La guerra que hoy se libra entre Irán e Israel no es un mero intercambio de fuego entre Estados enemigos. Tampoco es una simple disputa por hegemonía regional. Es la expresión localizada de un conflicto sistémico mayor: el colapso de los marcos de sentido compartido en la era de la hiper-conectividad.

En el pasado, las guerras eran a causa de recursos o por territorios. Hoy, se libran entre arquitecturas simbólicas incompatibles. Israel y sus aliados representan un modelo de mundo anclado en la supremacía de la racionalidad estratégica, la seguridad existencial y la lógica de disuasión occidental. Irán, por otro lado, funciona como el núcleo de un imaginario alternativo: uno religioso, civilizatorio y de resistencia contra la unipolaridad. Cada uno proyecta su narrativa sobre el caos compartido, y en esa fricción simbólica, la guerra se convierte en el procesador.

Pero este conflicto no existe de forma aislada. Opera como subrutina dentro de un meta conflicto mayor: el reacomodo del orden mundial en torno al eje Estados Unidos-China. La guerra de Ucrania, los ataques entre Israel e Irán, la creciente militarización del Indo-Pacífico, la presión sobre Taiwán y la desestabilización en África y América Latina son distintas manifestaciones de un fenómeno único: el fin del sistema internacional basado en normas unipolares y el surgimiento de una nueva bipolaridad.

Los bloques se están delineando con claridad:

- Occidente (EE.UU., Israel, Europa del Este, Japón, Corea del Sur y la India como actor bisagra).

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- Eje alternativo (China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Venezuela, algunas facciones islamistas y gobiernos populistas en decadencia institucional).

México, como siempre, se encuentra atrapado entre la tentación de la neutralidad y las exigencias de la geografía. Pero en esta ocasión no hay espacio para ambigüedades. La alianza estructural de México con Estados Unidos (comercial, energética, migratoria, financiera y hasta de inteligencia) es tan profunda, que la neutralidad ya no es opción, ni siquiera retórica.

Y aquí entra el verdadero dilema: el proyecto político de Morena, con sus simpatías por el autoritarismo posnacionalista, su desconfianza hacia EE.UU., su afinidad con China y Rusia en foros multilaterales, y su discurso anti intervencionista, es geopolíticamente inviable en el nuevo tablero.

La tolerancia de Washington hacia regímenes ambiguos al sur de su territorio se acabó. El Departamento de Estado ya no está dispuesto a convivir con gobiernos que coquetean con el eje China-Irán-Rusia. De ahí el endurecimiento hacia regímenes latinoamericanos como el de Nicolás Maduro, el distanciamiento de Lula y, más recientemente, las señales claras enviadas hacia el entorno de Claudia Sheinbaum.

La guerra Irán-Israel, en este contexto, es una advertencia: los conflictos simbólicos se están convirtiendo en conflictos materiales. Y los países que no elijan un marco de sentido compatible con sus alianzas estratégicas terminarán aplastados por la contradicción interna.

México no puede pertenecer simultáneamente a una alianza comercial con Norteamérica y a un marco narrativo simpatizante del eje oriental. La contradicción no es sostenible.

En este nuevo ciclo histórico, la guerra no es una anomalía, sino un mecanismo de ajuste entre sistemas incompatibles. Y México deberá ajustar el suyo.

Si Morena no logra reformular su visión del mundo para alinearse con la arquitectura occidental que lo sostiene, su proyecto no solo será inviable internamente, lo será estructuralmente en el plano global.

La nueva guerra ya no se libra sólo en los campos de batalla: se libra en la semántica de la política exterior, en la posición frente al dólar, en los votos de Naciones Unidas, en la dirección de los cables de fibra óptica y en la cooperación de inteligencia.

Y en esa guerra, la neutralidad es solo una forma pasiva de capitulación.