LA POLÍTICA ES DE BRONCE

El lunes 15 de diciembre, el presidente estadounidense Donald Trump designó al fentanilo como arma de destrucción masiva. De inmediato surgen varias interrogantes. La primera: ¿cómo el fentanilo, un milagro médico para tratar dolores crónicos, llegó a ser considerado por la nación más poderosa del mundo como un arma de destrucción masiva?

Para comprender el origen de esta situación, hay que remontarse una década atrás, a la crisis de los opioides derivada de los intereses económicos y corporativos de algunas farmacéuticas que falsearon informes científicos para vender opioides sintéticos como una alternativa viable, barata y segura contra el dolor. Hay que hablar de las malas prácticas médicas que recetaron por millones analgésicos sin criterios ni protocolos y, sobre todo, sin conocer los efectos de dependencia que dichos analgésicos producirían en sus pacientes. Hay que hablar de las aseguradoras que facilitaron el consumo de analgésicos antes que pagar tratamientos, rehabilitación y consultas médicas a sus asegurados. Hay que hablar de una regulación y supervisión gubernamental que llegó tarde y con una visión punitiva del problema.

Así nació en Estados Unidos la primera generación de adictos a los opioides sintéticos, que muy fácilmente pasaron de la receta médica al mercado negro de medicamentos, al consumo de heroína y después al fentanilo.

Cuando el crimen organizado hizo su aparición, el mercado para el consumo de fentanilo ya estaba creado. Además de que el fentanilo era barato y fácil de producir, se descubrió que, mezclado con otras drogas, aumentaba exponencialmente sus efectos. Así se creó un mercado perfecto y letal de drogas.

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Las acciones de Donald Trump revelan la reiteración de un error histórico de Estados Unidos en el combate a las drogas: verlo únicamente como un delito y ahora como una guerra, cuando la solución a esta crisis está en el enfoque preventivo, social y médico.

Las declaraciones de Donald Trump revelan otros hechos importantes. El primero, que a casi un año de haberse sellado las fronteras e incrementado la colaboración con el gobierno mexicano, la producción y el consumo de fentanilo en Estados Unidos se mantienen, lo que echa por tierra la hipótesis estadounidense de que esta mortal droga se producía con sustancias chinas y se elaboraba y transportaba desde México hacia Estados Unidos.

Regla básica del libre mercado: a pesar de haber sellado la frontera no existe escasez de fentanilo en las calles, plazas y parques estadounidenses, lo que revela una verdad incómoda para Donald Trump: la producción de fentanilo, al menos en este año, es interna; lo cual destruye la narrativa del enemigo externo, más aún cuando el propio Donald Trump declaró que no son 70 mil muertes, sino entre 200 y 300 mil muertes producidas o relacionadas con el consumo de esta droga. ¿Tendrá claro Donald Trump que, al declarar al fentanilo como un arma de destrucción masiva, tendría que enfocar también sus acciones hacia los productores y distribuidores estadounidenses?

Espero que sí, porque, dados los antecedentes de la política exterior estadounidense, no sería raro suponer que la designación del fentanilo como un arma de destrucción masiva sea un pretexto para desplegar con todo su poder militar acciones contra naciones como Venezuela y Colombia, señaladas como productores históricos de drogas; o bien, como un nuevo medio de presión hacia el gobierno mexicano y otras naciones latinoamericanas.

Eso pienso yo. ¿Usted qué opina?

La política es de bronce.