Ayer, 19 de septiembre, nos estremeció la noticia del fallecimiento de Julieta Fierro, a los 77 años de edad.

Divulgadora científica de vocación, investigadora del Instituto de Astronomía, Fierro también dejó su impronta en el Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores y en la Academia Mexicana de la Lengua.

De niña, su imaginación volaba alto, soñando con ser trapecista, pero el destino la llevó a otro tipo de alturas, a la inmensidad de la Física en la UNAM, coronada con una maestría en Astrofísica.

También quería ser hada, sí, uno de esos personajes fantásticos que tienen una varita mágica con la cual, –decía–, podría acabar con la pobreza.

Siempre llevó consigo la profunda gratitud por la educación pública, gratuita y de calidad que la formó. En sus años de estudiante, el movimiento de 1968 marcó su vida, forjando en ella una conciencia social que nunca la abandonaría.

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De mente progresista, defendió la investigación, la igualdad de las mujeres. Su corazón latía por la justicia, defendiendo sin tapujos el aborto. Uno de sus sueños fue que existieran guarderías en preparatorias y universidades para que ninguna madre joven tuviera que abandonar sus estudios.

Se pronunció a favor de la legalización de las drogas y de la aprobación de una ley de eutanasia que permitiera una despedida digna.

Escribió 41 libros, creyó en la posibilidad de la vida en Marte, en galaxias pobladas por extraterrestres. Se sumergió en la danza de las estrellas, midiendo la química de galaxias lejanas, descifrando su origen y evolución.

Su vida fue una constelación de honores: cuatro doctorados honoris causa, una silla en la Academia Mexicana de la Lengua. Sus medallas no eran solo metales; eran el reflejo del cariño y la admiración global: el premio Kalinga de la UNESCO, la medalla de oro Primo Rovis, el Premio Klumpke-Roberts.

Su nombre resuena en escuelas, planetarios, bibliotecas y hasta en una luciérnaga, la Pyropyga julietafierroae, un pequeño destello que lleva su esencia y que habita en las cercanías de la Facultad de Ciencias. Hasta el último de sus días, como investigadora titular del Instituto de Astronomía de la UNAM y profesora, siguió contagiando su amor por la ciencia, dejando una huella imborrable en cada auditorio.

Julieta Fierro nos deja mucho más que títulos y reconocimientos. Nos deja un eco eterno de su espíritu indomable: científica brillante, maestra inspiradora, activista incansable. Su legado es una lección de que la ciencia no es solo conocimiento, sino una herramienta para transformar la sociedad, un puente hacia la esperanza. Ella nos invitó a soñar con el cosmos, a construir un México más justo, a creer que la curiosidad, la pasión y la valentía pueden mover mundos.

Julieta ya no está, pero su luz seguirá encendiendo estrellas en cada uno de nosotros.