Se discuten hoy reformas, rediseños institucionales y nuevas reglas del juego político como si el problema fuera solo jurídico o electoral. El verdadero dilema es más profundo: seguimos intentando gobernar los retos del siglo XXI con una mentalidad del siglo XX. Y ese desfase —más que cualquier ley— es el mayor riesgo que enfrentamos.

El verdadero problema no es la ley, es la mentalidad

El mundo que conocimos hace apenas veinticinco años ya no existe. No porque la política haya desaparecido, sino porque cambiaron radicalmente sus reglas, sus tiempos y sus exigencias. Hoy, gobernar como si nada hubiera cambiado no es solo ingenuo: es irresponsable. La realidad se mueve más rápido que las instituciones, más rápido que los liderazgos y, muchas veces, más rápido que nuestra capacidad de adaptación.

Vivimos en una época marcada por la aceleración, la incertidumbre y la complejidad. Los mapas con los que antes se tomaban decisiones dejaron de servir. Las certezas se fragmentaron, los problemas públicos dejaron de ser lineales y la información pasó de ser escasa a abrumadora. Sin embargo, seguimos viendo liderazgos que intentan administrar el presente con recetas del pasado, como si el mundo fuera a esperar a que se resuelvan las disputas internas.

Cuando la realidad avanza más rápido que la política

Ese desfase —entre un entorno global que avanza y una política que se resiste a cambiar— define buena parte del malestar actual. Explica la frustración ciudadana, la desconfianza en las instituciones y la sensación de que el gobierno, sea cual sea su signo, siempre llega tarde. No es solo un problema de ideología; es un problema de capacidad.

La política, de ahora en adelante, exigirá algo distinto: líderes capaces de adaptarse, escuchar, pensar estratégicamente y actuar con ética y decencia en un entorno donde la presión es constante y el margen de error es cada vez menor. No se trata de modas, ni de discursos novedosos, ni mucho menos de charlatanes o aprendices de influencer. Se trata de cambios estructurales que están redefiniendo la gobernanza en todo el mundo y que no se pueden seguir ignorando sin pagar un costo muy alto.

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Hoy, los modelos tradicionales de liderazgo —verticales, rígidos, obsesionados con el control— están siendo cuestionados por una ciudadanía más informada, más conectada y más exigente. Las nuevas generaciones no piden líderes infalibles, pero sí líderes auténticos. No exigen perfección, pero sí coherencia. No esperan respuestas absolutas, pero sí honestidad para reconocer la incertidumbre y capacidad para gobernarla. Cuando esa expectativa no se cumple, la consecuencia no es solo desinterés: es enojo, polarización y ruptura del vínculo entre ciudadanos e instituciones.

Gobernar ya no es imponer: es articular

Gobernar es cosa seria. Ya no es imponer sino convencer. No es concentrar poder, sino articular capacidades. No es mandar desde arriba, sino coordinar desde múltiples frentes. Y eso requiere una transformación profunda en la forma de ejercer el liderazgo público. Requiere pasar de la lógica del “yo decido” a la lógica del “cómo construimos juntos”. Requiere entender que el poder, cuando no se comparte, se empobrece y termina aislándose de la realidad que pretende gobernar.

Adaptarse no es rendirse: es anticipar

Uno de los errores más frecuentes que seguimos cometiendo es confundir adaptación con debilidad. Adaptarse no es rendirse. Es anticipar. Es leer tendencias, detectar señales tempranas y prepararse para escenarios que todavía no se manifiestan por completo, pero que ya están en marcha. La anticipación no es adivinación: es análisis serio de datos, de dinámicas globales, de cambios tecnológicos, demográficos y ambientales que están redefiniendo el mundo… y que ya nos están impactando, nos guste o no.

El mundo ya cambió: energía, clima y tecnología

Hoy, por ejemplo, no se puede hablar de política económica sin entender la transición energética. El litio, el hidrógeno verde, el cobre o el cobalto no son solo recursos naturales: son activos geopolíticos que definirán nuevas relaciones de poder. El cambio climático ya no es un tema ambiental; es un asunto de seguridad nacional, de competitividad económica y de bienestar social. La inteligencia artificial dejó de ser ciencia ficción para convertirse en una tecnología de propósito general que transformará el trabajo, la educación, la salud y la política misma.

Gobernar ignorando estas realidades es condenar al país a la irrelevancia. Y, sin embargo, seguimos discutiendo el futuro con categorías del pasado, como si el mundo fuera a esperar a que resolvamos nuestras pugnas internas. No lo hará.

Gobernanza: la diferencia entre transformar y fragilizar

En distintas regiones del mundo, ya entendieron esta lección. Países con tradiciones políticas muy distintas han apostado por modelos de liderazgo más colaborativos, basados en evidencia, abiertos a la innovación y menos dependientes del culto a la personalidad. Han comprendido que la buena gobernanza no es un lujo técnico, sino una necesidad ética. Instituciones que funcionan, reglas claras, rendición de cuentas, coordinación entre sectores y visión de largo plazo no son consignas vacías: son las condiciones mínimas para que un país pueda crecer, competir y ofrecer bienestar real a su población.

En contraste, cuando los gobiernos se encierran en sí mismos, cuando privilegian la lealtad sobre la capacidad, cuando desmantelan instituciones en nombre de una supuesta eficacia política, lo que generan no es transformación, sino fragilidad institucional, fragilidad económica y, sobre todo, fragilidad social. El costo no es abstracto: lo pagan los ciudadanos en servicios deficientes, en oportunidades perdidas y en un futuro cada vez más incierto.

Liderar en la incertidumbre exige nuevas capacidades

Podemos adaptarnos de manera inteligente a este nuevo entorno global o podemos quedarnos atrapados en las inercias del pasado. No basta con cambiar de administración ni con modificar el tono del discurso. Hay que cambiar de mentalidad.

El verdadero liderazgo no es el que grita más fuerte, sino el que ve y piensa más lejos. No es el que divide, sino el que construye puentes. No es el que se aferra al poder, sino el que lo utiliza para empoderar a otros. No es el que gobierna desde el miedo, sino el que actúa desde una visión clara del futuro que quiere construir.

Uno de los mayores desafíos del liderazgo contemporáneo es aprender a gobernar la incertidumbre. Ya no existen rutas lineales hacia el progreso. Vivimos en un mundo frágil, ansioso, no lineal e incomprensible. En ese contexto, improvisar no es una opción. La adaptabilidad se convierte en la competencia más urgente del liderazgo público.

Adaptarse implica desarrollar nuevas capacidades: pensamiento sistémico, inteligencia emocional, escucha activa, manejo de crisis, comunicación honesta y, sobre todo, humildad. Humildad para aceptar que nadie tiene todas las respuestas, pero que todos podemos contribuir a construirlas. Humildad para rodearse de los mejores, incluso cuando piensan distinto. Humildad para reconocer errores y corregir el rumbo sin convertir cada rectificación en una derrota política.

Una nueva generación de liderazgo

En este proceso, los jóvenes juegan un papel central. No solo porque vivirán más tiempo con las consecuencias de las decisiones que tomamos hoy, sino porque entienden mejor la lógica del presente. Han crecido en la cultura de red, en la interdependencia global, en la diversidad. Pero para que ese talento se traduzca en liderazgo público, necesitamos abrirles espacios reales, darles formación, responsabilidad y voz. No como gesto simbólico, sino como una apuesta estratégica de país.

El liderazgo del futuro no se ejercerá únicamente desde los cargos públicos tradicionales. Habrá líderes en las universidades, en las empresas, en las organizaciones civiles, en los gobiernos locales y en las comunidades digitales. La política se descentraliza, se multiplica, se vuelve más compleja. Y eso no es una amenaza; es una oportunidad. Siempre y cuando estemos dispuestos a aprender y a colaborar.

Porque si algo exige este nuevo panorama es reconocer que el mundo ya no es como era. Que las soluciones simples ya no funcionan. Que gobernar es cosa seria y no admite improvisaciones. Que el poder sin capacidad no sirve. Y que la autoridad sin ética termina erosionando aquello que pretende defender.

México necesita líderes como tú

Mi libro nació como una invitación a repensar la política desde la experiencia, no desde la consigna. A cuestionar los silos que aíslan, los celos que paralizan y los círculos íntimos que destruyen valor público y debilitan instituciones. A recuperar la dignidad del servicio público y el sentido profundo de lo colectivo. No para idealizar el pasado ni negar los retos del presente, sino para asumir con responsabilidad que necesitamos una nueva generación de liderazgos: más preparados, más éticos, más abiertos al cambio.

Eliminar los silos, los celos y los círculos íntimos no es un asunto retórico. Es una condición indispensable para que podamos adaptarnos, competir y avanzar en un mundo que ya cambió. México necesita líderes como tú.

Puedes encontrar mi libro Silos, celos y círculos íntimos: México necesita líderes como tú en: https://a.co/d/4rZhWnI