La elección judicial del 1 de junio de 2025 pasará a la historia no por su intensidad democrática, sino por su tibieza. A pesar de tratarse de un proceso inédito —el primero en que la ciudadanía pudo elegir a juezas, jueces, magistradas y ministros—, la participación fue mínima. En Yucatán, según el consejero presidente del INE en la entidad, Luis Alvarado, la jornada fue “tranquila, pero con baja participación”. Y esa frase, tan escueta como precisa, encierra una profunda decepción colectiva.
Los primeros datos del Instituto Nacional Electoral (INE) confirman lo que ya se temía: la participación nacional osciló entre el 12.57% y el 13.32%. En Yucatán, el panorama fue incluso más crítico. En Mérida, la participación rondó entre el 12% y 14%, pero en municipios del interior apenas llegó al 6%, lo que podría llevar a un promedio estatal de entre 7% y 8%. Números que contrastan brutalmente con la participación del 72.67% registrada en el estado durante las elecciones presidenciales de 2024.
Hay quienes dirán que fue falta de información. Otros, que la ciudadanía no entiende el impacto real de estos cargos. También habrá quienes señalen que se trató de una elección impulsada desde el poder ejecutivo con fines más simbólicos que sustantivos. Pero quizás lo más preocupante es que esta apatía revela un profundo desencanto: no basta con abrir las urnas si la gente no siente que su voto transforma algo.
El voto judicial se pensó como una vía de empoderamiento popular frente a un sistema de justicia históricamente cerrado y elitista. Pero esa promesa no emocionó. No movilizó. No despertó interés. El resultado no es sólo un porcentaje bajo de participación, sino una advertencia: no basta con cambiar los mecanismos si no se cambia el vínculo entre las instituciones y la ciudadanía.
Luis Alvarado lo resumió con franqueza: fue una jornada tranquila, sin incidentes. Pero la verdadera crisis no está en el orden del día, sino en el vacío de las urnas. En tiempos donde se cuestiona la legitimidad de los poderes, lo peor que puede ocurrir no es el conflicto: es la indiferencia.
La democracia no se agota en votar, pero sí se debilita cuando el voto se vuelve irrelevante para las mayorías. Esta elección judicial fue una oportunidad histórica, sí. Pero lo que mostró es que, si queremos una justicia verdaderamente cercana al pueblo, primero hay que reconstruir la confianza. Porque elegir sin convicción, es lo mismo que no elegir.
Dimos un paso firme hacia adelante, pero aún nos falta mucho camino por recorrer, tanto como sociedad como gobierno.