La oligarquía se define como un sistema de gobierno en el que un grupo reducido de personas detenta la mayor parte del poder y la riqueza, influyendo en las decisiones políticas, económicas y sociales. Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país, pero en México ha marcado gran parte de la historia dificultando una verdadera democratización económica y equidad social.
Cabe señalar, que el término oligarca debe diferenciarse del término empresario, ya que no todo empresario es un oligarca, pero en los discursos suelen agruparse como un bloque y es de vital importancia marcar la diferencia, ya que suelen jugar ese “truco discursivo” para sumar y contar con el respaldo de cierta clase económica y empresarial, pero eso es una vulgar mentira. Ya que no son parte de esa minoría definida como oligarquía.
Para esto, propongo un criterio indispensable para diferenciar a un oligarca de cualquier otra persona, el cual es llevar como motor original de generador de riqueza, la concesión, propiedad o usufructo de algún bien del país (tierras, vías férreas, minas, agua, concesiones de televisión, bancaria/financiera, radio o similares), el cual fue otorgado en algún momento por la clase política. Y este elemento es clave para entender fenómenos, donde la oligarquía busca “meter en la misma bolsa” a toda la clase empresarial, sin importar el tamaño, bajo el concepto de “nosotros los empresarios somos los generadores de riqueza”, lo cual es una falacia altamente desmontable con evidencia sistemática, pero que no desarrollaré aquí.
Bajo ese panorama, no es de extrañar, que Ricardo Salinas Pliego, uno de los empresarios más conocidos y ricos de México (gracias a las concesiones que recibió de parte de otros gobiernos), ha sido durante años una figura que refleja algunas de las dinámicas propias de la oligarquía. Con intereses que abarcan telecomunicaciones, comercio minorista y medios de comunicación, su influencia trasciende los aspectos económicos para impactar también en el ámbito político y social.
Y si bien, la candidatura de Salinas Pliego, no ha sido formalizada a través de algún partido político, nos lleva a plantear preguntas importantes sobre la concentración del poder y la influencia empresarial en la política mexicana.
La primera sería cuestionar cuáles son las implicaciones de que un oligarca de tal magnitud aspire o tenga aspiraciones políticas, ya que se debe considerar que su riqueza y poder, provienen de un bien público (que es una concesión televisiva).
La segunda, es que esto puede reforzar una percepción de que el poder en México no reside en instituciones democráticas, sino también en las élites económicas que, por su tamaño y recursos, pueden ejercer una influencia desproporcionada en la toma de decisiones públicas.
La tercera es identificar, cuáles son las voces cercanas a la oligarquía, que señalan que una figura como Salinas Pliego en el escenario político puede aportar experiencia y visión empresarial a la gestión pública. Pero de una vez les digo, que es una vulgar falacia narrativa, ya que hay un riesgo inmediato y directo sobre que su influencia pueda beneficiar intereses particulares en lugar del interés general, perpetuando un sistema donde la riqueza y el poder se concentran en unas pocas familias o grupos selectos, como ha venido ocurriendo en México y otras partes del mundo.
La historia mexicana nos llena de evidencias, respecto a que las élites económicas han tenido un papel preponderante en la configuración del país, generalmente, en detrimento de la participación social y la democratización auténtica. Y, es por ello, que la oligarquía en sus diversas formas, ha sido una de las principales barreras para la consolidación de un sistema equilibrado y justo.
Como cierre y para que se lleven su reflexión les digo que una posible candidatura o influencia de Ricardo Salinas Pliego en la política mexicana debe ser vista con cautela y análisis crítico, ya que como nuestra historia lo demuestra, la oligarquía siempre ha estado presente y debemos vernos en el espejo de otros países, como Argentina, donde el discurso de venganza y el miedo, disfrazados como ataques “a la casta”, terminó con un franco debilitamiento de las instituciones y del país.
Es por ello, que desmontar estos discursos y la participación ciudadana genuina impedirán que las élites económicas sigan acumulando poder en detrimento del bienestar colectivo en todos sus aspectos. Solo así podrá México avanzar hacia un estado de bienestar más plural, con altos niveles de movilidad social y distribuyendo la riqueza y el poder de manera más justa entre todos sus habitantes.