Cito un comentario publicado en El Universal por Salvador García Soto, quizá el periodista que más de cerca ha seguido la crisis política provocada por el derrumbe de la Línea 12 del metro:

“Una frase que algunos cercanos le escucharon decir hace poco a Marcelo Ebrard da una idea clara no sólo del ánimo del canciller sino de hacia dónde va todo el tema de la L12 una vez que se conozcan los peritajes: ‘Mis estudios en Francia me dan para saber que me están afilando la guillotina’…”.

A veces la guillotina, desde luego en sentido figurado, puede ser muy benéfica.

El dirigente de izquierda español Pablo Iglesias dijo que “la guillotina es la madre de la democracia”.

Es cierto, como ha expresado Pablo Iglesias, cuántos horrores se habrían evitado los españoles de haber contado a tiempo con una guillotina.

Y cuántos horrores nos habríamos evitado los mexicanos si la cabeza de Ebrard hubiera rodado sin posibilidades de rehabilitación el pasado sexenio, cuando Miguel Ángel Mancera supo de todo lo que estaba mal hecho en la Línea 12 y que ponía en riesgo a la población capitalina.

Claro está, con el hoy canciller debió haber sido decapitado todo lo que estaba mal construido y que hace poco más de un mes se desplomó con un elevado costo en vidas humanas.

Pero, por pura pusilanimidad no se atrevió Mancera a actuar con energía y permitió que el desastre pésimamente construido por Ebrard siguiera operando, y fue así que llegó la tragedia.

Que caiga ahora la cabeza de Ebrard sería simple y sencillamente un paso necesario previo a hacer justicia a las víctimas del colapso de la Línea 12 —las indemnizaciones, que deberán ser millonarias, deberá pagarlas la empresa constructora, propiedad de Carlos Slim, que además tendrá que sacar la chequera para corregir lo que en su momento se realizó con tantas deficiencias—.

No será la decapitación política de Ebrard un segundo momento fundamental de la democracia mexicana, pero sí contribuirá a dejar bien en claro que en México ya no hay impunidad, algo que salvará a un gobierno, el del presidente López Obrador que no merece ensuciarse tanto por algo que no hizo, aunque sí sea responsabilidad absoluta de uno de los hombres más importantes de la 4T.

Ebrard, por su parte, debe rescatar lo poco que le queda de dignidad para contar con aplomo, que como dijo Marco Almazán, “la capacidad de enfrentarse a la guillotina sin perder la cabeza”.

Aplomo le ha faltado al canciller para ya dejar de enfrentar la crisis —dijo Óscar Cedillo en Milenio— con “el más ruidoso… silencio”.

En su camino al cadalso político, por favor, señor Ebrard, hágase un favor —y háganos a todos un favor—, avanzando ya sin bellaquerías que nadie necesita.