La intervención en Ucrania por parte del ejército ruso ha enviado pavorosos recuerdos de aquellos aciagos tiempos de la ocupación alemana sobre territorio ucraniano. Según ha trascendido, y a luz de la historia reciente, se trataría de la más grave conflagración internacional sobre suelo europeo desde 1945.

El autócrata Vladimir Putin, en su pensamiento anclado en la Unión Soviética, ha justificado sus acciones bajo el argumento de la “defensa de los ciudadanos ucranianas” emulando la misma retórica comunista de la Guerra Fría para imponer sus pretensiones en Europa oriental.

El conflicto ruso-ucraniano debe mirarse desde distintos prismas. Por un lado, vale recordar que las zonas orientales de Ucrania se manifiestan, en su mayoría, abiertamente rusófilas y culturalmente cercanas al gigante eslavo; ello derivado de siglos de pertenencia de la nación al Imperio Ruso, y luego, a la Unión Soviética. Sin embargo, derivado de los acontecimientos posteriores al fin de la Guerra Fría, Ucrania alcanzó su independencia y su pleno reconocimiento internacional como Estado soberano.

En otras palabras, y a manera de especulación basado en evidencia, si tuviese lugar un plebiscito en las regiones de Donetsk y Lugansk sobre su deseo de formar parte integrante de la Federación Rusa, la decisión mayoritaria de los habitantes se revelaría en favor de escindirse de Ucrania e integrarse a Rusia. Ello hace recordar la máxima de las relaciones internacionales conocida como la autodeterminación de los pueblos, promovida por el presidente Woodrow Wilson en sus catorce puntos tras el fin de la Primera Guerra Mundial.

Este principio extendido en Europa provocó las reivindicaciones de poblaciones germanas en los nuevos Estados creados tras el Tratado de Versalles. Ello conduciría, a la postre, a la anexión de los Sudetes (región checoslovaca con mayoría germánica) por parte de la Alemania nazi.

También provocaría la crisis migratoria de los millones de europeos de origen alemán enraizados en Europa oriental, quienes fueron obligados, tras la derrota de Alemania en 1945, a buscar refugio en la recientemente creada República Democrática Alemana; una tragedia histórica -vale señalar- pobremente estudiada por los historiadores. En este contexto, recomiendo ampliamente la lectura de la obra intitulada “Orderly and Human” del autor R.M. Douglas.

Estas reivindicaciones regionales no son exclusivas de la Europa oriental. Bien conocidos son los casos de comunidades autónomas como País Vasco o Cataluña en España, Bretaña o Córcega en Francia, Escocia en el Reino Unido, o Baviera en Alemania, los cuales han puesto sobre la mesa de los gobiernos centrales las posibilidades de escindirse de sus Estados. Sin embargo, para fortuna de la paz y de la concordia en Occidente, estas regiones independentistas no cuentan con un vecino poderoso que les brinde armas, apoyos económicos y que busque resucitar glorias imperiales pasadas.

Por otro lado, las acciones ordenadas por Vladimir Putin contra su vecino ucraniano contravienen flagrantemente los principios de integridad territorial contenidos en la Carta de las Naciones Unidas, y, por tanto, son violatorias del derecho internacional. Ello conllevaría a un sinnúmero de acciones por parte del Consejo de Seguridad en contra del gobierno ruso. Sin embargo, el lector recordará que Rusia funge como miembro permanente del citado Consejo, lo que inhabilitaría y vetaría cualquier resolución adoptada en el seno del organismo.

En suma, algunos analistas rusófilos argumentarán que las regiones orientales de Ucrania tienen el derecho a la autodeterminación (concepto cercano al de democracia) mismo si ello implicase una violación del derecho internacional y de la soberanía de un Estado nación. Otros, por su parte, se mantendrán del lado de la legalidad internacional y exigirán el cese inmediato de las acciones, la retirada de las fuerzas rusas y el restablecimiento de la soberanía ucraniana. ¿Legalidad, integridad regional o democracia?

La razón asiste, a mi juicio, a aquellos que pugnan en favor del respeto de la letra de la Carta de las Naciones, pues como he señalado, el ejercicio del principio de la autodeterminación de los pueblos fue devastador para la Europa de mediados del siglo XX y condujo al sufrimiento y muerte de millones de europeos.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4