Christian Ramírez Ríos tenía 11 años de edad cuando fue secuestrado por la organización criminal “Los Zodiaco”. Estaba también su madre, Cristina Ríos y una tercera persona mayor de edad.

Christian que era un niño, estuvo secuestrado del 19 de octubre al 9 de diciembre de 2005. Ahora tiene 27 años y los recuerdos sobre golpizas, maltratos, terror psicológico, ayuno y ataduras permean emergiendo como un oscuro episodio tormentoso. Tanto él como su madre, junto con la tercera persona, fueron los protagonistas involuntarios del Show del ahora ex presidente de México Felipe Calderón y el periodista Carlos Loret de Mola.

Jorge Volpi en “Una novela criminal” (Premio Alfaguara 2018) decía que a Genaro García Luna se le salió de las manos el asunto en el que hay dos familias destruidas al día de hoy: la de las víctimas por la impunidad y la sobreexposición mediática en la que estuvieron envueltos por el caso de Florence Cassez y la de los Vallarta, de la que además de Israel, siguen presos Mario, el hermano y Sergio, su sobrino.

Carlos Loret de Mola fue pieza clave para que en el montaje de una detención ocurrida un día antes, con lujo de violencia y tortura, fuese transmitida en vivo, narrada, descrita y aderezada por sus comentarios en televisión nacional, hora estelar, con permiso y conocimiento de sus jefes -tanto los fácticos como los del organigrama empresarial del canal donde lo hizo-.

La banalidad de quien olvida que tener un micrófono ante grandes audiencias fue la misma en Loret de Mola que la de Yoseline Hoffman reproduciendo, enviando y transmitiendo comentarios sobre el delito de violación equiparada.

Loret de Mola obstaculizó que el niño Christian y su familia tuvieran justicia por el delito de secuestro del que fueron víctimas al transmitir en directo el falso secuestro donde fueron aprehendidos Vallarta y Cassez, violando todos los principios constitucionales habidos aquel 9 de diciembre de 2005.

No fue libertad de expresión, fue colusión para la impunidad, violación al derecho a la verdad de las audiencias, violación al derecho a la verdad de las víctimas de secuestro que no estaban actuando ni fingiendo -como el-.

Destruyen familias para ganar audiencias

Yoseline Hoffman no es una víctima de nadie más que de sus propios actos y su ética no fue tan distinta a la de Loret de Mola – con la grandísima diferencia de que Yoseline Hoffman difundió mensajes de odio sobre un acontecimiento real, declarando el delito de pornografía infantil contra Ainara “R”- . Pero en algo sí se parece mucho a Loret: Ambos fueron capaces de destruir a las víctimas con tal de tener audiencias satisfechas.

La otra grandísima diferencia es que Loret de Mola fue premiado por sus patrocinadores con Latinus, convirtiéndose en un icono de la impunidad -y también de su inseparable favorita, la oposición- mientras que Yoseline Hoffman está recibiendo lo que cualquier presunto responsable de pornografía infantil tendría que recibir: prisión preventiva, investigación exhaustiva y debido proceso.

Yoseline Hoffman no es ninguna víctima

Igual que Loret de Mola, goza de los privilegios que otorgan el dinero y la blanquitud. Al mismo tiempo, abusan del privilegio de la voz pública y las grandes audiencias, despotrican odio, estigma, coraje e insultos disfrazados de crítica. No ejercen la libertad de expresión, utilizan palestras públicas a capricho. Una presa y otro libre.

Gran dolor de estómago estará pasando Don Rafael Loret de Mola, abogado además de periodista, teniendo un hijo que de plano, contribuyó a la construcción de impunidad, no verdad y no justicia para Christian y su familia.

¿Hasta cuando los medios de comunicación podrán continuar entorpeciendo procesos de justicia ya sea por dolo o por ignorancia?

¿Y dónde está la disculpa de Loret, el reconocimiento de fallo, la deuda con las reales víctimas y el compromiso de la televisora por la no repetición?

Extraños tiempos en los que periodistas, igual que ser perseguidos son epicentro de las violaciones a derechos humanos. Y aunque se enoje Loret de Mola, la crítica es sin dolo ni con ánimos de blanda censura: nadie es perfecto pero tener voz pública, implica responsabilidad. Si no puede tenerla para reconocer errores y aclarar la verdad, es todo, menos periodista.

Al menos esa ética sí se espera de su profesión, no de la necedad natural de una influencer bananera.