REFUTACIONES POLÍTICAS

La dignidad humana se ha erigido como piedra angular del moderno sistema de Derechos Humanos. Sin embargo, en la realidad cotidiana del neoliberalismo o capitalismo tardío, los pobres experimentan todas las formas de humillación posible que socavan este principio ético.

La tradición kantiana entiende la dignidad como un valor absoluto e intrínseco al ser humano, inaccesible a las lógicas de mercado. Esta noción, retomada por el derecho internacional, aparece en el Preámbulo de la Declaración Universal de 1948. Sin embargo, su carácter metafísico la vuelve independiente de las condiciones históricas y materiales, lo que genera una brecha performativa: la dignidad se proclama, pero no se garantiza.

El capitalismo tardío ha transformado la pobreza en un mecanismo de disciplinamiento social. Como señala Bourdieu (1999), la precariedad no solo es económica, sino también simbólica: el pobre internaliza su exclusión como deshonor. La informalidad, el desempleo y la vulnerabilidad permanente se traducen en experiencias de humillación que minan la autoestima colectiva. Axel Honneth (1995) agrega que la falta de reconocimiento genera heridas morales que impiden el pleno desarrollo de la identidad.

Nancy Fraser (2008) advierte que la justicia no se limita a la redistribución, sino que exige reconocimiento y participación, visibilidad. En este sentido, la doctrina y el discurso universalista de los derechos humanos, al no transformar las estructuras económicas, es ciego y mudo ante la humillación económica, social, política y jurídica: proclama la dignidad mientras tolera hipócritamente la desigualdad radical. Judith Butler (2004) subraya la precariedad como condición compartida, pero en el capitalismo se distribuye de manera desigual, haciendo de los pobres los más “humillados” del sistema.

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El contraste entre la universalidad proclamada y la realidad excluyente revela que la dignidad es, más que un atributo ontológico, una invención política frágil y vulnerable. En sociedades marcadas por la desigualdad estructural, la dignidad se convierte en un privilegio ligado al consumo, al estatus y a la integración en el mercado laboral. La humillación de los pobres desvela la vulnerabilidad constitutiva de la dignidad misma.

La humillación de los pobres en el capitalismo tardío no es un accidente ni una anomalía, sino una condición estructural del sistema. Los derechos humanos, en su versión liberal, fracasan en resolver esta contradicción. Una teoría crítica de la dignidad debe situarla no como ideal metafísico, sino como conquista política en constante disputa, como reivindicación y creación de derechos que se garanticen con plenitud en la Economía, la Política y el Derecho.

@ RubenIslas3