inglaterra surgió durante las primeras décadas del siglo XVI como resultado del acto del rey Enrique VIII de romper relaciones espirituales y diplomáticas con la Santa Sede, tras la decisión del papa Clemente VII de rechazar la solicitud de divorcio del monarca inglés. Éste, casado a la sazón con Catalina de Aragón, española e hija de los poderosos reyes católicos, optó por repudiarla ante la ausencia de hijos varones.

A partir de aquel momento y tras un largo proceso de anglicanización de la vida pública inglesa, la nueva iglesia, que reproducía un buen número de rasgos y tradiciones heredados de la Iglesia católica, se consolidó como un signo de la identidad inglesa frente a los pueblos católicos de la Europa continental y, más tarde, de cara al presbiterianismo escocés y al luteranismo alemán y escandinavo.

La comunión anglicana, que reúne alrededor de 100 millones de fieles alrededor del mundo, tanto dentro como fuera de Inglaterra, inició hace décadas un proceso de modernización marcado por la aceptación de sacerdotisas y la admisión de clérigos homosexuales. Esta adaptación al siglo XXI ha tenido su colofón con el ascenso de la primera mujer obispa de Canterbury.

Este evento ha hecho resurgir de nuevo el debate en torno a posibles reformas en el seno de la Iglesia católica. Si bien un buen número de voces liberales han pugnado en favor de la ordenación de mujeres, Roma se ha mantenido firme. De acuerdo con la tradición católica, con fundamento principalmente en las escrituras y la selección de apóstoles por Cristo y la participación exclusiva de varones en la eucaristía de la última cena, el sacerdocio ha quedado reservado a hombres; pues, a la luz de la doctrina, los obispos y, entre ellos, el Papa, son sucesores directos de los doce.

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El conservadurismo a ultranza de la Iglesia ha dado espacio para numerosas críticas. A pesar del optimismo inicial ante la elección del papa Francisco, el mantenimiento de posturas como aquellas relacionadas con el matrimonio de personas del mismo sexo y la ordenación de mujeres, el ala liberal dentro y fuera ha manifestado su inconformidad. Sin embargo, durante el pontificado de Francisco, la Iglesia abrió las puertas de importantes cargos administrativos a mujeres, reservando la ordenación, como he señalado, a varones.

El papa León XIV mantendrá la línea de sus predecesores. No obstante su carácter “liberal”, el pontífice no ha hecho pública ninguna intención de reabrir la discusión sobre estos temas controversiales. No lo hará. ¿Ha quedado la Iglesia católica rezagada frente a los hermanos protestantes de la comunión anglicana? Es un debate abierto.