En las carreteras castellanas, donde el viento corta y la montaña exige respeto, Isaac del Toro escribió hoy una de esas páginas que se quedarán grabadas en la memoria del ciclismo mexicano. A tres kilómetros de la meta, en el mítico alto de Lagunas de Neila, el joven de Ensenada lanzó un ataque certero, de esos que no se avisan pero se sienten, dejando claro que estaba ahí para ganar.

Giulio Ciccone intentó arrebatarle la gloria en los últimos 900 metros, y aunque el italiano se llevó la etapa, el verdadero botín —la clasificación general de la Vuelta a Burgos— se pintó de morado con el nombre de Isaac del Toro. El mexicano cruzó la meta en segunda posición, con la serenidad de quien sabe que lo suyo no es una casualidad, sino el fruto de talento y disciplina.

La carrera no fue un paseo. A solo 12 kilómetros de meta, un pinchazo pudo haber cambiado la historia. Pero Isaac, lejos de desesperarse, esperó el momento preciso para responder. Y cuando lo hizo, lo hizo con la calma de un veterano y la garra de un joven que sueña en grande.

El podio final quedó con Del Toro en lo más alto, seguido por Lorenzo Fortunato a 19 segundos y el francés Léo Bisiaux a 25. Una diferencia corta en números, pero enorme en significado: México tiene un ciclista capaz de medirse, y vencer, en el terreno de los mejores del mundo.

Hoy, el pueblo mexicano celebra. Y no solo porque un compatriota ha ganado en Europa, sino porque en la mirada y el pedaleo de Isaac del Toro hay un mensaje claro: vamos por más. Su nombre ya suena entre los grandes, y su futuro promete darnos, tarde o temprano, una de las tres grandes vueltas del ciclismo profesional.

En Burgos, Isaac no solo se vistió de morado. Se vistió de orgullo, esperanza y determinación. Y nosotros, desde cada rincón de México, lo aplaudimos de pie.