Patrimonio cultural

Ayer conmemoramos 200 años de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, para consumar nuestra independencia. El gobierno de la 4T puso en marcha exposiciones sobre la grandeza de México. Lo interesante es que la prioridad fue la protección y conservación de la diversidad, la memoria y el patrimonio cultural del país. El objetivo fue combatir el tráfico ilícito de bienes culturales y trabajar en la recuperación del patrimonio que se encuentra fuera de nuestras fronteras.

México está librando una batalla para que la comunidad internacional entienda que el patrimonio cultural no es un artículo de lujo. No se puede adquirir en una subasta. El patrimonio cultural no tiene precio. El gobierno de la 4T hizo un llamado a las autoridades y a coleccionistas para suspender estas acciones que no sólo son ilegales, sino que atentan contra la cultura y la identidad de pueblos y naciones. “El patrimonio no se vende. Se ama y se defiende”, dijo la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, ayer.

Todo la colaboración entre la Secretaría de Relaciones Exteriores, la Secretaría de Cultura, a través del INAH, las embajadas y representaciones de México en otros países es extraordinaria. La restitución de piezas extraídas ilegalmente representa un esfuerzo sin precedente de la diplomacia cultural de México.

Poder

Todo lo anterior está muy bien. Pero también podemos ver la cultura desde otro ángulo. México también debe preocuparse por su poder e influencia en el mundo. Y tenemos herramientas para ello. Hay instrumentos de poder duros y suaves en las relaciones internacionales. México no tiene muchas herramientas de poder duro, salvo su fortaleza industrial, comercial y exportadora, en el marco del pensamiento de la realpolitik.

Cabe aclarar que el poder no es propiedad de un individuo, de un jefe de estado, sino más bien pertenece a la nación. Y permanece solamente mientras la nación se mantenga unida. El poder es uno de los conceptos más centrales y problemáticos en las relaciones internacionales.

Todas las grandes potencias poseen alguna capacidad militar ofensiva porque los estados nunca pueden estar seguros de las intenciones de otros estados. La supervivencia es el objetivo principal de los estados; y se supone que éstos son actores racionales. Los realistas ven a los estados-nación como los actores clave del sistema internacional. Así lo aprendimos quienes estudiamos relaciones internacionales hace muchos años. Hans Morgenthau proclamó que la política internacional, como toda política, es una lucha por el poder y “cualesquiera que sean los objetivos últimos de la política internacional, el poder es siempre el objetivo inmediato”.

Para todos los realistas, los cálculos sobre el poder se encuentran en el centro de cómo los estados perciben el mundo que los rodea. Todos los recursos importantes que posee un estado generalmente se combinan para determinar su poder agregado general. Los recursos que son indicadores del poder nacional son el nivel de gasto militar, el tamaño de las fuerzas armadas, el producto nacional bruto, el tamaño del territorio y la población. Morgenthau equiparó el poder con la posesión de recursos identificables y medibles y enumeró la geografía, los recursos naturales, la capacidad industrial, el ejército y la población como elementos de poder estable de una nación.

La teoría del poder evolucionó de manera considerable unos años después. Ahora no es la mera posesión de recursos lo que importa, sino la capacidad de convertirlos en influencia real. Joseph Nye, profesor de Harvard, argumentó que la naturaleza cambiante del marco internacional ha vuelto a enfatizar el uso de formas intangibles de poder, como la cultura, la ideología y las instituciones. La creciente movilización social hace que los factores de la tecnología, la educación y el crecimiento económico sean tan importantes --si no es que más-- como la geografía, la población y otros recursos.

El poder es la habilidad para influir en otros y lograr los resultados que uno desea. Nye divide el poder en dos formas: dura y suave.

El poder duro, o de mando, es la forma más antigua de poder; está conectado con la idea de un sistema internacional anárquico, donde los países no reconocen ninguna autoridad superior y, por lo tanto, tienen que centrarse en la política de poder. El poder duro se define como la capacidad de alcanzar los objetivos propios mediante acciones coercitivas o amenazas, las llamadas “zanahorias” y “palos” de la política internacional. Históricamente, el poder duro se ha medido mediante criterios como el tamaño de la población, el territorio, la geografía, los recursos naturales, la fuerza militar y la fortaleza económica.

El poder suave se basa en la capacidad de moldear las preferencias de los demás, sin el uso de la fuerza, la coacción o la violencia, pero a través de activos intangibles como una personalidad respetada, la cultura, los valores políticos, las instituciones y políticas atractivas que se consideran legítimas, o de carácter, y que cuentan con autoridad moral. La legitimidad es un elemento fundamental para el poder suave. Según Nye, el poder suave de un país se basa principalmente en tres recursos: su cultura, sus valores políticos y sus políticas exteriores. Los recursos del poder suave son numerosos: historia, cultura, artes, educación, entorno empresarial, organizaciones de la sociedad civil, logros deportivos, industria del turismo y otros más.

Muchos actores no tradicionales, como las organizaciones no gubernamentales, las corporaciones empresariales, los grupos de la sociedad civil, se están convirtiendo en importantes actores de poder en las relaciones internacionales. Su fortaleza radica en la confianza, objetividad y transparencia. Todos esos actores desean construir comunidad y no destruirla. Tienen legitimidad, actúan con eficacia y responsabilidad. Pueden ser grandes aliados en el despliegue del poder cultural de nuestro país. La dimensión social de las empresas es un elemento que apoyaría las estrategias del poder suave y la diplomacia pública de México.

Las redes cobran importancia también. Es probable que el poder se traslade hacia redes y coaliciones multifacéticas en un mundo multipolar. Los aliados del poder duro son mucho más visibles y poderosos que los del poder suave. Por lo tanto, el poder suave requiere más defensores permanentes, una mejor orquestación y un mayor apoyo financiero e institucional.

El reto de las iniciativas de diplomacia pública o cultural es que, a veces, terminan convirtiéndose en eventos únicos, durante las conmemoraciones. Los resultados de las iniciativas de poder suave a menudo son intangibles, y los beneficios no son visibles hasta muchos años después de la implementación de los programas. De hecho, hoy México está recogiendo los frutos de las semillas sembradas, hace muchos años, en el ámbito de la política cultural internacional.

La construcción de poder suave requiere un esfuerzo sostenido que se extiende durante años, o décadas. Su aprovechamiento exitoso sólo se puede lograr mediante un enfoque cuidadoso y equilibrado. México debe dar un paso más; debe ir más lejos. Se requiere la capacidad de combinar hábilmente su poder duro con su poder suave para el desarrollo de estrategias integradas de política exterior. A eso se le denomina poder inteligente. La colaboración del gobierno con el sector privado es indispensable para este propósito.

La educación, por ejemplo, es posiblemente una de las formas más efectivas de diplomacia cultural que, además de contribuir a fortalecer el poder suave, también tiene la capacidad de aumentar el poder duro, específicamente, la fortaleza económica del estado a través del desarrollo del capital humano.

Cuando un país cuenta con una política eficaz para fortalecer el conocimiento, las habilidades, las competencias y los atributos de los individuos que son relevantes para la actividad económica, muy pronto tendrá una fuente inigualable y permanente de poder inteligente. Ojalá que México llegue ahí pronto.

Javier Treviño I Twitter @javier_trevino