Te nos fuiste casi de puntitas, como quien apaga la luz para que nadie note que estuvo ahí demasiado tiempo… Y sin hacer lo que debías.
Y mira que tu salida provocó una tormenta de especulaciones: que si descubriste el huachicol fiscal, que si armaste expedientes contra Adán Augusto o Andrés López Beltrán, que si la red de Bermúdez Requena cayó por tu valentía, o que si protegiste a un testigo clave después de que un certamen de belleza destapara contratos, casinos y operadores políticos. ¡Qué narrativa tan heroica! Lástima que no coincida con tu desempeño real.
Porque, Alejandro, tu gestión fue impecable… Pero solo para la 4T, que nunca sintió ni el airecito de tu Fiscalía. Con precisión esquivaste a gobernadores con denuncias, a operadores señalados en investigaciones, a líderes partidistas involucrados en escándalos. Sin que se abrieran carpetas de investigación serias, sin jamás llamarlos a declarar.
En tu despacho había una interminable lista de intocables y la respetaste con disciplina casi militar.
Tu larga e inolvidable gestión
Los grandes capos del crimen organizado podrían escribirte una postal de agradecimiento desde su guarida favorita, porque ni tus investigaciones avanzaron, ni las detenciones se consolidaron, el país siempre se quedó esperando resultados que no llegaron, pero, qué tal con académicos, científicos o críticos incómodos; ahí actuabas con una inexplicable energía.
Imposible olvidar tu vena personalista: el caso de Alejandra Cuevas, tu intento de apropiarte de la herencia familiar; tus oscuras maniobras no solo por los recursos universitarios, sino en la disputa por quedarte el nombre de la Universidad de Puebla.
Alejandro, siempre recordaremos tu dedicación para convertir a la Fiscalía en herramienta de vendetta personal, de pleito doméstico y de ajuste de cuentas sentimental. Una verdadera reinvención del servicio público.
Te fuiste sin despedirte
Y aunque tu salida estuvo envuelta en un misterio digno de telenovela política, tus problemas de salud estaban a la vista; podría no haber sido sorpresa, pero lo que nadie esperaba, fue el caos que tu renuncia causó en Palacio Nacional.
Primero la presidenta diciendo que no sabía nada, luego que sí, después que recibió un documento, y finalmente que te ofreció una embajada —sin dirección, sin país, sin detalles—.
Pareciera que tu renuncia la sacó del guion y eso de improvisar no es lo suyo. Agarraste desprevenidos incluso a quienes se supone que lo saben todo.
El desorden que dejaste
Quién llegue a ocupar tu silla, recibirá una Fiscalía llena de expedientes atorados, muchos de los cuales guardan investigaciones relacionadas con quienes hoy quieren nombrar a tu sucesor.
Mientras te vas sin hacer ruido, Adán Augusto y Ricardo Monreal, ambos con denuncias o señalamientos, se disputan el control del organismo que, irónicamente, jamás los tocó mientras estuviste ahí.
Los aspirantes
Menchaca por un lado, Godoy por el otro. La élite peleándose por la llave de la puerta que tú mantuviste cerrada para proteger a los tuyos y a los no tan tuyos por encargo; la puerta que guarda la institución que usaste para saldar venganzas y para avanzar entus intereses personales.
Tu renuncia llega en el peor momento para el oficialismo, pero en el mejor para que el país reflexione sobre el daño institucional que dejas. Porque, Alejandro, más allá de las anécdotas, lo que no olvidamos —ni perdonamos— es cómo convertiste a la Fiscalía en una mezcla de muro protector, arma política y tribunal familiar.
Te vas, sí, pero la huella que dejas es profunda y causó daño; dejas una institución desfondada y un país que aprendió, a la mala, que tu concepto de justicia era tan frágil como tu salud en los últimos meses.
Pero, lamentablemente, la miseria humana no renuncia; simplemente se mueve de oficina, o lo mandan a ocupar una embajada. El acomodo, dependerá del balance de tus facturas.
X: @diaz_manuel



